Fernando Delgado. Foto: Inma Caballer
El escritor publica El huido que leyó su esquela (Planeta), una novela con la que cierra su Trilogía del Ahogado y que supone una exploración del dolor y el gozo de la culpa.
Pregunta.- Tras dos décadas pone fin a la trilogía, ¿por qué tantos años después?
R.- En realidad la novela estaba escrita ya, pero decidí publicar antes la de Santa Teresa (Sus ojos en mí) para coincidir con el centenario, y no podía publicarla de inmediato. De todos modos, la trilogía entera es una obsesión que me ronda siempre. Publiqué Isla sin mar como una novela que en realidad no es continuación de la primera pero que está en ese ámbito. Es una trilogía pero no continuada y lineal, sino que cuenta historias del mismo universo.
P.- Después de contar en la primera novela la versión del hijo, ¿tocaba ahora la del padre?
R.- Efectivamente. En realidad la historia del hijo me llevó a encontrarme con el padre, este padre misterioso que termina en aquella novela sin decir ni pío, es el que se manifiesta en este relato contando su propia historia, su visión personal de una trama que conocemos por boca de otros.
P.- Carlos lleva toda su vida huyendo, real o imaginariamente, ¿es posible huir de uno mismo, del pasado?
R.- Pienso que sí, y que es algo que hacemos con frecuencia. Huir no solo del pasado, sino de uno mismo, del que uno es, del que uno querría haber sido y no es o del que fue y no querría haber sido. La novela cultiva el ámbito de las emociones, y tiende a narrar hechos construidos desde este ámbito emocional e íntimo. Uno tiene trayectorias distintas desde el ámbito de los sueños. Opino que desde el territorio del sueño se construyen también los territorios de la realidad.
P.-¿Ocurre un poco como con la memoria y el olvido, que van reconstruyendo la realidad, la deforman pero también la conservan?
R.- En muchas novelas mías aparecen las fotografías tratadas como recordatorio. Las mismas fotografías uno puede verlas de distinto modo en distintos momentos. En realidad la memoria es infiel. A veces uno construye la memoria que le interesa o se ve dominado por la historia contada de una manera distinta, sin fidelidad. No es verdad eso de que la memoria es fiel, sino que es con frecuencia enormemente infiel. Sin que uno haga trampas, la condición humana, nuestros propios sentimientos y pensamientos van modificando la proyección de la memoria.
P.- La culpa es el otro gran motor de la novela, ¿se puede vivir con la culpa o lo termina devorando a uno?
R.- La culpa no siempre te devora, en ocasiones puede llevarte a la emoción o ser un estímulo. La culpa, como la disculpa, no es necesariamente negativa. En la novela la culpa se convierte para Carlos en una obsesión, pero no en una obsesión que le cae encima como un peso, él vive bajo el peso de la culpa pero también orgulloso ella, de la culpa del asesino que habría querido llegar a ser y no fue. La culpa no siempre es algo perverso, a veces es un valor emocional necesario. En este caso la culpa es vivida gozosamente, es una culpa heroica: la que nos imponemos por llevar a cabo un acto de justicia. La justicia a veces persigue a la culpa pero también a veces la culpa persigue a la justicia.
P.- Aborda también la figura del emigrante, del exiliado, que nunca está del todo y nunca se va del todo.
R.- En este caso se produce una escapada involuntaria. Él debe huir de su casa y llega a París, donde le otorgan una falsa identidad con la que vive a partir de entonces. Allí se enamora de una mujer, o teóricamente se enamora de ella, y como es suiza termina en Berna. Pero siempre está en tierra de nadie. Se debate constantemente entre la necesidad de huir y el deseo de encontrar un hogar. En eso influye que siempre tuvo padres de adopción, por lo que siempre estuvo en tierra de nadie.
P.- La memoria, la búsqueda del pasado ya fue el tema de su anterior novela, ¿por qué ese mirar atrás constante?
R.- Creo que la memoria nos construye y nos inventa. Nuestro pensamiento y nuestras emociones no suelen proyectarse hacia el futuro, y aunque así fuera no se consagran en el futuro. Encuentran respuesta en la memoria, en el pasado.
P.- En su escritura se aprecia su atención a la literatura pura, al estilo, frente a la narración tradicional, ¿es su forma de entender la literatura?
R.- Por supuesto. Es una forma de entender la literatura que tiene que ver mucho con la poesía. La novela es un género imperfecto, y se nutre de todo, del ensayo, de la poesía, de la narración... pero naturalmente estimo mucho la emoción de la literatura por encima de cualquier cosa. Yo soy periodista, y para contar la vida puedo tener un lenguaje periodístico, fruto del oficio. En cambio, para la literatura busco la emoción.
P.- Está activamente implicado en política, ¿por qué no incluirla en la literatura?
R.- Podría estar inscrita lo mismo que quedar fuera. La literatura no está en la política, pero la política puede estar en la literatura, puede estar en la novela e incluso en la emoción poética. La política se observa con frecuencia, y a veces no sin razón, como algo promiscuo, impuro y mal visto, pero debería ser un ejercicio noble, que pudiera llegara a tener emoción poética, que fue llevada muchas veces al parlamente cuando este no era una jaula de grillos, un escenario de la ordinariez, como está ocurriendo ahora.
P.- Su próximo proyecto versa sobre el exilio literario español, ¿alguna pista más?
R.- Es un libro memorialístico, de memorias de otros, que ya tengo entregado y saldrá hacia finales de año. Versa sobre el ámbito de relación entre el año 70 y 84 en torno a Velintonia, la casa de Vicente Aleixandre y el mundo madrileño que nos rodeaba a algunos amigos. Tuve la posibilidad de establecer relación con algunos escritores y creadores exiliados que volvieron y con otros que vivieron el exilio interior. En algunos casos fueron encuentros, y en otros, entrevistas que también forman parte del corpus del libro.