El Ché Guevara
Casi al final de su obra, Juan Martín Guevara (Rosario, 1943), ayudado por la periodista francesa Armelle Vincent, descubre todas las cartas políticas e ideológicas con las que ha ido construyendo su relato hagiográfico de su hermano Ernesto Che Guevara. Así, lleno de orgullo, nuestro autor se proclama "marxista-leninista, guevarista". No comunista prosoviético porque la URSS traicionó a la revolución continental impulsada por su hermano, sino defensor de un socialismo "con rostro humano".Mi hermano el Che presenta a lo largo de todo su recorrido, como se reconoce en el título, una imagen totalmente coherente de la vida de Ernesto Guevara, una imagen sin fisuras que debe ser convenientemente canonizada en el altar de la revolución latinoamericana. En tanto el autor admite hablar en nombre de su hermano y reivindica sus ideales, concluye fácilmente que "el marxista faro del siglo XXI será el Che".
El objetivo central del libro es presentar al autor como hermano del Che, quien está en condiciones inmejorables de preservar su legado. De eso se trata. Juan Martín Guevara reconoce que no es un intelectual ni un periodista, es solo el hermano del Che. Y eso tiene su impacto. Como parte del apostolado laico y revolucionario que proclama que la década de 1960 fue una "época luminosa y efervescente" cree "en las virtudes de una cierta violencia", pese a no asumirse como partidario de la lucha armada.
Aquí, precisamente, comienzan a verse las contradicciones de un libro que pretende cumplir una labor propagandística defendiendo posiciones de un pasado superado con argumentos de una nueva época que no se termina de entender. La relación con el bolivarianismo y el kirchnerismo es un ejemplo. Las hipotecas políticas, ideológicas y personales de Juan Martín Guevara y de su familia, según reconoce, son amplias y lastran el hilo conductor del libro. De ahí su fuerte contenido antiimperialista.
En este contexto, Cuba y Castro son dos grandes acreedores de los Guevara, ya que les dieron cobijo, protección e incluso los sostuvieron económicamente en más de un momento delicado. Esto implica que el autor no pueda cuestionar la realidad económica, política y social de Cuba y el legado revolucionario, mientras puede ser hipercrítico con la URSS. El libro no aporta grandes novedades de la vida del Che Guevara después de las biografías de Jon Lee Anderson y de Jorge Castañeda, las mejores sobre este tema.
Uno de sus propósitos de este trabajo fraternal, con las limitaciones propias de quien inicia un recorrido acrítico con su sujeto de estudio, es presentar una imagen familiar del "guerrillero heroico". El Che es mostrado como alguien que siempre se mueve con altos ideales, un justiciero, un firme defensor de la igualdad y de la libertad, un personaje sin fisuras y sin contradicciones. Desde comienzo del libro se presenta a una figura idealizada, "un adversario legendario, un personaje mítico aureolado de gloria, reputado por su sentido de la justicia y de la equidad, y también por su inmensa valentía". Frente al "revolucionario sanguinario" hay que rescatar al "amigo y defensor de los humildes".
Se hubiera agradecido un mayor rigor en la edición del libro, falto de cierta precisión en más de un pasaje. Así, se presenta a Rosario como la capital de la provincia de Santa Fe (es Santa Fe) o se dice que Uruguay es el "vecino del norte" de Argentina. Sin embargo, más allá de estos pequeños detalles el gran déficit de Mi hermano el Che es la renuncia a presentarlo como una figura contradictoria, con toda su carga de humanidad. La falta de objetividad se puede suponer en este caso. Es más, es totalmente comprensible cuando se escribe sobre un personaje tan próximo como un hermano. Pero se podría haber ido algo más allá, aunque desde el inicio se renunció a esta posibilidad.