Alain Corbin
Traducción de Jordi Bayod Acantilado. Barcelona, 2019. 152 páginas. 14 €
Alain Corbin (1936) ha construido una de las obras más originales y articuladas del pensamiento francés de los últimos 50 años. Catedrático de historia del siglo XIX en la Universidad París 1 (Sorbona), su inmenso trabajo se ha nutrido del estudio de las sensibilidades, del cristianismo y de la Francia rural que le vio crecer. Historia del silencio es una obra de madurez, casi de despedida, en la que el lector reconoce numerosos elementos de la densa biografía intelectual del autor. Al tiempo, es un texto de máxima actualidad en esta época de tanto ruido.
La publicación en 1982 de Le Miasme et la jonquille convirtió a Alain Corbin en la cabeza visible de la llamada historia de las sensibilidades. En dicho libro presenta una aguda reflexión en torno a los olores y los imaginarios sociales de los siglos XVIII y XIX. En 2005 aparecen los suntuosos tres volúmenes de Historia del cuerpo en colaboración con J. J. Courtine y G. Vigarello. Los sentidos y las emociones adquirirán un nuevo estatus intelectual.
La densa obra de Corbin no puede reducirse a estos dos grandes hitos que, sin embargo, le consagran como el gran historiador de las sensibilidades. Nos referimos a ellas porque marcan la trayectoria del volumen que nos ocupa. Esta interrogación del silencio viene de su larga y profunda reflexión sobre la historia de las emociones.
Esta última entrega de Corbin muestra cómo, desde mediados del XIX, el umbral social de tolerancia al ruido disminuye de forma constante. El paisaje sonoro de las grandes urbes como París o Londres era muy ruidoso. La música callejera, los talleres o los gritos de los trabajadores no tenían freno.
La presión social consigue que las actividades ruidosas comiencen a ser reglamentadas. Se exige silencio en los teatros y, más aún, en las salas de conciertos y “en distintos lugares se producen protestas por el canto matinal de los gallos o el sonido matinal de las campanas”.
Con el correr del tiempo el silencio adquiere prestigio. Se entiende como un lugar íntimo del cual emerge la palabra. De modo paulatino, la sociedad occidental subraya la necesidad de escuchar, de permanecer sin ruido y de volver la mente hacia el interior de uno mismo.
De la mano de Corbin, el lector se aproxima a quienes han practicado el silencio o lo han analizado
Sin embargo, lo paradójico del silencio reside en su ambivalencia. Se respeta su necesidad pero horroriza su vacío. Se aprecia durante un viaje en avión pero se detesta en el matrimonio. Como escribe Corbin en el último capítulo, el silencio esconde un ingrediente que produce angustia. El “silencio de Dios” es percibido como algo trágico. “Para el cristiano, insistimos, el silencio de Dios es muchas veces sufrimiento, un camino de dudas, de cuestionamiento de la fe”. Cuando suceden las grandes catástrofes o las azarosas desgracias personales, la divinidad permanece silente.
La línea argumental de estas páginas discurre sobre dos sólidos raíles. En primer lugar se desliza por la línea marcada por los grandes buscadores de silencio: místicos, amantes de la naturaleza o buscadores de Dios. En segundo término avanza por la cinta trenzada por escritores, filósofos, poetas, pintores o dramaturgos que en sus obras han interpelado al silencio. De la mano de la densa erudición de Alain Corbin el lector se aproxima a quienes han practicado el silencio o lo han analizado de una forma u otra. Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Charles de Foucault, Henry D. Thoreau, Rembrandt o Hopper arrojan luz a la gran cuestión de nuestro autor. Del mismo modo, el lector entra en las opiniones de Víctor Hugo, Rilke, Kafka, Proust, Baudelaire o Julien Gracq. Presencias relevantes que tienen en el premio Nobel Maurice Maeterlinck (1862-1949) su primus inter pares debido en buena medida a su visión mística del silencio.
Esta exquisita y densa reflexión se cierra con el murmullo de una queja, en voz baja pero llena de inquietud. En torno a 1950, afirma Corbin, el silencio comienza a perder su valor educativo. El ensanchamiento, la popularización de los medios de comunicación y de las nuevas tecnologías estarían obstruyendo la autorreflexión. Sin ella, el silencio y sus beneficios se hacen difíciles.