Sigrid Nunez

Traducción de Mercedes Cebrián. Anagrama. Barcelona, 2019. 203 páginas. 16,90 €. Ebook: 9,99 €

Convivir con un perro nos enseña a rebajar la ridícula arrogancia con la que contemplamos a nuestra especie. Nos atribuimos una importancia excesiva hasta que descubrimos a una criatura que vive en un presente eterno, sin permitir que la conciencia de finitud malogre el placer espontáneo de dormir al sol o pasear por la orilla del mar. Se tiende a menospreciar las obras literarias que introducen animales en papeles más o menos significativos, pero lo cierto es que ese recurso ha inspirado libros verdaderamente notables, como Flush, de Virginia Woolf, Colmillo Blanco, de Jack London, Tombuctú, de Paul Auster o Soy un gato, de Natsume Soseki. El amigo, de Sigrid Nunez (Nueva York, 1951) puede codearse sin complejos con los títulos citados, añadiendo grandes dosis de humor y ternura.

Galardonado con el National Book Award, El amigo nos relata la historia de Apollo, un dogo alemán arlequín (manchas blancas y negras) que pierde a su dueño, un escritor cincuentón, narcisista, mujeriego y neurótico. Su mejor amiga y discípula adopta a Apollo, arriesgándose a ser desahuciada, pues el contrato de alquiler de su minúsculo apartamento en Manhattan prohíbe las mascotas. Apollo no es una figura anecdótica, sino el centro de una trama donde los personajes humanos carecen de nombre. Nunez identifica a las tres esposas del escritor suicida con números sucesivos (Esposa Uno, Esposa Dos, Esposa Tres) y omite los nombres de los protagonistas. Escrita en primera persona, la novela no desdeña a los humanos, pero no disimula la sospecha de que un gigante tranquilo donde no hay espacio para la envidia, la vanidad o la avaricia, tal vez aventaje en muchas cosas a la especie que se percibe a sí misma como la cumbre de la escala evolutiva.

La inesperada pérdida de su mentor y amigo provocará en la protagonista un profundo dolor que se disfrazará de estupor y perplejidad. Novelista y profesora de escritura creativa, se replanteará su trabajo, afrontando las preguntas esenciales que flotan en la mente de cualquier autor, pero que en muchas ocasiones se aplazan por temor a no hallar una respuesta: ¿merece la pena vivir?, ¿escribir sirve de consuelo?, ¿se vive mejor sin la literatura? Apollo, con sus ochenta y un kilos y su incipiente artritis, vive al margen de estas cuestiones, pero no parece un animal estúpido, sino una conciencia satisfecha que no necesita justificar la vida con teorías y dogmas. El sentido de la vida es vivir, no inventar metas que exceden nuestra experiencia de las cosas.

Eso no significa que Apollo carezca de emociones. Cuando su dueño se quita la vida, se pasa días esperando junto a la puerta, soltando lastimosos quejidos. Su fidelidad evoca la historia de Hachiko, el akita inu que durante diez años acudió a la estación de Shibuya, en Tokio, para esperar a su amo, ignorando que había muerto. No es un caso aislado. Fido, un perro de una ciudad próxima a Florencia, aguardó catorce años a su amo, que había fallecido durante un ataque aéreo en la Segunda Guerra Mundial. Greyfriars Bobby, un skye terrier, durmió sobre la tumba de su dueño catorce años. La protagonista reacciona con perplejidad ante estos ejemplos. ¿Se trata de devoción o estupidez? Nunez admite que le agrada más el comportamiento de los gatos, independientes y desapegados.

Extraordinaria novela sobre el duelo, la pérdida y la escritura, el amigo toca nuestro corazón y ensancha nuestra mirada

La reticencia inicial hacia el dogo se transformará en un profundo lazo afectivo. Majestuoso y equilibrado, Apollo no es un perro faldero y alborotador. “Sus grandes ojos castaños son impresionantemente humanos”. El contacto físico acentúa esa sensación: “tener un cuerpo enorme y cálido apoyado a lo largo de tu espina dorsal es un consuelo increíble”. Apollo aguanta bien la soledad, pero la primera vez que la narradora lo deja solo demasiado tiempo mordisquea los exámenes de sus alumnos y destroza un libro de Knausgard. Aunque un macho puede llegar a superar los cien kilos, el dogo o mastín alemán –mal llamado “gran danés”– se caracteriza por su dulzura, serenidad y vulnerabilidad emocional. La protagonista comienza a entender a los humanos que se incomodan con términos como “dueño”, “amo” o “mascota”, pues expresan una relación de esclavitud.

Cuando el propietario del apartamento le comunica que debe desprenderse del perro o renunciar al alquiler, la narradora invoca un milagro, pues no está dispuesta a separarse de Apollo. Su experiencia con mujeres maltratadas a las que imparte clases de escritura para superar sus traumas le proporciona la argucia que la salvará del desahucio. Apollo no es una mascota, sino un perro de apoyo. De hecho, ella está deprimida y piensa a menudo en el suicidio. Paradójicamente, la expectativa de la muerte de Apollo, un perro ya mayor y con artritis, le ayudará a superar el duelo por la pérdida de su maestro. El tiempo de Apollo se acaba, pero ese hecho no debe menoscabar los momentos de felicidad. Gracias a un amigo, pueden pasar juntos un último verano en la playa. Junto al mar, todo se ve con más claridad: “Centrémonos en este día y solo en este día”.

Sigrid Nunez cita varias veces Mi perra Tulip, el libro que J. R. Ackerley dedicó a su pastor alemán. En una ocasión, Ackerley usa la palabra “persona” para referirse a su amigo de cuatro patas. No es un error, pues se trata de un escritor increíblemente minucioso. Apollo fue abandonado en Central Park. Allí lo encontró el amigo y maestro de la protagonista. “A pesar de todo lo que ha sufrido, ha seguido siendo amable, ha conservado su… humanidad (¿qué palabra debería decir?)”.

Apollo es mucho más humano que los escritores, editores, periodistas y alumnos con los que se trata habitualmente la narradora, enzarzados en rivalidades despiadadas y siempre dispuestos a celebrar los fracasos ajenos. ¿Quizás esa maldad brota del alto coste de la literatura, tan parecida al béisbol, según Philip Roth, “donde fallas dos de cada tres veces”? No hay nada hermoso en el mal. Simone Weil no se equivocaba al afirmar que “el mal imaginario es romántico y variado; el mal real es sombrío, monótono, árido, aburrido”.

Sigrid Nunez responde con lucidez a los que critican el amor a los animales, afirmando que es un sentimiento cínico, perverso e impregnado de misantropía: el día en que ya no seamos capaces de experimentar ese afecto “será un día terrible para todo ser viviente, […] nuestra caída hacia la violencia y la barbarie será mucho más veloz”. Durante su viaje a España, Rilke se conmovió al reparar en una perra abandonada y a punto de parir en la puerta de un café. En su mirada de súplica advirtió “toda esa verdad que va más allá de lo particular, para dirigirse, no sé adónde, hacia el porvenir o lo incomprensible”.

Rilke también le proporciona a Sigrid Nunez una definición certera del amor: “dos

soledades que se tocan y se saludan mutuamente”. El amigo adopta una perspectiva infrecuente para explorar los vínculos afectivos. Sin incurrir en el sentimentalismo, toca nuestro corazón y ensancha nuestra mirada. Extraordinaria novela sobre el duelo, la pérdida y la escritura, su prosa sencilla, sobria y elegante vibra con el mismo sentimiento que inspiró a Vicente Aleixandre uno de sus poemas más conmovedores: “Yo bajo a donde tú estás, o asciendo a donde tú estás / y en tu reino me mezclo contigo, buen ‘Sirio’, buen perro mío, y me salvo contigo”.

@Rafael_Narbona