"Hacía muchos años que mi vida se había convertido en un juego de ruleta rusa" es una descorazonadora primera frase de novela, sobre todo si a continuación nos endilgan una lista de circunstancias que arranca con "alcohol, mujeres de las que solo quería sexo, fumar como un loco", y sigan sumando. La larga sombra del cliché de la masculinidad-canallita cae sobre nosotros sin piedad. Y no tengo nada claro que sea un efecto deliberado. Sin embargo, cuando Estoico y frugal llega a su fin, Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, Cuba, 1950) hace que su personaje y narrador Pedro Juan Gutiérrez escriba que "ya no era el mismo machito tropical", y entonces el lector vuelve la vista a esa primera página topiquísima para entender que estuvo bien empezar así estas ciento setenta páginas planteadas como un solo párrafo-andanada, hecho a fuerza de arreones y frases breves llenas de ritmo y coherencia estilística.
Un larguísimo párrafo que arranca con un escritor que está a punto de estrenar el año 1998 en Madrid, donde vive por primera vez, y que a lo largo de más o menos un año visitará distintas ciudades europeas, experimentará múltiples relaciones sexuales, y se hará preguntas sobre su propia condición de creador y su relación con el país que lo vio nacer. Al final, la lectura se revela adictiva, además de divertida y, de un modo insospechado e indefinible, triste. Una tristeza anudada con el sarcasmo más inocente, sin sombra de pedantería, vital, popular y al mismo tiempo sutil.
El título es significativo: frente a la evidencia de la explosividad de su prosa y de la sensualidad de sus temas, el narrador afirma en un momento dado que "el estoicismo y la frugalidad siempre me salvan". Me parto. Y aunque me parto, lo entiendo: el personaje de Pedro Juan es, en efecto, un ser indiferente a todo lo que no sea su curiosidad por "la gente vulgar que se mueve como gusanos para trabajar, para copular, comer, tomar vino, caminar en la nieve, bailar y divertirse", como dice de las figuras que habitan los cuadros de Brueghel. Eso, y la escritura.
Al final, la lectura de esta novela se revela adictiva, además de divertida y, de un modo insospechado e indefinible, triste
Esto último es muy importante: en Estoico y frugal asistimos al despliegue de una prosa de macho, sí, pero no patriarcal. Me explico: una prosa que se adhiere a una idea (cultural, por supuesto) de lo masculino como instinto y deseo, pero que a cambio reniega de cualquier posición de poder: de ahí la falta de moralina, la solidaridad y admiración inesperadas por alguna amante porque "no se puede jugar demasiado con los sentimientos", la autoironía, el entusiasmo por la sexualidad libre y fascinante de las mujeres de cierta edad, la alergia a la mentira de estado.
En un pasaje revelador que dedica a su recepción por parte de críticos y periodistas, el narrador lamenta que su obra siempre sea leída como sexual o política, cuando él quiere hablar básicamente del "efecto demoledor de la pobreza, la miseria y el hambre extrema sobre la gente". Tiene mucha razón. Quisiera añadir que, en su narrativa, esos efectos se manifiestan sobre todo en los cuerpos. Cuerpos que transigen con humillaciones para escapar de la pobreza, cuerpos que hallan una forma liberadora de supervivencia en el sexo, cuerpos que exceden sus propios límites como forma de sentirse vivos.
Nada de esto, obviamente, niega la importancia de lo erótico en la novela, ni pretende tampoco intelectualizarlo; pero estaría bien comprenderlo, y ese es el acorde oculto en Pedro Juan Gutiérrez, el modo en que el cuerpo y el espíritu se vuelven sinónimos. Por eso puede llegar a parecerse a Sebald en sus aires de gran refutador (las páginas comparando la historia cubana con la europea son magistralmente furiosas), pero siempre acabará sonando tropical. ¿Y qué significa eso? ¿Que es caliente y pendenciero? Claro que no: más bien, que está en combate y no en retirada.