1 Recuerdo a Siri Hustvedt posando para la foto que todos los Sant Jordi publica La Vanguardia. Foto de grupo en la que se perciben zonas, líneas de fuerza. A mí me tocó al lado de Hustvedt. Pensé: “No es mal lugar.” Ser brazo con Siri, oreja, riñón izquierdo del cuerpo tendido, casi desmembrado, de la fotografía. Esa metáfora explica cómo nos sentimos las mujeres y concretamente las mujeres que aspiramos a ocupar parte del espacio público con actividades artísticas, políticas, culturales… Así lo expresa la escritora y periodista Cristina Consuegra: “Leer a Hustvedt trasciende el ejercicio de la lectura. Me proporciona impulso porque saca algo que estaba dentro de mí como mujer. El verano sin hombres refleja el contraste entre generaciones de mujeres diferentes que, a pesar de ello, comparten ese desarraigo que sentimos por el hecho de ser mujeres en este mundo concebido con un orden hegemónico, con una estructura social, cultural, política, económica, que nos expulsa. Ella expresa esta idea con ferocidad.” La ferocidad de Hustvedt contradice tópicos respecto a la mujer delgada, rubia, elegante, evidentemente acomodada, con glamur. Luchamos contra los prejuicios físicos; contra el prejuicio de ser la mujer de; contra el prejuicio de que una mujer no puede ser apabullantemente inteligente, culta y sabia, sin merecer por ello adjetivos descalificativos.
2 Me siento miembro desgajado del cuerpo de la foto. Al lado de Hustvedt no me importa parecer una amputación. Inversamente, sus lectoras creamos comunidad. Estas líneas son polifónicas. Edurne Portela me regala su lectura: “De Siri diría que es una pensadora lúcida, feminista, con un conocimiento masivo sobre arte, ciencia, psicología y por supuesto literatura, que tal vez por eso interpreta y escribe la realidad desde una mirada que desvela la complejidad de las cosas, que invita a sus aristas y sus vacíos”. Me gustan esos textos híbridos –La novela deslumbrante– que invitan a pensar por su extrañeza: acaso estas hibridaciones pertenezcan al mismo campo semántico que las aristas a las que alude Edurne. Hustvedt sorprende con una acumulación de conocimientos por la que no se excusa. No finge no saber. No imposta comedimiento en un campo cultural en el que, si una mujer sabe, molesta. El mansplaining existe y, frente a él, la estadounidense es un antídoto intelectual y violento –violencia discursiva, violencia de la amabilidad– para cambiar cosas: temas encarnados en los estilos, genealogía cultural, canon. En esa dirección apunta Annie Ernaux, distinta de Hustvedt tanto por extracción social como por propuesta estética. Atención: las escritoras feministas no indagan en el mismo registro. Existe una interesante heterogeneidad que ha de ser explorada. Lola López Mondéjar subraya la dimensión intelectiva de la obra de Hustvedt, vinculada a cierta faceta experimental de su estilo: “Hustvedt se plantea cada obra como una investigación, donde indaga en encrucijadas de lo humano que no acaba de comprender. Luego nos ofrece el procedimiento utilizado y el resultado de su labor en forma de textos poliédricos, donde el ensayo y la ficción se inseminan entre sí.” Hustvedt escribe comprendiendo muchas cosas de antemano y, simultáneamente, está escribiendo para comprender.
La ferocidad de Hustvedt contradice tópicos respecto a la mujer delgada, rubia, elegante, evidentemente acomodada, con glamur
3 Anna Maria Iglesias acaba de publicar La revolución de las flâneuses. Ella tampoco desafina en este texto-orfeón: “Su indagación literaria del sujeto a partir de la neurociencia y la psicología es solo un punto de partida; […] Su narración es siempre un contra-relato, su literatura es discrepante, huye de la complacencia para afirmar lo no dicho, para visibilizar lo invisible. Su literatura es feminista porque es política y es política porque narra el mundo desde la complejidad y la disidencia.” Las escritoras feministas reflexionamos sobre la interacción entre cuerpo y sociedad; sobre los hilos a veces cortantes que vinculan nuestro dentro y nuestro fuera; sobre todo lo aprendido a lo que no podemos renunciar: por ese lenguaje del opresor, que necesito para hablarte, sobre el que escribía Adrienne Rich… El feminismo es un pensamiento que evoluciona, no un monolito. No debemos estar todo el día excusándonos por él. Consuegra valora la valentía de Hustvedt: “Tiene un compromiso firme y sin ambigüedades con el feminismo. Muchas somos ambiguas por miedo”.
4 En ese proceso de crítica, reconocimiento y resignificación, el cuerpo y la salud sufren. En Clavícula, otro texto híbrido en el que ni pude ni quise desvincular dolor físico, psíquico y dolor social, económico, cultural, las mujeres están en el punto de mira del capitalismo avanzado. Consuegra se reconoce en La mujer temblorosa: “Me llega en un momento en el que empiezo a tener problemas de ansiedad por mi condición de mujer. No puedo compaginar los ámbitos de mi vida: maternidad, profesión, mi yo.” Entiendo a Hustvedt, Consuegra, Sabina Urraca: “Hace unos años salió un artículo cuyo titular era ‘Las migrañas de la señora Auster’. Sabía que nuestros cuerpos –me refiero a los de las mujeres– no eran nuestros del todo –parirás con dolor, no abortarás, el ginecólogo te dará palmaditas en el culo– pero, ¿de verdad? ¿Ni siquiera las migrañas de Siri Hustvedt eran enteramente suyas? Releí el capítulo hospitalario de La venda en los ojos y algunas páginas de Vivir, pensar, mirar, y sólo sentía furia por ese titular que había despojado a Hustvedt de una cuestión tan irremediablemente suya, tan letal y que tan magistralmente había trasladado a lo literario.”
5 Tengo buena voluntad y soy muy igualitaria: pregunto a algunos escritores sobre Hustvedt. Casi todos me dicen que no la han leído. Yo también tengo muchas lagunas, pero esta me parece sintomática. Leila Guerriero comenta jocosamente que a los escritores no se les pregunta por cuestiones femeninas. Cuotas. Miradas. Temas que atañen a todo el mundo. O tal vez aún no. Son el placebo.