Edith Warton, retratada por E. F. Cooper
La audacia y el refinamiento son dos virtudes que suelen aparecer por separado, pero en algunas personalidades extraordinarias concurren simultáneamente. Edith Wharton (Nueva York, 1862-Francia, 1937) es una de esas raras excepciones donde el coraje y la delicadeza fluyen a la vez, regalándonos estampas tan insólitas como sus paseos en motocicleta por el frente durante la Gran Guerra. Sus artículos sobre la encarnizada lucha de trincheras resultan tan sinceros y convincentes como sus libros sobre paisajismo y decoración de interiores. Nacida en el seno de una adinerada familia que le proporcionó una esmerada educación, Edith viajó a Europa en infinidad de ocasiones, pasó largas temporadas en París y trabajó como voluntaria de la Cruz Roja, obteniendo la Legión de Honor por sus servicios. Al mismo tiempo, amó a hombres y mujeres asumiendo con naturalidad su bisexualidad, pero sin adoptar la actitud desafiante de Oscar Wilde, con el que mantuvo una estrecha amistad. En 1921 se convirtió en la primera mujer galardonada con el premio Pulitzer por su novela La edad de la inocencia. Autora prolífica, nos ha legado una vasta colección de novelas, ensayos y cuentos. Páginas de Espuma publica ahora el primer volumen de sus relatos completos. Excelentemente traducidos al castellano, componen un rico mosaico de pasiones, ilusiones y decepciones que evidencian la madurez prematura de un estilo volcado en la recreación y estudio de la sensibilidad femenina.Wharton revela desde sus inicios un agudo conocimiento de la psicología humana. Su prosa recrea con maestría las emociones de hombres y mujeres, apuntando que las diferencias de sexo se diluyen en el terreno común de la insatisfacción. Su primer cuento, "Las vistas de la señora Manstey", ya contiene algunas de las claves de su universo narrativo: la vida interior, la perspectiva estética, el amor por las cosas pequeñas, los afectos frustrados, el aislamiento emocional, la imposibilidad de conocer a los otros, la inevitable caducidad de la existencia. La señora Manstey vive sola en una vivienda alquilada. Viuda y sin apenas contacto con su única hija, no tiene otro aliciente que disfrutar de las vistas de una ventana. Su día a día se reduce a contemplar un magnolio, un castaño de indias, un lilo. La rutina de sus vecinos, apenas atisbada, completa su experiencia cotidiana. Su escasa dicha se desvanecerá cuando la propietaria del edificio colindante decida hacer obras en su patio, ocultando las vistas. La pequeña tragedia de la señora Manstey constituye el punto de partida de un universo narrativo en expansión, donde proliferan los matrimonios desgraciados, las reuniones de alta sociedad, y los artistas sin talento.
Los cuentos reunidos en este primer volumen abarcan el período comprendido entre 1891 y 1908. Aún no se había producido el drama de la Primera Guerra Mundial, pero la sociedad norteamericana todavía vivía traumatizada por las heridas causadas por la guerra de secesión. Wharton se muestra muy crítica con la alta sociedad, pero, aunque ya se advierten los signos de su decadencia, se intuye que los nuevos tiempos no serán mejores, sino diferentes. Edith Wharton no desciende hasta las turbias aguas donde se interna la extraordinaria prosa de su querido amigo Henry James, pero retrata con minuciosidad, humor y lirismo las vicisitudes de mujeres resignadas a la infelicidad, hombres atormentados por un error del pasado, jovencitas que sueñan con una inexistente plenitud. La escritora insinúa que el arte puede ser un consuelo, pero no oculta que muchas veces sólo es una trampa que aleja de la vida. No me parece desatinado describir a Wharton como una lúcida cronista del desencanto. Sus cuentos no son sombríos, pero casi siempre nos envuelven en la melancólica luz del atardecer.
@Rafael_Narbona