Irene Lozano
Autora de ensayos como Lecciones para el inconformista aturdido, El saqueo de la imaginación o Lenguas en guerra, con Si sufrir fuera sencillo (Espasa) Irene Lozano (Madrid, 1971) se aventura por primera vez con la novela. Una ficción, eso sí, inspirada en la historia real de Claude Eatherly, el comandante americano que realizó el vuelo de reconocimiento meteorológico sobre Hiroshima antes de su bombardeo. En él se basa su personaje Richard Bainfield un excombatiente que llega a la base de Rota en 1962, donde coincidirá con Samantha Porter, la otra protagonista de esta historia. Ella, exiliada durante su infancia en Inglaterra junto con su madre, buscará sus propias respuestas en esta historia en la que la autora investiga sobre los límites de la responsabilidad, el sentimiento de culpa y de abandono, pero también del amor.Pregunta.- Con Si sufrir fuera sencillo escribe por primera vez una ficción, ¿cómo ha sido su experiencia?
Respuesta.- Pues la verdad, por un lado ha sido terrorífico porque es muy diferente. Un ensayo es cuestión de coger un argumento y desarrollarlo con toda su complejidad y sus ramificaciones pero una novela es una arquitectura. Es un edificio que tienes que ir construyendo y según lo que pongas pues eso determina lo que puedes poner encima. Como una casa, ¿no? Entonces te vas dando cuenta de que todo lo que vas haciendo va condicionando lo siguiente y todo tiene que quedar perfecto y quedar terminado. Es una manera de escribir completamente distinta que a mí a veces me aterrorizaba. Pero bueno, me ha inspirado mucho Hemingway que decía que lo más importante del primer borrador es terminarlo. Así que solo pensaba en terminarlo. Y cuando lo acabé ya fue cuestión de revisiones.
P.- Uno de sus protagonistas, Richard Barifield, está inspirado en Claude Eatherly, ¿cómo llegó a ese personaje?
R.- Hace unos cuantos años, por lo menos seis o siete, leí la correspondencia que Claude Eatherly mantuvo con el filósofo europeo Gunter Anders, el primer marido de Hannah Arendt, y conocí la historia de ese hombre, que es una historia muy impresionante sobre la culpa y los límites de la responsabilidad. A partir de ahí empecé a interesarme por él y a pensar en la novela, a combinar esa historia suya de la culpa con un interés que he tenido yo siempre, la idea del abandono, que es lo que representa la protagonista, Samantha. Un poco también para hablar de la complejidad de las relaciones humanas que es al final de lo que trata.
P.- Y lo que hace es trazar una especie de triángulo entre el sentimiento de culpa y de abandono pero también del amor, ¿no?
R.- Eso es. Son sentimientos muy presentes en la historia y también muy básicos. El amor siempre me ha interesado en la medida en que contesta a la pregunta de si vale la pena vivir. Creo que es uno de los motivos, al menos, pero muchas veces los problemas que tenemos para encontrarlo están relacionados con nuestro pasado más que con el presente. También es un poco lo que quería contar. Cómo a ellos su pasado, en un caso la historia de culpa, en el otro la historia de abandono, les tiene en soledad hasta que los dos, en ese proceso de conocerse primero a ellos mismos y luego al otro, llegan al amor.
P.- Ha mencionado antes que le interesaba indagar en los límites de la responsabilidad, ¿sabría decir dónde se encuentran?
R.- Esa es una de las grandes preguntas de nuestro tiempo. Otro tema que me interesa muchísimo es cómo la tecnología nos está cambiando la vida y cómo nos está faltando ese relato humanístico del que habla Gunter Anders al personaje real en las cartas. Cómo la tecnología hace que seamos capaces de hacer cosas que no somos capaces de imaginar. Él representa eso. Tú eres capaz de matar o de colaborar en la muerte de 100.000 personas pero no es posible para una mente humana imaginarse ser el autor de la muerte de esas 100.000 personas. Sencillamente son unas dimensiones que escapan a nuestra imaginación moral. Ese es uno de los grandes problemas de la responsabilidad moral y de la tecnología, ¿no? La muerte tiene que tener un autor y ese también es un poco el dilema que se le plantea a Barifield. ¿Quién es el autor de esas muertes de Hiroshima? Él lo que encuentra es que no es nadie. Y no lo es porque supuestamente los que lo eran fueron aclamados como héroes.
P.- ¿Y qué hay de real en su novela?
R.- Toda la historia que Barifield cuenta de su pasado se ajusta a la realidad. Investigué bastante sobre él. Traté de contactar con su hija, de hecho, pero no lo conseguí. El caso fue muy sonado en cierto momento en Estados Unidos en los años 50. Hay algunos libros ya publicados sobre su persona. Toda la parte relativa a su participación en la Segunda Guerra Mundial en Hiroshima como responsable del vuelo de reconocimiento meteorológico y luego todo su paso por el psiquiátrico de Waco, los distintos juicios... toda esa parte es real. Su convivencia con las otras personas con problemas mentales, los pequeños delitos que comete, lo de asaltar una oficina de correos, pagar con cheques sin fondos… eso es real. La fantasía empieza a partir de que él llega a Rota que es el presente en la novela. El pasado está a través de su evocación pero lo que ocurre en la novela es el presente. Y eso es lo que yo ya me invento.
P.- En cuanto a su protagonista femenina, Samantha, ¿se inspiró en alguien como en el caso de Richard Barifield?
R.- El de Samantha tiene algunos elementos autobiográficos como pienso que ocurre en todas las novelas, pero solamente algunos. Creo que quizás lo más peligroso de una novela es el proceso de autoconocimiento previo que exige al escritor. Previo y al mismo tiempo la propia novela es otro proceso de autoconocimiento.
P.- Y en ese proceso, ¿qué ha descubierto?
R.- He descubierto que lo realmente difícil de contar, que es lo que tiene interés, es todo lo relacionado con los sentimientos y las emociones. Durante muchísimo tiempo me ha parecido que lo importante era lo que ocurría en el mundo, los cambios políticos, los fenómenos históricos... y me he dado cuenta, no sé si por edad, madurez o por un cambio personal, que lo que decide nuestras vidas es nuestra historia emocional, nuestra historia sentimental, nuestras vidas privadas. Con esto no quiero quitar importancia a la política que influye mucho en nuestra integración como individuos en una sociedad, pero quizás yo no me había dado cuenta lo suficiente hasta qué punto las emociones y los sentimientos son tan definitivos.
P.- Todos los capítulos vienen encabezados por una palabra y su definición, ¿por qué?
R.- Son de las palabras que se llaman intraducibles, imposibles de traducir a ninguna lengua. Muchas de ellas, no todas, hacen referencia a emociones y sentimientos que, a pesar de que la palabra no existe en nuestro idioma, sí que identificamos el sentimiento perfectamente. Por ejemplo, una que me gusta mucho es iksuarpok, de la lengua inuit, que es ese sentimiento de expectación que nos hace asomarnos a la ventana cuando estamos esperando a que llegue alguien. Eso es un sentimiento, una sensación, que hemos experimentado todos. Y, sin embargo, en español no hay una palabra para eso pero cuando tu lees la palabra dices, esto es verdad, estoy yo lo he sentido. Aparte de que me encantan las palabras intraducibles porque yo soy filóloga y también he estudiado filosofía, lo que me interesaba de estas palabras era, por un lado, reflejar la complejidad de las emociones humanas y, por otro, esa universalidad que tienen. El que haya palabras en japonés que no tienes en español y que te hablan de un sentimiento que sí tienes, nos habla de una universalidad de los sentimientos que son importantes en la vida de un ser humano.
@mailouti?