Los matrimonios Ángel Rama e Ida Vitale y Amanda Berenguer y José Pedro Díaz junto a José Bergamín (centro) en Uruguay en los años 50
Ida Vitale (Montevideo, 1923) es una de las poetas más importantes de la Generación del 45 de Uruguay, con autores tan heterogéneos como Idea Vilariño, Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti, Amanda Berenguer, Emir Rodríguez Monegal o Ángel Rama, entre muchos otros. Y aunque Vitale rechaza el criterio generacional para organizar la literatura, parece poco discutible que este grupo tuvo en común la actitud rebelde y la voluntad de liberarse del paternalismo institucional que, según el propio Rodríguez Monegal, sufrió Uruguay durante los 94 años de gobierno Colorado hasta 1958. Durante ese renacer literario, Ida Vitale se casó con Ángel Rama: tuvieron dos hijos y más tarde se divorciaron. Con su segundo marido, el escritor Enrique Fierro, la poeta huyó del golpe de Estado que sufrió su país en 1973. Su exilio mexicano duraría diez años, hasta que en 1984 los militares sometieron a plebiscito su permanencia en el poder. Acataron el resultado contrario y la pareja regresó a Montevideo para marcharse, años después, a Austin, Texas. Shakespeare Palace es la memoria del exilio de Vitale en México durante la dictadura uruguaya: el relato melancólico de una mujer de 95 años que conserva intactas la lucidez y la elegancia poética. Su escritura nos ayuda a comprender y valorar los pequeños quehaceres cotidianos que, al cabo, configuran nuestras vidas. Escribe para certificar su efímero paso por el mundo y para acreditar que no estuvo sola en ese paseo, que hubo hombres y mujeres con un nombre propio y una vida que merece ser recordada. En Shakespeare Palace, Vitale consigue una aleación bellísima y extraña de desorden y pulcritud, de recuerdos azarosos y análisis clarividentes. Ella transforma la bruma del pasado en una literatura radicalmente contemporánea: no cuenta en años sino en sucesos, y libera los acontecimientos del yugo del tiempo: un fulgor apenas que sin duda merece ser contado.Por estas memorias pululan celebridades como Gabriel García Márquez, Octavio Paz o Julio Cortázar; del mismo modo, desfilan poetas maravillosas y desconocidas como la mexicana Enriqueta Ochoa o la argentina Elena Jordana, fundadora de las ediciones de El Mendrugo donde publicó, sin ir más lejos, Nicanor Parra. En las memorias de Vitale hay también gente anónima: colegas y buena gente, vecinas divinas y caseros hermosos; como siempre, algún impresentable: vidas que ya fueron y que, sin embargo, se empeñan en no irse porque, como afirma la poeta, existen los “muertos-río”: seres queridos que siguen con nosotros mientras nosotros los pensemos. Vitale nos enseña que los seres queridos son extensiones de nosotros mismos, prolongaciones de nuestras carnes, tuétanos de nuestros huesos. Por eso, la poeta uruguaya convierte esta autobiografía en un homenaje a la vida de los otros: huellas y ausencias imborrables. Esta idea justificaría por sí sola la existencia de este libro que, más allá de un mero ejercicio sentimental, es una fuente riquísima de imágenes del D.F.: el canto de los clarines, el tráfico urbano, el sabor sin escapatoria del chile o el hacinamiento de los transportes públicos. El recuerdo de una lluvia de polvo asfixiante y la nieve sanadora casi mágica por inusual en México. Un día nevó en el monte Ajusco y la poeta uruguaya escribió: “Hacer bello lo otro / es gloria de la nieve”. La escritura de Vitale es enigmática y certera, metafórica y clarísima en la disección de las emociones más íntimas e intrincadas de la experiencia humana. Gracias a estas memorias, comprendemos el estupor y el peso del desánimo de quien es extranjero porque se ha visto obligado al exilio y accedemos a la extrañeza del recién llegado que desconoce el léxico cotidiano, esos otros nombres que les dan a las verduras y sin los cuales es imposible ingresar en la comunidad de acogida. A través de la experiencia de Vitale, entendemos qué significa tener amigos y haber nacido con suerte: ser privilegiada en un mundo terrible marcado por la raza y por la clase. Tuvo la fortuna de trabajar como profesora, traductora y periodista desde los primeros momentos de su llegada a México, el placer siempre de la escritura a pesar de todo. De la mano de la poeta uruguaya tomamos conciencia de cómo el tiempo opera en nuestro cuerpo y en nuestro modo de pensar y cuán importante es la generosidad. Shakespeare Palace es el nombre irónico y cariñoso que Enrique Fierro e Ida Vitale dieron a su primer hogar mexicano. Allí, al final de unas escaleras oscuras, la poeta descubrió que “contra lo sordo / te levantas en música, / contra lo árido, manas”. Estos versos del exilio nos recuerdan que el don de Vitale para el manejo del léxico no es exclusivo de estas memorias luminosas, sino que es una cualidad esencial y reconocible en toda su obra poética. Ella, Premio Cervantes 2018 y Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2015, sigue siendo poco conocida en nuestro país. Ojalá la lectura de Shakespeare Palace sirva para que ustedes lleguen a su poesía.En