Daniel Pennac
Diecisiete años después, el escritor francés Daniel Pennac (Casablanca, 1944) ha decidido rescatar a su carismático personaje Benjamin Malaussène, el protagonista de su más célebre saga. Publica ahora en español con Random House El caso Malaussène 1. Me mintieron, la séptima entrega de las aventuras del escritor y detective que lanzaron a Pennac a la fama desde su primera aparición en 1985. Lo ha presentado en Madrid, en el Espacio Fundación Telefónica.Sin embargo, avisa el escritor, que nadie espere encontrar ni un ápice de nostalgia en este libro. Que vuelva ahora a él no implica que eche de menos las circunstancias que rodearon su creación. "Lo único que echaba de menos era el estilo, la forma concreta de escritura de la saga Malaussène. Estas novelas requieren un estilo muy diferente del de otros libros, una forma de escribir más metafórica, oral, musical, rítmica… Con Malaussène puedo tomar distancia gracias al humor". Con la recuperación de la saga no pretende, pues, recordar aquellos tiempos pasados, sino retomar un proyecto literario.
El humor es fundamental en la saga Malaussène porque, según el autor, "sitúa lo trágico a cierta distancia para poder analizarlo, ayuda a desdramatizar las situaciones más horribles. El humor, tanto en la vida como en la literatura, nos ayuda a volver a vivir, a resucitar. Cuando alguien sufre, el humor ayuda a transformar la naturaleza de ese sufrimiento, a convertir el dolor en risa. Y, una vez aparece la risa, podemos ponernos serios".
Mucho ha cambiado todo desde que el mundo vio por última vez a Benjamin Malaussène en Entre moros y cristianos (escrita en 1996, aunque publicada en español en 2013). "Siempre he tenido la sensación de que todo cambia constantemente, desde las primeras novelas. El mundo ha tenido tiempo de cambiar por completo desde la primera novela: ha caído el muro de Berlín, ha desaparecido el Partido Comunista Francés, el Partido Socialista prácticamente también… Hemos vivido también la aparición de la electrónica y las redes sociales. Absolutamente todo es diferente", explica.
Y esos cambios son, precisamente, los que permiten al autor dar rienda suelta a su personaje y a su capacidad de observación. Malaussène, alter ego de Pennac, se caracteriza, por encima de todo, por su ingenio mordaz y su papel de espectador. Todo lo observa y todo lo analiza. "Eso es, quizá, lo más interesante del regreso del personaje -afirma el autor-, que todo ha cambiado, pero Malaussène sigue ahí, más viejo, pero aún observando".
La nueva situación del mundo, especialmente en lo referente al sistema del trabajo, la literatura, es descrita de una forma muy aguda por Pennac, que disecciona sin piedad a la sociedad francesa en sus diferentes niveles. Pero "no es una crítica -advierte-, sino una constatación, un comentario. Mi oficio, como escritor, no es polemizar sino observar y describir, y eso el lector puede interpretarlo si quiere como una crítica".
Uno de los sectores que salen peor parados de esa "descripción" es la literatura y el sector editorial, especialmente la autoficción, "esa corriente literaria monomaníaca", y "esos autores que están convencidos de que poseen la verdad objetiva, la verdad verdadera. Los autores de este estilo se creen poseedores de una verdad suprema que agota todas las demás verdades subjetivas. Y ellos mismos, al escribir, se convierten en personajes literarios que pretenden que no existe ningún tipo de intimidad".
A pesar de lo terrible de la nueva situación descrita (con un sector laboral plagado de depredadores capaces de dejar a miles de trabajadores en la calle sin el menor escrúpulo), Pennac no cree que hayamos perdido nada. "En cada periodo de la Historia, la sociedad ha sido mejorable, y bien sabemos que ahora mismo lo es. Pero, al mismo tiempo, las fuerzas consumistas la mantienen en un estado de enorme mediocridad humana permanente. Lo más curioso de nuestra sociedad contemporánea es que está siempre atenta a retratar su propia desaparición, su muerte, y a exhibirla (por ejemplo, los telediarios están llenos de imágenes de guerra y destrucción)".
Las generaciones jóvenes siempre han pensado que los tiempos pasados fueron mejores que los suyos, en opinión del escritor. "Esos catastrofismos son siempre exagerados, y yo les digo a las nuevas generaciones que mi época no fue mejor que ésta. Durante mi juventud, vivíamos con un miedo permanente por la amenaza atómica, existía esa terrible separación entre este y oeste, la Guerra Fría era un peligro constante, existía mucha mayor pobreza en Europa, teníamos también las duras guerras coloniales, la medicina estaba mucho más atrasada…". Es cierto, reconoce, que ahora la situación no es precisamente esperanzadora, con el auge inquietante de los nacionalismos y la sombra del terrorismo que se cierne sobre el mundo, "pero hay muchos elementos luminosos a los que no hacemos caso. Los jóvenes, por naturaleza, deberían huir de esas ideas tan pesimistas".
Pone un ejemplo del pesimismo natural del ser humano: "Ahora se dice mucho que los niños y adolescentes no leen. ¡Pero es que eso ya se decía cuando yo era joven!". El escritor, autor de Como una novela, uno de los libros que más han contribuido al fomento de la lectura, ha sido siempre un firme defensor de la necesidad de la lectura, pero siempre desde una actitud partidaria de desdramatizar la posición de los adultos frente a los niños a los que no les gusta leer. Cree conocer la solución, la forma de conseguir que los niños lean. "Lo primero que hay que hacer cuando se tiene un hijo es leerle cuentos y contarle historias. Pero, cuando empiecen el colegio, es importantísimo no dejarles de leer. Justo cuando empiezan a aprender a leer y escribir es cuando no podemos abandonarlos. Ellos creen que ya saben leer, y es fácil creerles, porque se ve que pueden leer las palabras de los carteles, pero eso no significa que entiendan lo que leen. Hay que seguir a su lado, porque ese es un momento privilegiado, es la puerta de la literatura". Además, señala que "nunca hay que castigar a un niño sin ese momento. La relación de los padres y el hijo en el terreno de la literatura debería ser terreno sagrado, un momento de reconciliación. El resto del día, con todas las demás decisiones, es la guerra, pero la noche y la lectura es una tregua, un remanso de paz".
Por último, Pennac ha querido reflexionar acerca de cómo ha cambiado él en todo este tiempo. "Ya soy un hombre mayor. He perdido a mucha gente por el camino. Mi familia ha muerto, igual que muchos de mis amigos. Y el escritor que hay en mí piensa en la posibilidad de recuperarles -no de resucitarles, aclara, sino de dejar constancia de lo que han vivido-. Hay preocupaciones y descubrimientos que llegan sólo con la edad y la experiencia de la pérdida. Son estas pérdidas las que nos hacen cambiar". Y lanza además un último consejo: "Yo he aprendido que, en la vida, es importante acoger a quien te acogió, acompañar a tus seres queridos hasta el final de sus vidas y, cuando llegue la muerte, darles las gracias y decirles '¡hasta luego!, para que no tengan miedo. No hay que tener miedo a la muerte. Acompañar a los demás es lo que da belleza a la vida".