Sam Shepard retratado por su amiga Patti Smith
Yo por dentro, el críptico nuevo libro de Sam Shepard (1943- 2017), ha recibido la etiqueta de obra de ficción, aunque su protagonista -un escritor y actor que vive en un lugar que recuerda muchísimo a Santa Fe- tenía un parecido más que aparente con el autor. Como su amiga Patti Smith dice en el prólogo, este personaje (“un solitario que no quiere estar solo”) es, al mismo tiempo, “parecido a él y no es él en absoluto”. Al igual que muchos de sus cuentos y obras de teatro, el relato de Shepard explora las confusiones de identidad, el pulso entre libertad y raíces, y las disonancias de la vida familiar difíciles de borrar. Más concretamente, recuerda a Una mentira de la mente, la revulsiva pieza teatral de 1985 que gira en torno a las ferozmente conflictivas relaciones de un hombre con su padre y una mujer, y a sus esfuerzos por enmendar un pasado -o, al menos, para hacer las paces con él- que se desvanece al tiempo que se cierne sobre el futuro. En este caso aparece su esposa, de la que el protagonista está separado desde hace casi 30 años y con la que tuvo dos hijos. La pareja todavía se hace cordiales visitas de vez en cuando, en las que rememoran el tiempo pasado con su hija y su hijo, y “lo asombroso que es que dos vejestorios tercos y ariscos como nosotros engendrásemos a unos niños tan dulces y tranquilos”. Pero también hay otras mujeres: la Chica del Chantaje, como él la llama, mucho más joven, que desaparece repentinamente de su vida, probablemente debido a su “desinterés, o sea, no le mandaba mensajes de texto”; Felicity, la novia de su padre, también mucho más joven que este, que lo sedujo cuando tenía 13 años, y una larga lista de parejas a las que el protagonista invariablemente abandonó o ahuyentó. Los recuerdos de todas ellas, junto con los de sus papeles como actor, sus viajes y las hazañas de su infancia, se entretejen entre sí y con sueños, fantasías y alucinaciones al estilo de El Bosco. El efecto general recuerda a 8 ½, la obra maestra de Fellini de 1963, en la que lo real, lo surreal y lo imaginado convergen a medida que el director de cine que la protagoniza evoca a las mujeres que han pasado por su vida. También recuerda a Empieza el espectáculo (la película de Bob Fosse de 1979 inspirada en 8 ½), incluidas las pesadillas alimentadas por las drogas, el alcohol o el estrés, y una repentina crisis de salud.
En esta historia pasado y presente se confunden y las fronteras entre un actor y sus papeles se vuelven fluidasIgual que en las obras dramáticas del autor, en esta historia el pasado y el presente se confunden y se solapan, igual que las fronteras -entre, pongamos, un actor y sus papeles o un escritor y sus creaciones- se vuelven fluidas y porosas. Sin embargo, Yo por dentro tiene más de novela que otras obras anteriores, como Cruzando el paraíso (1996) y El gran sueño del paraíso (2002), que eran esencialmente álbumes de fragmentos narrativos conectados por el estado de ánimo y el tema, a la manera del jazz. La obra puede parecer improvisada e impresionista, pero sus piezas están pegadas entre sí, como un collage, por la percepción del protagonista, un arquetípico macho. Shepard envuelto en una batalla edípica con el cascarrabias de su padre y atrapado en una dinámica pasivo-agresiva con sus novias, cuya compañía anhela y desdeña al mismo tiempo. Como dice del personaje que interpreta en una película, tener sensación de exilio es crucial. “La sensación de estar ‘separado' como forma de vida. Cómo llega a pasar que un ser humano quede abandonado a la deriva”. Tales cavilaciones serían enojosamente abstractas si Shepard no las hubiese fundamentado en descripciones del mundo que habita su protagonista observadas con minuciosidad. El autor conjura el “radiante sol del sudeste que se derrama” sobre “los blancos coches de un aparcamiento” y los recuerdos de un viaje de juventud en el Ford de un amigo con “los Stones a todo volumen” en la radio, una mujer en el asiento trasero, “y botellas de morapio Ripple y bolsas llenas de anfetas y los vientos calurosos del verano soplando varas de azahar por las ventanillas”.
En un pasaje digno de su disparatada obra de teatro de 1980 El verdadero Oeste, describe cómo la frontera ha dejado paso a un sucedáneo del Oeste. En él aparece una ciudad en la que los hombres maduros, que parecen “ataviados como diversas versiones de caricaturas de la antigua Santa Fe -tramperos, vaqueros, chamanes comanches, hierberos, etcétera- se embuten en Porsches descapotables o en Audis deportivos”, y las mujeres de mediana edad beben con avidez “agua vitaminada de botellas de plástico verde amarillento”. Una precisión semejante acompaña a las descripciones que hace Shepard de los recuerdos y los temores de su protagonista. Al rememorar la primera vez que tuvo relaciones sexuales con la amante de su padre, recuerda que veía animales diminutos que fluían de su boca: “Podía sentir cómo se posaban en mi cara y trepaban a través de mi cabello buscando un lugar donde esconderse. Cada vez que ella gritaba, los animales manaban en pequeñas nubes como minúsculos jejenes: pequeños dragones, peces voladores, caballos sin cabeza”. Estas escenas recordarán a los admiradores del autor las imágenes surrealistas que proliferan en sus piezas teatrales y que son al mismo tiempo proyecciones febriles de las fantasías de sus personajes y símbolos densamente complejos utilizados para crear un paisaje metafórico al más puro estilo buñuelesco. Puede que Yo por dentro sea un trabajo menor dentro de la obra del autor, pero ofrece una afilada síntesis de los temas que le preocuparon a lo largo de su vida, y funciona como una especie de piedra de Rosetta para piezas tan destacadas de su producción como Locos de amor, Una mentira de la mente, Niño enterrado y El verdadero Oeste. @michikokakutani © New York Times Book ReviewYo por dentro