Lejanas en el espacio y en el tiempo. Apenas se vieron físicamente, se llevaban 35 años de diferencia, y, sin embargo, la amistad entre estas dos mujeres, marcada por la admiración mutua y una sensibilidad extrema, fue emocionante. La correspondencia que ahora se publica en la colección Obra Fundamental de la Fundación Santander, con el título De corazón y alma va pautando, día a día, esa emoción. El título expresa bien el contenido del libro: 46 cartas -probablamente hubo más-, en busca del sentido de la vida, cartas literarias, espirituales, cartas de amor, entre las escritoras Carmen Laforet y Elena Fortún (una al principio, otra al final de su carrera literaria), que atraviesan cinco años -de 1947 a 1952- de esa España rígida y triste de posguerra “donde se ha parado el tiempo y lo que no es legal es pecado”, escribe Fortún en una de ellas. Encarnación Aragoneses, que así se llamaba en realidad Elena Fortún, una mujer republicana, culta, madre de cuatro hijos, vivía entonces su exilio en Buenos Aires y trabajaba en la Biblioteca de la capital. “Consiguió el empleo -cuenta en su prólogo Nuria Capdevilla- gracias a Jorge Luis Borges y disfrutó enormemente allí, después del horror de la guerra y las dificultades de un exilio en otro continente”. Al contrario que Carmen Laforet, que a los 23 años obtuvo el premio Nadal por Nada, Fortún fue una escritora tardía. Empezó a publicar las aventuras de la inteligente y libre Celia a finales de los años 20 y muy pronto, eso sí, conectó con infinidad de lectoras, que se identificaban con Celia y sus ocurrencias en aquellos tiempos cada vez más difíciles. Una de esas apasionadas lectoras era Carmen Laforet -también lo fueron Carmen Martín Gaite, Josefina Aldecoa, Carmen Conde y otras muchas mujeres de su generación- y parece claro que empezó a querer a Fortún a través de su literatura. “Me quedo asombrada de que esta mujer, que es la mejor escritora de su generación, me tenga en tanta consideracion”, escribía Fortún a una amiga. Y así era. Ahora, la hija de Laforet, la también escritora Cristina Cerezales, se explica, y nos explica, así esta relación: “Me llama la atención, tanto en esta correspondencia como en la que mantuvo con Ramón Sender, la capacidad enorme de mi madre de amar a los autores por su literatura. Tengo la impresión de que ella descubría en sus escritos la esencia del autor o de la autora y se enamoraba de esa esencia antes de conocer físicamente a la persona, que en estos dos casos apenas se encontró físicamente con ellos”.

El prólogo en el que Cristina Cerezales Laforet cuenta cómo le llegaron estas cartas es casi un relato policíaco. Porque a partir de aquel día en que Loli Viudes, amiga de su madre, le entregó las cartas de Elena Fortún, empezó la búsqueda rocambolesca de la otra parte de la historia: las cartas que su madre había dirigido a la creadora de Celia. Cuenta Cerezales que leía una y otra vez las cartas de Fortún y que en ellas encontraba siempre “el eco de la voz de mi madre en un momento de plenitud de su vida, y también de amor y de entrega”. Había muchas pistas en las cartas de Elena Fortún para encontrar las cartas de su madre. Una de ellas era clave: “Si tardas en saber de mi -escribía Fortún a Laforet, ya desde el hospital barcelonés , donde murió- trata de ponerte en comunicación con Carolina Regidor de Durán, pues a ella llamarán si me ocurre algo... Cuando me muera, pídele a Carolina tus cartas, que guardo todas en un sobre...” El asunto se complicó porque Carolina Regidor murió justo el día anterior a la cita en la que iba a entregarle las cartas. El azar quiso, sin embargo, que Cristina Cerezales, en su búsqueda, encontrara el libro de Marisol Dorao, Los mil sueños de Elena Fortún, y que en la fotografía de portada apareciera el escritorio de Elena Fortún, en el que se veía un sobre que ponía “Cartas de Carmen Laforet, para entregarle a ella después de mi muerte”.

A partir de ahí, todo fue fácil, aunque hayan pasado ya más de cinco años. La correspondencia la inicia Elena Fortún en Buenos Aires ( “Vente, estos países nuevos necesitan de la juventud de Europa. Europa ya no necesita nada... ¡Es tan vieja, y está tan chocha!”) y la termina Laforet (“Voy a entrar en un convento, una semana, a hacer ejercicios espirituales”), que ya no espera contestación de su querida Elena, muriéndose como está en el hospital Centellas de Barcelona.

Las de Elena son cartas largas, pulcramente escritas, siempre fechadas. Las de Carmen, con letra volandera de difícil comprensión, muchas de ellas sin fecha ni lugar. Es decir, cartas que reflejan bien la personalidad de sus autoras. Publicamos aquí cuatro cartas, dos del principio y dos del final, de esta importante correspondencia entre Elena Fortún, creadora de Celia, y Carmen Laforet, autora de Nada.

Carmen Laforet con sus hijas Cristina y Silvia

Buenos Aires, 1 de febrero de 1947

Queridísima Carmen Laforet:

Verdaderamente la quiero y me quedo asombrada de ello. Su divina humildad diciendo (¡usted que es en estos momentos la primera escritora española!) que aprendió a escribir de mí... me conmueve hasta los huesos. Y no por ser yo quien escribió esos libros que usted leía cuando era chica, sino por esa pureza de alma que le hace decirlo.

Imaginará usted que soy una vieja solterona. En lo de vieja acierta, que ya lo soy, pero en lo de solterona no. Me casé cuando aún era adolescente y no había pensado en escribir una sola idea. He tenido cuatro hijos, de los que solo me vive uno, tan lejos de mí material y espiritualmente que es ya como si no tuviera ninguno. Él está casado y vive en Norteamérica.

Ahora le parecerá a usted mentira que un hijo, que es el sentimiento más profundo de nuestro corazón, pueda estar separado de la madre sin ningún dolor por ambas partes. Esta es una ley natural. Cuando los hijos son hombres los queremos solo por el recuerdo de haberlos querido tanto.

Mi marido vive conmigo. ¡Toda una vida matrimonial sin casi recuerdo de haber sido soltera alguna vez! Por eso hablo con conocimiento. Los artistas, sean del tipo que sean, están solos siempre y no debería ser permitido que invadieran el hogar... Pero usted tiene razón, no puede vencerse esa gran fuerza de la vida que nos arrastra en la juventud..., sobre todo en España, donde se ha parado el tiempo y lo que no es legal es pecado.

“Mi último libro en España fue recogido por la censura luego de estar en los escaparates. Ahora han prohibido 'Celia en el colegio'”. Elena Fortún

¡Cómo va a estar usted arrepentida de lo hecho! No. Sea usted feliz muchos años y acepte con alegría la responsabilidad de vivir una vida que no estaba destinada a usted. Además un hijo... Es como si las entrañas manaran miel durante el tiempo que son un rollito de carne..., y luego cuando ya andan, y los primeros sonidos que aún no son palabras..., y la risa que resuena dentro de nosotras haciendo eco... Querida Carmen, tiene usted unos maravillosos años de felicidad por delante. Luego, Dios dirá.

Por lo que me dice imagino que está escribiendo. Esta aventura de la maternidad ha de servirle mucho para comprender a los niños, porque una vuelve a hacerse chiquita con el hijo y a pensar con su cabecita..., y además se descubre que ya son cuando parece que aún no son nada.

Dígame lo que prepara. Creo que nosotras las mujeres escribimos mejor lo que es un poco autobiográfico. ¿Ha leído Marion de Vicki Baum? Es una austriaca la autora y me dicen que hay parte de su vida en esa obra. Si puede, no deje de leerla. Aunque tal vez no pueda... Mi último libro en España fue recogido por la censura luego de estar en los escaparates. Ahora han prohibido Celia en el colegio y para seguir publicando el resto ha sido preciso hacerles varios cortes.

Me parece muy bien que se vengan ustedes a América. Buenos Aires es una ciudad preciosa donde la vida es muy fácil. Con esa corresponsalía o sin ella, vivirían aquí magníficamente. Hace algo más de siete años que vivimos aquí nosotros. Vinimos sin un centavo y a lo que Dios quisiera..., y sin juventud, cosa que América tiene muy en cuenta. Hemos pasado algunas amarguras, pero al presente estamos trabajando los dos, vivimos bastante bien (siempre con más amplitud que se vive en Europa) y sin preocupaciones de ninguna clase. La «Libertad» que brinda América no es un mito.

Mi marido trabaja en una editorial. Como es viejo y está pesado trabaja en casa haciendo traducciones y dirigiendo publicaciones ilustradas. Tiene una mecanógrafa para que le ayude. Por mi parte aún nos va mejor. Soy bibliotecaria de la Municipalidad de Buenos Aires, trabajo seis horas al día en trabajo de ficheros y cuento cuentos a los niños en la biblioteca infantil.

Como sigo escribiendo libros para Aguilar no tengo tiempo de hacer artículos o cuentos para revistas de aquí, ni en realidad me interesa. Ahora estoy haciendo un librito, El cuaderno que olvidó Celia, que son treinta días en el convento, cuando tenía nueve años, para hacer la primera comunión. Parece que una de las cosas que indignan a las monjitas de España es la falta de religiosidad que parecen revelar mis libros. Bueno, ahora verán. Quiero hacer algo místico pero no ñoño, y hasta con un poquito de gracia conventual, sin asomo de burla. Necesitaré las licencias eclesiásticas. No sé si estos señores encontrarán algo que no esté completamente en el dogma. Es posible... A veces me pongo a escribir, a escribir, y se me va el pensamiento en un arrobo que tal vez está fuera de la Iglesia... ¡Qué difícil!

No se preocupe de contestarme. Escríbame siempre que necesite decirme algo sin averiguar si me debe carta o se la debo. Igual haré yo. Ya que me dice que siempre me ha tenido en su vida, no quiero salir de ella. Yo he vivido en Canarias. Justamente cuando usted nació yo debía de estar allí. Creo que es usted de Las Palmas. Yo estaba en Santa Cruz. Viví allí dos años porque mi marido es militar... Ya no es nada porque todo lo perdimos en la revolución.

Y antes de terminar quiero decirle algo de su letra. Usted es un genio. Su letra lo dice. Pero también dice que no hay nada más lejos que usted de una mujer de hogar, del ser central de un hogar. Dígale a su marido de mi parte que cuando se convive con un ser extraordinario no se le puede pedir nada, sino adorarle. Usted no puede vivir en la vida ruin de España (ruin materialmente), necesita amplitud para que lo material no aplaste lo espiritual. Aquí, por desdicha, hay poco espíritu, pero usted trae todo lo que necesita.

Vengan y será como si me encontrara con una de las niñas que fueron compañeras de Celia.

Un abrazo,

Elena Fortún

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Carmen Laforet con sus hijas Cristina y Silvia

Queridísima Elena:

¿Cómo estás? Pienso en ti cada día. Y me parece que he hecho algo malo cuando me doy cuenta de que estoy acostada en mi cama, por la noche, y no te he escrito. Pienso que tienes dolor, y en lo que eso significa. Todas las mujeres que hemos tenido hijos sabemos lo que puede llegar a ser el dolor; y el dolor prolongado nos parece terrible... Si mejoras, a mí me gustaría saberlo. Pero solo si estás mejor; y no me escribas tú, sino que alguien me ponga dos líneas en una tarjeta diciéndomelo.

No sé si Carmen Conde está en Madrid. Le puse unas líneas dándole tu dirección y explicándole algo de ti. Pero ella, en verano, va y viene, y yo hace mucho que no la veo.

“Escribo una novela convencida de que esta labor mía no da ni quita un ápice de espiritualidad al mundo. Me meto en ella con cansancio, con rabia”. Carmen Laforet

Dentro de unos días volveré a coger la novela, ya para darle los arreglos finales. ¿Por qué escribirá uno? Todas las disculpas que uno se inventa para escribir son falsas. Falta de dinero, afán de hacer algo que esté bien... Todo eso es falso, o por lo menos incompleto. Yo escribo artículos -que no me gusta hacer- para ganar dinero, esto es exacto. Escribo una novela procurando que dentro de su modesta categoría quede todo lo bien que yo pueda hacerla..., pero absolutamente convencida de que esta labor mía no da ni quita un ápice de espiritualidad al mundo, de que para nadie es importante; y yo me entrego a ella a sabiendas de sus muchos defectos, de sus enormes lagunas, de su mezquina talla, me meto en ella con cansancio, con rabia, con todo, y este trabajo, mientras lo hago, para mí es importante, porque me libera de otras muchas cosas. Me sirve de huida de mis malos fondos revueltos..., y ya está; por eso escribo, aunque me angustie escribir también. ¿Sabes que cuando yo iba a tener mi primera niña creía que ya no volvería a escribir? Creía que eso me serviría lo mismo. Luego resultó que no, que los hijos de carne y hueso son cosas aparte y que uno, por lo menos yo, no se puede entregar enteramente a ellos...

No te quiero marear con mis tonterías. Quiero que te pongas buena, que no sufras, quiero volver a estar una tarde contigo, muchas tardes y mucho más rato del que hemos estado nunca...

Te envío mi gran cariño. Tu

Carmen

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1 de noviembre [de 1951]

¿Nieva ya en tu bosque de pinos? ¡Cuánto me gustaría ver nevar junto a ti!

Queridísima Elena mía, ¡mi pobre Elena querida!

Me da mucha pena imaginarte en la cama y sufriendo tanto. Sí, ese dolor físico es terrible, y así como a veces uno tiene que tirarse de cabeza a una angustia espiritual para alcanzar algo mejor, yo creo que el dolor del cuerpo debe uno hacer todo lo que pueda por evitarlo. Te he dicho muchas veces, y es verdad, cuánto me gustaría estar a tu lado. Imagínate a veces que lo estoy. Pienso mucho en ti.

Dices que tengo mucha madurez espiritual... No sé. Cuando escribí Nada, aún no pensaba yo exactamente estas cosas que te digo. En la novela nueva tampoco las encontrarás del todo..., quizá en otro libro haya algo de esto.

En mi vida siempre encontré motivos para renunciar a algo. Aprendí poco a poco que cualquier cosa hay que pagarla, y nunca tomé nada sin saber de antemano que tenía un precio..., solo que alguna vez me sorprendió lo terrible que era el precio este que había que pagar. Una vez llegué hasta la anulación de lo mejor de mí... Me quedé como muerta espiritualmente. Traté de rehacerme, me rehíce, y luego vi un camino mejor...

“Querida Elena, te quiero con toda el alma. Deseo con todas mis fuerzas que te pongas bien, que no sufras". Carmen Laforet

Te voy a decir una teoría que no es mía, sino de otra persona, pero que me pareció justísima. Los seres, en algunos momentos de nuestra vida podemos encontrarnos copados, encerrados, angustiados..., entonces, si uno tiene vitalidad, necesita escapar. Solo hay dos escapes. Uno por abajo... y otro, por arriba... Es más fácil en apariencia el primero, pero lleva siempre, después del éxtasis, a la muerte del alma, poco a poco... El otro es tan difícil que uno a veces cree que no puede seguirlo, pero una vez que lo consigue, o al menos cuando lo intenta, siente por dentro lo que tú llamas la Gracia, la alegría de vivir..., no la alegría de un momento, sino la de siempre. Yo creo que el valor es quizá el intentar esta superación y luchar por ella..., ¿no te parece? Porque vale la pena. Eso intento yo hacer ahora. Pero en verdad tengo mucha suerte de encontrar quien me ayude. Tú y otra persona me ayudáis enormemente. [Se refiere a Lili Álvarez]

Querida Elena, te quiero con toda el alma. Deseo con todas mis fuerzas que te pongas bien, que no sufras. Deseo mucho, mucho, poderte abrazar, decirte de palabra todas estas cosas mejor explicadas; estar junto a ti muchos ratos y que sepas hasta qué punto soy amiga tuya, hasta qué punto me has hecho bien, siempre.

Muchos, muchísimos besos de tu

Carmen

¡Hasta muy pronto, queridísima!

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Sanatorio Puig de Olena, Centellas, Barcelona, 29 de diciembre de 1951

Queridísima Carmen:

Ayer llegó telegrama y carta. Gracias. El milagro es divino. Yo he pedido mucho su Gracia y te la ha dado. No te importe si alguna vez parece que te falta.

Cuando la ha dado una vez vuelve siempre. Lee si puedes a SantaTeresa. Primero su vida, luego las fundaciones al mismo tiempo que las cartas por orden cronológico. Y que Dios te bendiga, hija mía, y bendiga a tu marido y a tus hijitas.

No sé si esta será mi última carta. Estoy muy mala. Se me ha producido una dilatación de las venas desde la cintura hasta la cabeza. Estoy completamente deformada y parece que me van a estallar los músculos del cuello. No puedo casi tragar, pero me obligan a comer algo. Estoy sentada de día y de noche, y como tengo la tensión baja, todavía resistiré días y tal vez meses. Esto es lo que se venía preparando y los médicos no han visto. El corazón está completamente desplazado y la aorta ha perdido su forma.

“No sé si esta será mi última carta. Estoy muy mala. Pero no tiene importancia. Hay que morir de lo que sea”. Elena Fortún

Nada de esto tiene importancia. Hay que morir de lo que sea..., de la enfermedad de la muerte que decía Santa Teresa. Si tardas en saber de mí trata de ponerte en comunicación con Carolina Regidor de Durán, que vive en Ponzano 18 - 6 °, pues a ella llamarán si me ocurre algo. Tu carta me ha conmovido por lo que en ella me dices y porque veo que Dios me escucha... En sus manos estoy.

Cuando me muera pídele a Carolina tus cartas, que guardo todas en un sobre, para que las rompas tú y nadie más las lea. Adiós, querida mía, no puedo escribir más. Que seas siempre feliz como lo eres ahora porque esa es la única felicidad, que quieras a tu marido con la ternura de ahora y a tus hijitas, y que Dios no consienta que estés sola el último día.

Te abrazo con todo mi cariño y te beso.

Tu

Elena

Si puedes comprar alguna vez un libro que se llama Principio y fin del mundo de Whittaker, de la editorial Emecé de Buenos Aires, cómprale. Es un sabio inglés que se ha hecho católico. Es un matemático y un científico, pero creo que no he leído nada tan maravilloso. Adiós.