Sabina Urraca. Foto: Cami Vidal Escobar
La figura congelada en el aire de la gimnasta Nadia Comaneci mientras ejecuta impecablemente una pirueta imposible en las Olimpiadas de 1976 es el símbolo de la perfección que desde niña se impuso Sabina Urraca (San Sebastián, 1984). La escritora, curtida en la escritura inmediata de Facebook y del periodismo gonzo (su crónica más conocida sigue siendo la de su inesperado viaje en Blablacar con Álvaro de Marichalar, por el revuelo que causó), ha lidiado toda la vida con un talento ahogado por la autoexigencia y el consiguiente bloqueo creativo, pero rompió su maldición publicando Las niñas prodigio (Fulgencio Pimentel, 2017), una subyugante autoficción en la que exorciza ese y otros fantasmas con un tono en el que a veces se confunden el humor y el terror, y que ha sido destacada por algunos de los críticos de El Cultural como una de las mejores novelas en español de 2017. Como señala Nadal Suau, el libro logra capturar “el sometimiento de mi generación al ingenio de lo inmediato, la opacidad subyacente en nuestra intimidad supuestamente sobreexpuesta, nuestra proyección lingüística en el mundo, y logre transustanciar todo eso en literatura, esto es: algo insólito, simultáneamente caprichoso y necesario, que desafía al tiempo”. Hablamos de una generación que creció con la promesa de que todos seríamos grandes estrellas. Pero el futuro ya está aquí y se ríe en nuestra cara. Pregunta.- ¿Cuándo descubrió su vocación literaria y cuándo se dio cuenta de que sus propias expectativas estaban bloqueando su talento? Respuesta.- Prácticamente no recuerdo ningún momento en el que no quisiese ser escritora. Eso, si lo piensas bien, ya es una expectativa con un gran potencial bloqueante. Porque no existía, obviamente, el deseo de trabajar duro sobre un texto, sino el simple hecho abstracto de ser escritora. Recuerdo desearlo incluso antes de saber escribir. Sentarme frente a unos folios con un lápiz y la actitud que le suponía a una escritora. No hacía falta escribir. Sólo pasearse con el lápiz y la actitud. »Más adelante descubrí que realmente podía ser lo mío. Pero la acogida de mi primer cuento serio, cuando tenía once años, fue tan desmedida por parte de mi entorno, que pensé que no volvería a alcanzar de nuevo ese nivel de genialidad. Me quedé paralizada. Aún hoy, en ocasiones tengo una especie de inseguridad delirante que hace que piense que jamás superaré ese primer cuento. No lo recuerdo demasiado bien, y eso es precisamente lo que hace que en mi cabeza cambie de forma y de contenido, y se convierta en lo mejor que escribiré nunca jamás. P.- ¿Sus padres también tenían muchas expectativas sobre usted, fueron muy exigentes? ¿Y el resto de su entorno? R.- Supongo que hubo muchas esperanzas puestas en mí, pero el problema principal fue que esa semilla de las expectativas enraizó muy profundamente. Mi único problema, quizás, es que a mis padres les parecía bien que quisiese ser escritora, me apoyaban, con lo cual la exigencia se duplicaba. Era un conflicto muy de niña neurótica del primer mundo, por supuesto. Pero el nivel de exigencia vino, en última instancia, de mí misma. Sigue ahí, no para. El trabajo es torearlo sin matarlo, pero sin que llegue a matarme. P.- En una charla TEDx dijo que la solución a ese bloqueo fue escribir como si no le importase, como si la literatura fuera un juego, llegando a emplear la expresión "escribir basura". ¿Sigue pensando que esta manera de escribir es provisional, que no es su voz narrativa definitiva? R.- Me gustaría decir que en algún momento escribiré un libro desde la calma, desenredándolo poco a poco, pero no sé si será posible. Cuando hablo de 'escribir basura' me refiero a partir de la vomitona, de la escritura torrencial que no se detiene a pensar en sí misma ni a juzgarse a cada paso. Por lo pronto, creo que es la única manera de escribir que tengo. Una forma más autoconsciente me paraliza. Aunque en el libro que estoy escribiendo ahora hay una estructura más meditada. »Es como con esta entrevista. Al principio, tras la publicación del libro, empezaron a hacerme entrevistas. Cuando debía responderlas por escrito, me enredaba en ellas durante rato y rato, deseando que fueran redondas, queriendo transmitir exactamente lo que pensaba, y me alargaba horas intentando plasmarlo perfectamente. Pero esa no es forma de vivir. Prefiero no acertar exactamente con las palabras y que la escritura me arrastre como un caballo loco, que domarla perfectamente, pero tener la espalda toda contracturada. P.- ¿Qué sintió al acabar por fin el libro y cómo ha vivido la buena acogida que ha tenido? R.- Cuando lo terminé estaba como recién salida de unas fiebres muy largas: no entendía muy bien qué había sucedido, ni sabía cuándo ni cómo había escrito eso que estaba ahí, terminado. No recuerdo estar especialmente feliz, porque no sabía qué era lo que había escrito. Más tarde, con la publicación, y habiéndolo reposado, lo que más he sentido es un final de etapa, una ruptura con una juventud demasiado larga y una entrada en la adultez. En el libro hay un momento en el que alguien le dice a la protagonista que debe dejar de crecer y empezar a florecer. Quizás eso fue lo que sentí, algo que brotaba y que era distinto a todo lo anterior. Después, al empezar a recibir reseñas, comentarios, mails de lectores (e incluso un bikini de natación sincronizada cosido por una señora que había sido niña prodigio de este deporte), caí en una especie de nervioseo feliz, nada me parecía real. Dormía mal en esos días, y llegué a pensar que era imposible dormir mientras la gente leía mi libro. ¿Cómo iba a descansar mientras alguien, en algún lugar, leía lo que yo había escrito? Habría sido como dormir mientras una persona me miraba fijamente, o como dormir hablando. P.- ¿Se ha desbloqueado al fin o cree que sentirá siempre la misma inseguridad a la hora de escribir? R.- He pasado muchos meses pensando que, al haber superado el bloqueo de la primera novela, a partir de ahora todo sería más sencillo. Creía que el sentir que a tanta gente le había gustado y la había comprendido iba a allanarme el camino de cara a la escritura de otra novela. Obviamente, me equivoqué. Supongo que cada libro genera una nueva expectativa por parte del escritor y un nuevo bloqueo que mantiene acorralada esa expectativa en un rincón, amenazándola con una navaja. Lo he hablado con otros amigos escritores, y bastantes coinciden: daría igual que hubieses escrito diez libros antes. Siempre te parece que el que ha escrito el libro anterior es otra persona, y que te encuentras virgencísimo y torpe ante el nuevo proyecto. P.- ¿Qué importancia concede a su faceta periodística? ¿Por qué se especializó en reportajes al estilo gonzo? R.- Un día me di cuenta de que algo que siempre había hecho por puro placer (meterme en situaciones, ir en busca de vivencias concretas, coger autobuses y visitar casas de gente simplemente para que me contaran sus cosas) podía encajar en una forma de periodismo. En realidad, en mi caso, no siento estas dos labores (la narrativa y el periodismo) como oficios tan diferenciados. Sólo sé que en el periodismo tengo ciertas barreras, ciertas condiciones que debo mantener para que lo que sale publicado cada semana sea algo parecido a un artículo y no un delirio. En ese sentido, creo que el periodismo digital y el nacimiento de tantas nuevas publicaciones me han venido muy bien: hay una apertura a creación de nuevos formatos, los artículos ya no tienen por qué ser estrictamente artículos, nada tiene la necesidad de encajar en ese canon periodístico de escuadra y cartabón que recuerdo que enseñaban en las carreras de periodismo. De esta forma, puedo colar literatura en los artículos (en el caso de Las niñas prodigio, esto se produce también a la inversa). El periodismo gonzo ofrece esa vivencia intensa y personal de las situaciones que estamos más acostumbrados a ver en la literatura. La diferencia radica en que con la literatura observo, sobre todo, dentro de mí, y en el periodismo miro, sobre todo, a los demás, al exterior, pero sin desaparecer nunca como observadora. Como dice mi amiga, la escritora y periodista Elisa Victoria, es una suerte poder vivir de esta profesionalización del juego. P.- ¿Cree que esas ganas de triunfar, de ser aceptado, de asombrar al mundo, son una cuestión generacional? R.- Absolutamente. De alguna forma, nos convencieron de que íbamos a ser estrellas. Pensamos, de alguna forma, que no tendríamos que mover un dedo, que la suerte iba a venir a nosotros porque sí, porque nos habían dicho que éramos niños especiales. Luego nos dimos cuenta de que esto no iba a ser así, de que era necesario un esfuerzo para, como mínimo, no morirnos de hambre. La sensación de fracaso ante la promesa de un futuro increíble es algo extendidísimo en mi generación. P.- ¿Cree que el auge de la autoficción es también una cuestión generacional? ¿Tiene que ver con eso de "dejar los pedazos a la vista para que los demás puedan ver el estropicio"? R.- "Dejar los pedazos a la vista para que los demás puedan ver el estropicio" encajaría tanto en la definición de autoficción como en la de redes sociales. En los dos casos, procuramos que los escombros produzcan un efecto estético, que transmitan una emoción concreta. En los dos casos es realidad maquillada, contenida en un cuadro, enfocada desde el lado desde el que sabes que va a provocar el sentimiento que tú buscas. Es decir, que es un falso estropicio, pero, precisamente por eso, es más devastador, produce sensaciones más violentas en quien recibe el impacto. Consumir historias con apariencia de realidad nos arrebata. La autoficción (y también Facebook) es la aleación perfecta entre dos cosas que siempre le han encantado a la gente, y que enloquece a nuestra generación: las historias y las vidas de los demás. P.- Dice que abandona Facebook por una temporada y hace poco se quejaba en un artículo de que se ha convertido en una obligación opinar y decir cosas trascendentes en las redes sociales. Al mismo tiempo es el medio donde se dio a conocer como autora para muchos seguidores. ¿Definiría su relación con la redes como una cuestión de amor-odio? ¿Cree que hoy en día es una herramienta obligatoria para los nuevos escritores? R.- Facebook es como cuando tienes un novio que te divierte muchísimo, que te arrebata y te hace olvidarte de ti misma. El clásico novio de instituto por el que de pronto dejas de ir a clase, te saltas las clases particulares de inglés, y esas cosas. Te reporta una sensación fantástica, pero tienes que ser fuerte y controlar no desaparecer, seguir ocupándote de ti misma. Eso me pasa con Facebook. No me canso de reivindicarlo como el lugar en el que realmente aprendí a escribir, el sitio en el que diariamente obtengo la verdadera literatura de los otros (Facebook y la calle, son, sin duda, los dos lugares donde sucede esta magia todo el tiempo). Pero hay en esta red una inmediatez que hace que te alejes del trabajo de fondo, más duro y constante, que es escribir. Por eso me he ido una temporadita. Volveré en un mes o dos. »No creo que las redes sociales sean algo imprescindible para ser escritor. De hecho, como dice Miranda July en Te elige, me dan envidia los escritores que han conseguido adquirir una disciplina antes de la llegada de internet. Pero sí que creo que hay un tipo de literatura que se enriquece con la inmersión en foros, en conversaciones de Facebook. Hay una miseria y un brillo del alma humana que sólo se ven allí. Me fascina internet visto como oráculo, como pozo de confesiones y dudas que jamás le dirías a nadie de tu entorno. Poder ver eso, como escritora, es un absoluto regalo. P.- ¿De qué va a tratar su próximo libro? R.- Este verano estaba en el Retiro, tumbada en la hierba con unos amigos. Mi perra estaba en celo, y no dejaban de acercarse perros a intentar tirársela con sus pintalabios extendidos. Ella gemía y se les arrimaba, como entre cachonda y sufriente. Era un espectáculo realmente angustioso. Yo me veía como una madre castradora, conteniéndole ese instinto, alejando a los perros. Hubo un momento en el que, exasperada, dije: "Dios mío, ¿cuándo se va a acabar esto del celo?". Y una amiga, una mujer bellísima, que estaba en ese momento tirada en la hierba con su largo pelo suelto, besándose con su amante, se pasó las manos por el cuerpo y dijo con desesperación: "Sí, por favor… ¿Cuándo?". Esta animalidad en la que vivimos enjaulados, esta cárcel que son a veces el instinto sexual y el amor, es el que parece que va a ser el tema de mi nuevo libro. Aunque no sé qué terminará resultando. @FDQuijano
Secciones
- Entreclásicos, por Rafael Narbona
- Stanislavblog, por Liz Perales
- En plan serie, por Enric Albero
- A la intemperie, por J. J. Armas Marcelo
- Homo Ludens, por Borja Vaz
- ÚItimo pase, por Alberto Ojeda
- Y tú que Io veas, por Elena Vozmediano
- iQué raro es todo!, por Álvaro Guibert
- Otras pantallas, por Carlos Reviriego
- El incomodador, por Juan Sardá
- Tengo una cita, por Manuel Hidalgo
Verticales