Laura Castañón. Foto: Alejandro Nafría
La escritora publica su segunda novela sobre la memoria en la que explora el funcionamiento del recuerdo, la culpa y los mecanismos del mal a partir de un relato construido a cuatro voces.
Con su última novela,
La noche que no paró de llover (Destino), Laura Castañón (Revallines, 1961) continúa el proyecto literario sobre los entresijos de la memoria que ya inició en 2013 con
Dejar las cosas en sus días (Alfaguara). Un ciclo de "memorias, desmemorias y olvidos", según explica la escritora a El Cultural, que podría extenderse, como mínimo, hasta una cuarta novela.
Castañón, que dirige talleres literarios e imparte cursos de creación literaria, literatura y comunicación, subraya que, al contrario que en su primera obra, "donde tenía más importancia la memoria colectiva", en esta ocasión "la historia se construye a través de la exploración de la memoria del personaje principal". Valeria, una octogenaria que acude a terapia para poder enfrentarse a su propio pasado familiar. De su mano, el relato se sumerge en la historia de los Santaclara hasta ahondar en las heridas de la guerra civil, los celos, las envidias y las relaciones fraternales. Sin embargo, se trata de un relato algo engañoso o poco fiable. "
Aunque inevitablemente se indaga en la historia de la ciudad de Gijón, se hace desde la perspectiva de la protagonista- advierte su autora-. Es su visión, absolutamente subjetiva de lo que ocurrió en la ciudad a lo largo de varias décadas".
Pregunta.- El relato que Valeria va construyendo en sus sesiones con Laia, no solo se trata de una versión subjetiva de la historia, sino que además está sujeto, de algún modo, a la forma en la que ella lo recuerda. ¿Le obsesiona el funcionamiento de la memoria?
Respuesta.- Sí, sí que me obsesiona. Me preocupa mucho el paso del tiempo y la capacidad que tiene para modificar los recuerdos, seleccionarlos y condenarlos o no al olvido. Ocurre tanto en el ámbito individual como en el colectivo. Somos memoria, es lo único que realmente nos convierte en lo que somos de verdad, más allá de cualquier otro elemento.
En lo colectivo me resulta muy preocupante la pérdida de la memoria y la transformación de la historia. Creo que las sociedades solo se mantienen en pie si son capaces de gestionar su biografía colectiva. Ya sé que cualquier pasado es mentira, especialmente en el plano individual nuestros recuerdos siempre sufren transformaciones, pero incluso esa capacidad para retorcer, para forzar la realidad a partir de los procesos de la memoria, me resulta muy atractiva.
P.- ¿Es de la opinión, como dice
Almodóvar, de que
abrir las fosas "es cerrar las heridas y terminar de una vez con la guerra civil"?
R.- Sí, claro. Cuando salió mi primera novela su título,
Dejar las cosas en sus días, hizo que la pregunta que más veces me formularan fuera si consideraba que había que dejar las cosas en sus días o no. Sigo pensando lo que decía entonces. La novela no daba una respuesta a aquello, más bien trataba de conseguir que el lector se lo planteara.
Personalmente opino que sí que hay que dejar las cosas donde están pero cuando todo esté resuelto, cuando los muertos que aún están en las cunetas y las fosas descansen donde sus familiares consideren oportuno y recuperen la dignidad arrebatada. Cuando eso suceda claro que se pueden cerrar definitivamente las heridas y claro que se pueden dejar las cosas en sus días. Pero sin olvidarlas ¿eh?, manteniendo siempre la memoria.
P.- El olvido, la memoria y el perdón, son algunos de los temas en los que indaga en esta ocasión. ¿Son los tres una misma cosa? ¿Existe el perdón sin olvido? ¿Y sin memoria?
R.- Son caras del mismo poliedro al que añadiría también la culpa y la redención. Conseguir resolver todos los conflictos que plantean puede llevarnos toda la vida en lo personal y en lo colectivo ni te cuento.
P.- Un poco relacionado con lo anterior, en
La noche que no paró de llover también investiga sobre la capacidad de provocar el mal y el sentimiento de culpa...
R.- Sí, era lo que comentaba antes. En esta novela se abordan tres tipos distintos de mal causado: aquel que se hace con consciencia y del que se conocen las consecuencias, el que creemos haber causado, lo que nos provoca una enorme culpa, y, sin embargo, no tiene repercusión alguna, y, por último, el que se infringe sin querer, de forma inconsciente, pero es capaz de destruirle la vida a alguien.
Valeria Santaclara tiene en su biografía motivos suficientes para tener que lidiar con la culpa por el mal que ha generado. Y se encontrará con más de una sorpresa.
P.- Precisamente Valeria, una de sus cuatro protagonistas, se presenta como un personaje algo tedioso, con unas ideas muy rígidas y encorsetadas en la historia que le han contado y ha decidido creer. Pero tiene un lado algo entrañable también que al final despierta cierta ternura y que tiene que ver con ese empeño suyo en conseguir la perfección a cambio de recibir algo de cariño. ¿Es su personaje preferido?
R.- En parte sí lo es, aunque yo
suelo enamorarme de personajes muy secundarios que me lo hacen pasar muy bien, como la madre de Emma en esta novela o como el jardinero de la casa de Pomar, Migio, en
Dejar las cosas en sus días. Al margen de eso naturalmente que Valeria me apasionó desde el principio como personaje. Y me gusta muchísimo algo que me suelen decir los lectores siempre y que tiene que ver con eso mismo que acabas de formular. El modo en que, a medida que transcurre la historia de Valeria, vamos descubriendo pequeños detalles de su biografía, actitudes suyas, que sin abandonar esa rigidez que la caracteriza y que ha convertido en el principio rector de su existencia, la vuelven más humana, de forma que acabamos entendiendo cuánta soledad carga en su equipaje, lo sola que la ha dejado siempre su sentido del deber y el modo en que ha abrazado sin rechistar la vida que se supone que había de tener.
P.- Si con algún personaje podría llegar a rivalizar, en cuanto a tragedia familiar, sería con Feli, de Felicidad, la empleada de limpieza de la residencia... En la novela le da mucha importancia a los nombres, ¿existe un factor determinante en ellos?
R.- Muchísimo.
Para mí los nombres tienen un papel fundamental a la hora de crear un personaje. Siempre digo que les dedico el mismo tiempo que podría dedicárselo a la elección de un nombre de un hijo. Solo cuando encuentro el adecuado, el que de verdad le corresponde al personaje, soy capaz de trabajar con él. A veces lo es porque le corresponde por una cuestión social (de época, de circunstancias familiares), porque funciona como símbolo o justamente como contraste. Cuando un nombre resulta "raro" o inhabitual, siempre hay una razón para ello. Pasa en esta novela, por ejemplo, con 'Gadea', que no era un nombre propio de la época, pero hay una buena razón para ello.
P.- ¿Qué papel juegan Laia y Emma, las otras dos voces narrativas, en su texto?
R.- Son el contrapunto de Valeria en muchos aspectos: por la edad, por sus circunstancias vitales, por el modo en que abordan la existencia, por muchas cosas...
Son también la ciudad actual frente a la ciudad evocada. Y participan, a pesar de esas diferencias tan enormes, en cuestiones que parecen un conflicto eterno, como el tema de la maternidad, aunque tenga manifestaciones tan distintas en unas o en las otras. Por otro lado, son tan distintas entre sí, que también aportan una visión muy amplia de las cuestiones que les afectan.
P.- ¿Y Gijón?
R.- Gijón es un personaje más. Empezó siendo un escenario. La historia surgió porque una madrugada en que llovía sin parar aquí, en mi ciudad,
Valeria Santaclara irrumpió en mi insomnio y me contó su historia. Y sucedía en Gijón, porque la casa de la Plaza San Miguel ya estaba ahí en ese origen, y el mar y las calles. Pero más allá de eso, a medida que empezaba a escribir, me di cuenta de que el protagonismo de la ciudad crecía, que tenía vida propia e historia, que la ciudad de la infancia de Valeria en los años treinta era muy distinta del Gijón de los años ochenta en que vive Olvido, la sobrina de Valeria, o del actual por el que transitan Emma y Laia y sus contradicciones.
Tiene tanta vida como el resto de los personajes y me hace muy feliz que así lo estén viendo los lectores.
P.- ¿Por qué sus voces son todas femeninas?
R.- Eso me lo preguntan mucho y suele insistirse en si es el resultado de algún tipo de intencionalidad, casi de militancia. Francamente, no lo es. Quiero decir, no hubo una premeditación. Tenía claro que el personaje principal era una mujer y me gustaba que su interlocutora en la terapia también lo fuera. Que Laia tuviera una pareja femenina surgió porque sí, sin que me hubiera planteado ninguna opción posible. Y Feli me temo que responde al hecho de que la mayor parte del personal de limpieza y de cuidados en una residencia (y esa era la función del personaje) son mujeres. Pero esto es un análisis que me hago a posteriori.
En el momento en que surgió la historia, insisto, no hubo premeditación alguna, ni intencionalidad. Aunque tengo que reconocer que me gusta mucho que haya sido así.
P.- ¿Están las historias en cualquier sitio, como afirma uno de sus personajes en su novela?
R.- En todas partes. Claro que están en todas partes: una conversación que pillas al vuelo en la cola del supermercado o en el autobús o una foto antigua de unos desconocidos que te encuentras un domingo cualquiera en el Rastro. Lo difícil es no encontrarlas.
@mailouti