Roberto Saviano. Foto: Maki Galimberti
El autor de Gomorra, todavía bajo amenaza, presenta en España La banda de los niños, su primera novela, donde narra el sanguinario auge de los capos juveniles en Nápoles.
Volver a Madrid le produce a
Roberto Saviano (Nápoles, 1979) sensaciones encontradas. Fue a esta ciudad donde llegó a escondidas después de la 'fatwa' lanzada contra él por el clan de los Casalesi, enrabietado por las revelaciones de
Gomorra, libro del que ha vendido millones de ejemplares por todo el mundo. Recuerda que estuvo viviendo cinco meses, como un prófugo, en un piso frente al Museo del Prado. A pesar de la presión de entonces, guarda un buen recuerdo de la estancia. Y sigue sintiéndose muy agradecido a la Guardia Civil, uno de los primeros cuerpos armados que accedieron a responsabilizarse de su seguridad.
La amenaza sigue pesando sobre el escritor napolitano, que sabe que arruinó su vida al escribir aquella larga crónica sobre los tejemanejes de la Camorra. Hoy se arrepiente de su osadía y de su falta de prudencia a la hora de medir los riesgos. Pero es que era demasiado joven: sólo 26 años. Mucho más jóvenes son los protagonistas de
La banda de los niños (La paranza dei bambini), la novela sobre la que charla con El Cultural en una estancia del Instituto Italiano. Saviano se ha adentrado por primera vez en la ficción para contar la tragedia de los adolescentes metidos a mafiosos.
Un fenómeno en auge, que delata la falta de esperanza en los oficios honrados de la juventud napolitana (y de tantas otras urbes). Con apenas 14 o 15 años son auténticos killers despiadados que manejan arsenales de armas y venden droga a mansalva. Igual que Franco Rosi en su emblemática película
Las manos sobre la ciudad, Saviano sigue una regla: "Los personajes y los hechos narrados son imaginarios, es auténtica, sin embargo, la realidad social y ambiental que los produce".
Pregunta.-El sustrato de esta ficción es la floración de capos mafiosos adolescentes. ¿Por qué prefirió contarla como una novela en lugar de un largo reportaje, a la manera de
Gomorra?
Respuesta.-Porque quería adentrarme más en la psique de los personajes. No quería contar la realidad sino inspirarme en ella. Pero
todo lo que cuento es verdadero, sólo que lo filtro con las técnicas de la ficción narrativa. Así puedo mostrar sus sentimientos o reconstruir por ejemplo una conversación telefónica entre ellos. Esto es importante porque así consigo que no parezcan meramente monstruos, emerge su lado humano.
P.-¿Por qué cree que ha descendido tanto la edad de los camorristas?
R.-Bueno, esto no es un fenómeno exclusivamente napolitano. Basta echar una ojeada a las periferias de ciudades como Madrid o París. En Nápoles las razones son varias. Por un lado, los capos históricos están casi todos encerrados, en arresto domiciliario o directamente en la cárcel. Han dejado un vacío en las calles. Y el poder no tiene dueño, está ahí para quien ose tomarlo. Y quien lo ha hecho son estos jóvenes que, como todos los jóvenes, no conocen el miedo ni calibran las consecuencias de seguir ese camino. Yo los he visto en los juicios. Cuando les caen condenas de 20 años, ríen y aplauden. Por otro lado,
la esperanza de los jóvenes está bajo mínimos después de la crisis. Saben que su abnegación y su esfuerzo para trabajar en algo vocacional será estéril en la mayoría de los casos, así que prefieren coger un AK47 para hacer dinero rápido. Es una pena porque son jóvenes con mucho talento, podrían ser óptimos emprendedores.
P.-Por eso, de alguna manera, esta novela es una auténtica tragedia, porque muestra por qué todo ese talento acaba utilizándose para delinquir, ¿no?
R.-Lo es. Hay que tener en cuenta que estos muchachos se las apañan para levantar pequeños imperios del narcotráfico. Gestionar una plaza para traficar es una tarea muy complicada. Tienes que tener la cabeza muy bien amueblada. Debes crear un canal de distribución del estilo de una gran superficie comercial, debes tratar con la policía para que miren para otro lado, debes pagar a los centinelas que controlen los accesos, debes calibrar la calidad de la droga, tratarla, manejar las armas... Y todo esto lo hacen chavales de 16 años. El capo juvenil en el que yo me inspiro tenía ya dos hijos con 18 años.
En su 19° cumpleaños les dijo a todos sus amigos, en Facebook, vamos a celebrarlo a lo grande porque no creo que llegue vivo a los 20. Y así fue: lo mató un francotirador apostado en el tejado de un edificio.
P.-La historia de esta 'paranza' recuerda mucho a la Banda della Magliana: chicos marginales que llegan a ser 'los reyes de la Roma' gracias a su determinación casi suicida.
R.-Sí, cierto. De hecho, la Magliana nunca se llamó clan o mafia, sino banda. Eso es un matiz importante. La banda nace de la nada, no pertenece al sistema mafioso, no procede de la tradición familiar, surge por generación espontánea y se inserta en la vida criminal. De este tipo de bandas hay en todas las grandes ciudades, insisto, lo que pasa es que en el sur de Italia tienen acceso a arsenales de armas que proceden las mafias históricas. Estos niños se han criado en un ambiente paramilitar. Esa la diferencia que hay entre, por ejemplo, Madrid y Nápoles.
P.-Ha dicho muchas veces que se arrepiente de haber escrito
Gomorra como lo hizo, porque le ha destrozado la vida. ¿Cree que si la hubiera escrito como una ficción ahora no estaría perseguido?
R.-Sí, para protegerme a mí, sin duda, hubiera sido mucho más prudente pero, cuando escribí
Gomorra, sólo se hablaba de la mafia en Sicilia, por eso debía aportar pruebas para certificar la realidad que denunciaba.
P.-Hablando de ficción y mafia. En el Festival de Venecia ha dado mucho que hablar
Amore y malavita, un musical cómico sobre la violencia camorrista en Nápoles. ¿Qué le parece que se abordé en clave humorística este tema?
R.-Me gusta que se cuente así, es algo que se ha hecho más veces. Es muy napolitano lo de reírse de sus propios problemas, y está bien.
P.-Decía uno de los directores, que son dos hermanos, que este musical suavizaba el exceso de
gomorrismo que pesa sobre la ciudad, como si sus libros hubiesen manchado su imagen.
R.-Eso también es muy napolitano, muy italiano por extensión, sospechar del que denuncia las cosas negativas que padece su entorno.
A nadie se le ocurre, por ejemplo, reprocharle a Scorsese haber difamado Nueva York por sus películas violentas. O a los creadores de Breaking Bad de haber difamado Alburquerque. O a
Los Soprano de haber difamado Nueva Jersey. Y de todas formas, a Nápoles siguen llegando miles y miles de turistas, aunque continúa habiendo tiroteos de los clanes en las calles del centro y no funcione bien ninguna de sus infraestructuras. El transporte público es un asco. Mi libro, en realidad, no afectado tanto como dicen. El terrorismo islamista ha hecho que a Italia se viaje en masa, más todavía que antes. La mayoría de los napolitanos se está dividiendo la casa para acoger los turistas y cobrarles 10 euros al día.
P.-Mencionaba
Los Soprano.¿Le incomoda ese retrato del lado patéticamente humano de los gangsters, que al final conduce a vincularnos emocionalmente a ellos?
R.-Me encantó la serie, desmonta todo ese lado épico reflejando la cotidianidad mafiosa: las discusiones de Tony con su mujer, su hijos, su tratamiento psicoanalítico... Es importante no reflejarlos como monstruos ni no como mitos inexpugnables. Vemos que su modus operandi, el chantaje, el aislamiento, las estrategias para alcanzar el poder, nos resulta familiar: es lo que vivimos en nuestro trabajo y en nuestra familia, sólo que sin llegar a la violencia cruenta. Por eso
me gusta escribir de la mafia y los mafiosos, porque ellos te desvelan el verdadero funcionamiento de la vida, sin hipocresía: ellos tienen claro que este mundo es una mierda y que sólo hay dos categorías: los que joden y los que están jodidos, no hay otra alternativa. Al estudiarlos, además, topas con el materialismo subyacente a todas nuestras relaciones. Un materialismo, eso sí, sujeto a unos códigos casi místicos.
P.-Y míticos. Existe una la leyenda de que los tres clanes del mezzogiorno italiano fueron fundados por caballeros españoles. Detrás de casi todas las leyendas hay una verdad subyacente. ¿Aquí también?
R.-Sí, yo creo que sí. Los gobiernos españoles en el sur de Italia siempre se apoyaron en bandas para dominar las calles. La prostitución en Nápoles la controlaban los españoles, igual que las timbas de los juegos de azar. Los napolitanos, salernitanos, calabreses, sicilianos debían pagarles para entrar en el tinglado.
Nápoles, por lo demás, sigue siendo claramente una ciudad española. Si yo le hablo en napolitano, seguro que me entendería muy bien. El apellido González sigue siendo muy común allí. 'Paranza' es una palabra española aunque aquí ya no la uséis. El famoso rebelde Massaniello no quería romper con España, al contrario, quería construir un puente desde Nápoles hasta Madrid. Su revuelta iba contra los representantes del virreinado. Sabía que si trataba directamente con Madrid, la capital del imperio, a Nápoles le iría mucho mejor.
P.-También la obsesión por el honor, tan española, para lo bueno y para lo malo, está muy presente en la conducta mafiosa.
R.-Cierto. Una mirada a alguien puede desencadenar un desenlace fatal. No se puede mirar a la cara a quién no te ha autorizado. Es como los gorilas, que no pueden mirarse cara a cara porque, si no, se agreden.
P.-Umberto Eco dijo que usted era un héroe nacional. ¿Qué significó una declaración así, viniendo de un personaje de su talla intelectual?
R.-Lo hizo para protegerme. Él entendió que realmente estaba en peligro y se lo agradezco mucho. Igual que a todos los que me apoyaron en su momento: Salman Rushdie, Spike Lee, Desmond Tutú, Gorbachov, Pamuk... Fueron generosísimos y muy oportunos porque durante el gobierno Berluscon... [Saviano tuerce el gesto, dando a entender que, si de
Il cavaliere hubiese dependido su seguridad, la cosa se habría puesto muy difícil para él]. Pero, de todas formas,
la palabra 'héroe' no me gusta: porque los 'héroes' están muertos.
P.-¿Cree que el Estado italiano podría hacer más para que usted volviera a ser libre?
R.-El problema de mi seguridad es que yo me he convertido en un símbolo. Ya no es una cuestión italiana exclusivamente. En México me advertían que yo allí también podría ser un objetivo de los cárteles. Sus miembros saben que, si me matan, se ganarán todas las portadas de los periódicos de todo el mundo por unos días. Matarme a mí sería un muestra de poder.
La única forma de recuperar mi libertad es desaparecer, perderme (no en Calabria o Sicilia, claro) y dejar de escribir artículos y libros.
@albertoojeda77