Image: Estaciones de tren (2)

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Letras

Estaciones de tren (2)

16 agosto, 2016 02:00

En este capítulo de "Estaciones de tren" el protagonista recuerda cuándo y cómo comenzó a asolarle la tentación. Y reflexiona sobre por qué cedió ante ella. Piscinas vacías (Alfaguara), libro al que pertenece este cuento es el primer trabajo de la barcelonesa Laura Ferrero, que sale a la venta el 6 de octubre.

- Primera parte

L
LEVA el pelo largo. Demasiado largo, le dicen. Cree que necesita un cambio y que si se corta la melena se sentirá mejor: le irá bien prescindir de su pelo largo y bonito. Piensa en cortárselo como un chico.

Le quedan un par de horas libres antes de ir al aeropuerto y aprovecha para hacerlo.

La peluquera le pregunta si se lo quiere cortar mucho. Le recuerda, como todo el mundo, que tiene un pelo precioso.

Ella le responde que no sabe por dónde se lo quiere cortar. Luego añade que como un chico.

-Me caso en seis meses. ¿Me crecerá?

La peluquera sonríe y le da la enhorabuena.

De repente, al observar las tijeras reflejadas en el espejo en que se ve a sí misma, no tiene tan claro que quiera cortarse el pelo.

Observa también que tiene ojeras. Que está más cansada de lo que creía.

Le dejan unas revistas para que indique exactamente lo que quiere hacerse. Las hojea aunque, en realidad, no se fija en los peinados. Piensa en él. En llamarle para preguntarle si le gustan las chicas con el pelo corto.

No lo hace y le pide a la peluquera que le corte solo las puntas.

-Bueno, un poco más. Por debajo del hombro, un punto medio.

Ni largo ni corto: así es como se queda el pelo. Se dice que será lo mejor para la boda.

Más tarde, en un taxi que se dirige al aeropuerto de Milán, se le pasa por la cabeza que en su vida todo parece haberse estancado en un nimio y complaciente punto medio.

A última hora, cancelas la cena porque ella te llama desde un aeropuerto. Desde otro país.

Te dice que volverá por la noche y quieres verla. Lo demás, por hoy, te da igual.

Hablas con ella mientras das vueltas por los pasillos de un supermercado con tu hijo pequeño de la mano. En el súper hay demasiada gente y te agobias.

Tu hijo llora porque no le has querido comprar esas galletas con las que regalan pegatinas fosforescentes.

-Ya tienes muchas. Todo no puede ser.

Se lo dices a él, pero también te lo repites a ti mismo. Todo no puede ser.

Piensas, de repente, que ya hace muchos meses de esto.

Te la encontraste después de un tiempo en una fiesta. Hasta ahí, nada especial. Casi todas las historias empiezan de la misma manera. Os reísteis mucho. Ella había estado una temporada fuera, en París, y acababa de volver. Un día te escribió un email desde allí; te hizo ilusión. Entonces tú solo pensabas que era una chica guapa. Un poco creída incluso; una de esas chicas que lo habían tenido todo en la vida y que sonreía dando por hecho que serías otro tonto que se enamoraría de ella.

Querías que ella se fijara en ti.

Así que un día, después de aquella fiesta, la invitaste a comer. Para proponerle un proyecto editorial. Leíste cosas para impresionarla, incluso te aprendiste un par de citas en francés. Suponías el tipo de tíos que le podían gustar. Y, sin embargo, cuando os sentasteis el uno frente al otro en aquel japonés que estaba tan de moda, ya no te acordabas de nada de lo que habías pensado.

Durante la comida no hubo citas en francés.

Ella no comió. Tú tampoco.

Más tarde, te preguntaron por "la autora" y solo supiste decir que te había gustado hablar con ella. Luego, al darte cuenta de que te habías dejado la tarjeta de crédito en el restaurante, aquello ya no te gustó. Mucho más tarde, ese mismo día, en la cama te preguntaste qué había sucedido, y no pudiste dormir. Empezó el insomnio.

Al principio echaste mano de justificaciones. Justificarte siempre te había salvado la vida. Solo había sido un año malo. Tu cuñado se había muerto en un accidente de coche. Tu madre empezaba a estar mayor. Tu mujer se había quedado sin trabajo. Cuidabas de todos y, al final del día, salías a correr y pensabas en los que se habían ido. Estaban contigo, te sentías menos solo. En casa todo seguía bien, como siempre. Una relación bonita, cordial, con la mujer que llevaba tantos años ahí. Aunque a veces te ahogabas.

Un día fuiste a correr y pensaste en ella. Desde entonces no has dejado de hacerlo. De repente, todas las canciones que escuchas cuando corres te hacen pensar en ella y, en ocasiones, te asalta una duda: ¿te enamoraste de ella porque necesitabas que alguien te recordara lo mejor de ti?

- Primera parte