Rafael Argullol
El último libro de Rafael Argullol (Barcelona, 1949) "ultima", dice él, su largo proyecto de "escritura transversal": una literatura sin género, pero que al mismo tiempo toma algo de casi todos. Poema (Acantilado) son más de 1.000 páginas de poema-diario. El ensayista, novelista y poeta barcelonés, autor de libros como Visión desde el fondo del mar o Maldita perfección, se propuso escribir, "pasara lo que pasara", un texto cada día. "Y tenía que ser un texto elaborado", añade. Insiste en que el ejercicio fue tanto literario como vital. "Escribía estando enfermo, de viaje o en casa. Me acostumbré a escribir en cualquier parte, un fragmento cada vez. Al principio fue un experimento feliz, gozoso, pero debo reconocer que acabó exigiendo sangre, sudor y lágrimas..."Pregunta.- ¿Y qué objetivo literario se marcó, más allá de ponerse a prueba?
Respuesta.- Quería registrar cómo cambia el mundo y cómo cambia la vida a medida que uno se sumerge en un viaje de este tipo. Al escribir algo todos los días, pero algo elaborado, creí que surgiría una literatura particularmente viva e inmediata. En el libro hay cosas muy íntimas y también hay hechos de actualidad, con lo que se recoge un poco el espíritu epocal. Mi metodología no está sacada de la retórica literaria, sino de la utilización simultánea del microscopio y el telescopio. Por un lado, voy hacia lo más pequeño, hacia lo más íntimo. Pero en cuanto percibo que eso puede convertirse en algo obsceno, trivial o rutinario, le doy la vuelta a la lente y me voy a lo universal. Y, al contrario, cuando lo universal corre el peligro de convertirse en algo demasiado abstracto, también giro la lente.
P.- Ha mencionado la autodisciplina. ¿Está enfrentada a la escritura como impulso vital? ¿Qué papel juega la autodisciplina, o la responsabilidad con su trabajo, en su día a día de escritor?
R.- Es una mezcla de ambas cosas. No estoy acostumbrado a una disciplina horaria. Por las mañanas no puedo escribir, soy más bien noctámbulo. Pero me he acostumbrado a escribir en cualquier parte. Es una autodisciplina algo anárquica. En todo caso, no soy para nada un escritor-oficinista.
P.- En Poema hay una labor de condensación, de capturar el instante o la reflexión pasajera. ¿Tiende el escritor con los años a ir más a lo esencial?
R.- Sí. Ya el título, Poema, muy sencillo pero impactante, refleja la idea que yo tengo de lo poético. Lo poético no está vinculado a rimas, ni a géneros ni a formas. Lo poético consiste en recoger lo esencial, en prescindir de lo accesorio. En el libro se cuentan muchas historias, pero todas desde lo esencial, desde lo imprescindible.
P.- ¿Qué papel tiene el mito en su obra?
R.- Bueno, yo creo que somos un mito y que trabajamos el mito continuamente. Para mí está muy arraigada la idea de metamorfosis y la idea de polifonía. No creo en un yo absoluto, sino en un conjunto de yoes. Lo que ahora estoy hablando está rodeado de injerencias, está rodeado de lo que podría hablar y no hablo... somos una especie de hermandad de yoes, una polifonía. Mi intención es que eso pase a la literatura.
P.- ¿Es así como entiende la escritura autobiográfica? ¿Cree que ha renunciado la autoficción de hoy a dar cuenta de esa hermandad de yoes?
R.- La autoficción se parece mucho a lo que en el siglo XIX llamaban novela del yo, o novela de formación. En el siglo XIX se desarrollaron dos modelos narrativos que al final se juntaron: uno en el que el yo lo era todo, y el protagonista era un alter ego del autor, y otro que seguía los postulados de Flaubert, que buscaba que el autor desapareciera, aunque él mismo terminara diciendo aquello de "Madame Bovary soy yo". A mí la autoficción no me convence tal y como se hace ahora, porque tiene algo de mentira voluntaria. Yo creo que el autor tiene que recurrir a lo ficcional y a lo mítico pero no tiene que recurrir a la mentira voluntaria.
P.- En las páginas de este libro se ve que no le gustan muchas cosas que ocurren hoy. ¿Qué es lo que más le indigna?
R.- Tengo una gran sensación de fracaso por lo que ocurre en Europa. Europa vive tiempos de zozobra, de incertidumbre, y eso se traslada a las personas. Aunque yo siempre defino al hombre como una suma de miedo más esperanza. En los platillos del miedo y la esperanza todo va variando en función de muchas cosas, entre ellas las personales.
P.- ¿Qué quiere decir?
R.- Que si Europa se hunde, pero usted se enamora aquella tarde, entonces el hundimiento de Europa se relativiza. Nuestra vida es un juego muy frágil entre lo subjetivo y lo universal.
P.- Se ha quejado a menudo de que esta Europa es la de los financieros y los burócratas. ¿Cree que esto la conducirá al fracaso?
R.- Lo que conduce al fracaso es la falta de ilusión. Hoy en Europa no hay ilusión. Lo pragmático, todo lo hecho a la defensiva, de una forma utilitaria, acaba por ser una cosa estrecha que difícilmente generará entusiasmos.
P.- Aurora Egido decía en una conversación con Fernando Aramburu que hoy los alumnos llegan a la universidad por lo menos con dos cursos de retraso en cuanto a conocimientos. ¿Está de acuerdo?
R.- El problema de la universidad no se puede desvincular de la sociedad. Sería un milagro que una sociedad que tiene las conversaciones que tiene en el metro, en los restaurantes, esas conversaciones tan pobres, tan alejadas de la cultura, tan despreciativas con la cultura, sería un milagro que impulsara grandes universidades. Solo una sociedad a la que interesa la educación pondrá en marcha un buen sistema educativo. Aunque hay excepciones, la universidad ya no está imbuida de un ambiente cultural. El problema está en quién hace las reformas. El ideal de burócrata que hace la reforma es que la universidad sea una fábrica, los profesores unos mercenarios y los estudiantes unos clientes. Así que cada vez más universidades se convierten en escuelas de negocios con pequeños apéndices de otras enseñanzas.