Pablo Carbonell: "Que la represión ahora venga de la izquierda es algo inaudito"
El humorista publica su primera ficción, 'Pepita', una comedia sobre la codicia que nos recuerda que las cosas más valiosas no tienen precio
15 marzo, 2019 01:00Actor, humorista y músico, a Pablo Carbonell (Cádiz, 1962) aún le queda tiempo para escribir entre gira y monólogo. Aunque no es la primera que publica, ya lo hizo en 2016 con su libro de memorias El mundo de la tarántula, sí lo es que escribe una novela de ficción. En Pepita (Destino) el autor construye una comedia de enredos por la que desfilan diversos personajes, con más defectos que virtudes, acotados por la voz de un entrometido narrador. Un tabernero y su hijo que deciden crear su propia fiebre del oro para reflotar su negocio hostelero, un cura y hasta un vaquero se dan cita entre estas páginas donde la heroína tiene nombre de mujer y de título de libro, Pepita.
"Fue una inspiración que me vino en un tren visitando una instalación minera -cuenta el humorista-. De hecho, la novela empieza así. Pensé en cómo podría relanzar ese pueblo que tiene la mina cerrada organizando una fiebre del oro. Entonces me acordé de la película de Berlanga, Los jueves, milagro y, como el mundo de Berlanga y también un poco el de Cuerda, me fascina, pensé que con un relato así podía mandar un mensaje positivo sobre la codicia. Luego apareció el personaje de Pepita y, mira por dónde, me ha salido también un manifiesto feminista".
P. Es la primera vez que escribe algo de ficción, ¿le ha resultado sencilla su escritura?
R. Me ha salido un libro que es un poco más pequeño que mis memorias y creo que me ha costado el doble. Tengo que darle la razón a Ben Stiller, que un día dijo: "Si quieres conocer el dolor, haz una comedia". Escribir humor es más difícil de lo que yo esperaba. Mi tradición lectora, aunque últimamente me ha dado por el ensayo y las biografías, siempre ha estado un poco vinculada al humor. Wenceslao Fernández Flórez, Álvaro de Laiglesia, Jardiel Poncela, Eduardo Mendoza y Felipe Benítez Reyes son autores referentes y modelos en los que me he inspirado.
P. ¿Y entre las últimas novelas publicadas de comedia hay alguna que le guste?
R. El azar y viceversa, de Felipe Benítez Reyes, ha sido un libro que me ha puesto los dientes largos y me ha hecho ponerme verde de envidia. La única manera de evitar la envidia era intentar hacer algo parecido. No lo he conseguido. El azar es un retrato también de un pueblo pequeño como el mío pero Felipe mete muchos datos autobiográficos y una potencia intelectual que yo no tengo. Mi devoción por él es evidente. Benítez Reyes me sorprende porque tiene cosas que solo pueden ser hallazgos, son cosas que suceden por sorpresa. Esto me fascina. Yo me he reído mucho escribiendo mi libro pero es que él se tiene que tronchar.
P. Además de humor, ¿escribe un alegato contra la codicia?
R. Hay un lado anticodicial y hay un lado ecologista. La extracción del oro es un desastre para el planeta y eso está reflejado. Después, el hecho de que Pepita, que tiene un nombre que es también el nombre de los trocitos de oro, sea el personaje más valioso de la novela, nos tiene que recordar que las cosas más valiosas no tienen precio. En ese sentido el libro es muy romántico.
P. En Pepita, precisamente, retrata una comunidad machista, avariciosa, embustera y pícara... ¿Cree que todo eso está también presente en la sociedad española actual?
R. Sí, bueno, desde luego el machismo está en retirada. Cada vez está peor visto. Por eso he tenido que recurrir a un pueblo tirando a prehistórico para encontrar personajes que reflejen estos vicios sociales y luchar contra ellos. De todas maneras, a mí todas estas cosas me suceden un poco por accidente. Digamos que mi sentido moral me brota pero de una manera siempre accidental. En un principio uno quiere hacer un libro humorístico y se le escapa el moralizador. Pero se me ha escapado. Hay mucha gente que a veces me dice que soy muy ácido, refiriéndose a Los Toreros Muertos. Y yo pienso que es un grupo naif. ¿Cómo piensan que es ácido? Es bastante satírico lo que hago, pero siempre he tenido un concepto muy amable de mí mismo.
P. ¿Se puede hacer humor sin denuncia o el humor siempre tiene algo de denuncia?
R. El humor es una especie de paño caliente que se le pone a las denuncias. El humor de la cáscara de plátano no es que no me haga gracia, pero yo prefiero el que denuncia vicios o que saca a la luz la grandeza de los humildes. Dario Fo dice que todos los payasos siempre hablan del hambre y yo creo que si metes un poco el dedo en el dolor es muy fácil que salgan motivos para reír, con una risa comprensiva y cariñosa, nunca por encima de los desgraciados. También me ocurre que la gente mala me da mucha pena. Los malos me parecen personas equivocadas y en mi libro casi todos tienen una pedrada gigantesca. Viven en el error.
P. Da la sensación de que sus personajes le despiertan cierta ternura...
R. El más malo de todos es el cura y a mí me encantaría tomarme un vermut con él. Y mira que en el libro le pego un puñetazo bien dado pero sin odio. Yo tenía un amigo al que un día le dieron una paliza y me dijo que aquel día alcanzó la clarividencia. Y lo curioso es que todos creen que son buenísimos. En general hay que tener mucho cuidado porque además ahora estamos volviendo a una moralidad respetuosa con el tema del sexo que ya parece que es tabú. Estamos acercándonos a la hipocresía del siglo XIX que nos va a llevar a la neurosis. En ese sentido, Pepita, que se pega unos buenos revolcones, es una mujer que demuestra su libertad.
P. Y ya que habla de moralismos, ¿considera que hay demasiados límites al humor últimamente?
R. Lo que sé es que la Iglesia, los fundamentalistas, los talibanes, los reprimidos están muy felices con que los progresistas en pos del lenguaje inofensivo les estén haciendo el caldo gordo a todos los hipócritas morales que han impuesto durante tantos años esta pacatería infecta. Que esa represión que tenemos ahora venga de la izquierda es algo inaudito. Afortunadamente todas las fuerzas siempre provocan o un rechazo o un contraataque pero es muy cansado porque mucho de los ataques a la libertad de expresión los realizan personas que ni si quiera tienen rostro y que además demuestran mucha mala leche. Es muy entristecedor e incluso agotador enfrentarse a fantasmas.
P. ¿Nota cierto retroceso?
R. Desde luego que sí. Miro lo que hacíamos en La bola de cristal y disfrutábamos de una libertad de expresión y una liberta irreflexiva de reflexión fantástica. La gente celebraba que se hablase así. Ahora no, ahora todo se analiza, a todo se le da la vuelta y todo el mundo se ofende. Y claro, es agotador. Vivimos rodeados de desgraciados.
P. ¿Intenta romper con todo eso?
R. A través de mi grupo Los Toreros Muertos luchamos contra la solemnidad a favor de la fiesta, que es la libertad de expresión. Y con mi novela pues un poco también me permito ciertas licencias aunque intento controlar el lenguaje porque como miembro de lo que se llama la intelectualidad debo de expresarme con palabras cultas y no recurrir a vulgaridades. El lenguaje tiene tanta riqueza como para que releguemos las palabras comunes a la conversación y en blanco sobre negro escribamos el diccionario.
P. Después de Pepita, ¿qué otros proyectos tiene?
R. Ahora mismo, mi principal proyecto es ir a muchas ferias del libro. Me encantan esos ambientes, conocer a autores y a mis lectores y estar firmando en un puesto. Me parece fantástico. Y el 12 de abril presento en la Rivera la nueva gira de Los Toreros Muertos que se llama Estruendo folclórico y que, en la medida de lo posible, la quiero realizar con una verbena, El conejo de la Loles. Ha sido una idea fabulosa mezclar el combo punk con una charanga. Eso suena muy gracioso.