Isabel Burdiel (Badajoz, 1958) se ha metido en otra empresa biográfica de envergadura, y la ha solventado con la pericia y profundidad que es ya habitual en ella. Las personalidades que le han atraído hasta ahora son siempre figuras complejas que, por eso mismo, ofrecen la posibilidad de generar muchas claves interpretativas del periodo que les tocó vivir. En ese sentido, el manido título de “Fulanito/a de tal y su época” carece de sentido en la obra de Burdiel, porque esa época aparece, con toda su vitalidad, en cada una de las líneas de las biografías de la autora.
La multifacética figura de Isabel II le obligó a realizar dos grandes estudios biográficos que se publicaron, respectivamente, en el 2004 y en el 2010, y de ambos quedó constancia en estas páginas. Junto a esos dos trabajos biográficos, diversos ensayos y artículos especializados sobre la reina, que están dispersos en libros colectivos, revistas y catálogos. Definitivamente, la figura de Isabel II resulta ya incompleta si se prescinde de las perspectivas que ha proporcionado Burdiel.
Ahora le toca el turno a doña Emilia Pardo Bazán (1851-1921) que, con su vida, llena buena parte del escenario literario español de los años de la Restauración alfonsina, de la Regencia de María Cristina, y del periodo constitucional del reinado de Alfonso XIII. Otra mujer y, obviamente, el dato no es casual. En un siglo, el XIX, en el que las mujeres lucharon por tener protagonismo en el proceso de implantación del liberalismo, que era también el del reconocimiento de las libertades individuales, Pardo Bazán se empeñó en una verdadera campaña de carácter feminista. Ella, que había escrito en 1888 que las mujeres no podían “aspirar a más puestos oficiales que el de estanqueras o reinas” (p. 356) no era ni lo uno ni lo otro, pero tenía muy claros sus objetivos: “todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer”, dejó escrito en 1915 (p. 415).
Burdiel nos devuelve aquí a una Pardo Bazán que se erige como una de las grandes intelectuales de su tiempo
Es lo que había tratado de hacer desde joven pero, muy especialmente, desde que, en 1884, firmó el documento notarial por el que se disolvía la sociedad conyugal en la que había vivido desde 1866, cuando aún no había cumplido los dieciséis años. El matrimonio había tenido tres hijos que se quedaron con la madre. Era lo más parecido a un divorcio que se podía conseguir en la España de entonces, y abrió definitivamente, para doña Emilia, las puertas de la vida intelectual española, en la que ya se codeaba con sus figuras más destacadas, como Clarín, Menéndez Pelayo, Valera, Giner de los Ríos y, por supuesto, Pérez Galdós.
La amistad con éste último se transformaría en una relación amorosa, que aparecía ya consolidada a finales de los años ochenta y se adentraría en el siglo XX. La cartas de ella han sido publicadas, pero un incendio en el Pazo de Meirás, que fue la residencia de verano de la escritora, nos ha privado de conocer la mayoría de las cartas que recibió. La responsabilidad e intención de ese incendio ha dado lugar a numerosas especulaciones.
Emilia Pardo Bazán cimentó su personalidad literaria con la publicación de La cuestión palpitante (1882-1883), que abrió las puertas al naturalismo en España, y con las conferencias sobre la novela rusa, que impartió en el Ateneo de Madrid en abril de 1887. En ambos casos doña Emilia demostró un fino sentido literario, en el que tuvieron una importancia crucial sus habituales estancias en París, desde el momento en que se libró de los compromisos conyugales.
Por otra parte, esos años finales son también los de sus éxitos literarios más conocidos, como Los pazos de Ulloa (1886) y La madre Naturaleza (1887). A su celebridad literaria no se le resistió ningún otro obstáculo que la Real Academia Española de la Lengua, que desestimó su candidatura en dos ocasiones, pese a las vehementes protestas de la escritora gallega.
Isabel Burdiel, que es una historiadora apasionada que no duda en hacerse presente en muchos momentos de su vívido relato, nos ha devuelto una Emilia Pardo Bazán que, sin renunciar a los aspectos anecdóticos más habituales, se erige como una de las grandes intelectuales de la España que le tocó vivir.