Carmen Boullosa

Ana Karenina nació y murió en 1877, el año de publicación de la novela de Tolstói que lleva su nombre, ligado desde entonces y para siempre a la tragedia. 139 años después, Carmen Boullosa (Ciudad de México, 1954) recupera su espíritu en El libro de Ana (Siruela, 2016), y lo hace a través de sus hijos, que deben enfrentarse a la dolorosa huella que dejó la novela rusa en sus vidas en un año ya de por sí convulso: la Revolución rusa de 1905. La ganadora del Premio Novela Café Gijón mezcla así realidad histórica y ficción, dos conceptos que considera relacionados, quizá especialmente en la lucha contra el narcotráfico, sobre la que ha escrito un libro en colaboración con el Premio Pulitzer Mike Wallace.



Pregunta.- ¿Por qué retomar el clásico de Tolstói?

Respuesta.- Nunca sobra, siempre hace falta, retomar, releer y jugar con los clásicos. Para darles vida, pero sobre todo para darnos vida. Lo hice con Cervantes: retomé su gitanilla, le atribuí otra historia cuando escribí una novela que también publicó Siruela, La otra mano de Lepanto (2005) (en otro tono, pero como principio el mismo tipo de ejercicio literario).



P.- En la novela mezcla realidad histórica y ficción ¿cree que están vinculadas?

R.- Historia y ficción están mucho más trenzadas que la palabra y la cosa. Por la boca, por la cola y por el corazón: por donde uno quiera verlas. No hay novela (por más fantástica que sea) que no tenga esta relación vigente. La gradación, claro, varía.



P.- ¿Por qué ha decidido hacer a los personajes heredados de Ana Karenina (1877) autoconscientes de su ficcionalidad?

R.- No quise sostenerlos buscando una línea tolstoiana, sino guardarlos en un cofre de ficción. Pertenecer a esa novela mayúscula es un gran privilegio. Por esto, los dejé en ésta, y conscientes de ello. ¿Cómo borrar la existencia de Ana Karenina? Es una novela que no puede hacerse desaparecer. Y los personajes (Sergio, Annie, Kapitonic) no son de ficción: son "de verdad", a mis ojos.



P.- ¿Qué cree que pensaría el autor ruso del spin off de su novela?

R.- Vivimos en otro siglo. La sensibilidad ha cambiado. La narración "natural" se ha vuelto distinta. Me hubiera gustado jugar imaginando al autor leyendo su propio libro pero habiendo vivido en nuestro tiempo. ¿Qué habría sentido él ante su propia obra, si cargara con la memoria y la conciencia del Gulag, la Segunda Guerra Mundial, los exterminios y violencias del XX y el XXI? No soportaría el orden de su propia narración. Se rebelaría contra su narración y contra él mismo.



P.- Ana Karenina ha sido objeto de numerosas adaptaciones cinematográficas, un campo en el que usted tiene experiencia, ya que escribió el guion de Las paredes hablan, ¿se plantea hacer lo mismo con El libro de Ana?

R.- Por el momento, no. Lo estoy haciendo para mi novela anterior, Texas, la gran ladronería (2003). Son procesos largos. Lo que me ha fascinado hacer es comparar adaptaciones cinematográficas de Ana Karenina - son la comprobación de que cada lectura y cada lector son diferentes -. Ninguna adaptación, sin embargo, la ha representado con el color de su piel que le describe su autor: del color del mármol viejo - como debió tenerlo la hija de Pushkin, que sirvió también al autor de inspiración, y que era heredera, por vía de su padre, de la sangre del Negro del Zar, su ancestro africano-.



P.- ¿Quiénes son sus referentes literarios dentro de México?, ¿y fuera?

R.- Dentro de México, los que conocí de joven, me marcaron, me hicieron: Tomás Segovia, Octavio Paz, Juan Vicente Melo, Juan García Ponce, Inés Arredondo, Rulfo, por supuesto, la lista puede seguir. Está Arreola, que es grande. Afuera de México, hoy, Delmira Agustini, Teresa de la Parra, la Brontë de Cumbres borrascosas (1847); hoy, como siempre, Lope de Vega, Whitman, la lista puede seguir.



P.- ¿Cómo ve la industria editorial actual en su país de origen?, ¿cómo ha cambiado desde que usted comenzó a publicar?

R.- Es un mundo editorial absolutamente distinto al que había cuando empecé a publicar mis primeros libros, aunque también haya hoy pequeñas editoriales literarias, como las hubo entonces. Comprábamos los libros siguiendo al editor - Joaquín Mortiz, por ejemplo-. Con los grandes consorcios que acaparan casi la totalidad de los estantes en librerías, ya es imposible hacer eso. La noticia buena es que algunas de las jóvenes editoriales independientes, imitando lo que es mejor de la inercia de los consorcios editoriales, se han profesionalizado comercialmente, y tienen mayor presencia en librerías de las que tuvieron las independientes de mi era. Pienso por ejemplo en el Taller Martín Pescador de Juan Pascoe, donde Bolaño, Volkow y quien aquí escribe publicamos nuestros primeros libros: los vendíamos en la fiesta de presentación, prácticamente sólo ahí. No es el caso de las nuevas editoriales equivalentes.



P.- Usted ha publicado este año Narcohistoria (2016), un libro escrito junto con el Premio Pulitzer Mike Wallace sobre el narcotráfico ¿cree que la visión que se tiene a nivel internacional sobre este tema en México es acertada?, ¿cuál cree que sería la solución a este problema?

R.- La comunidad internacional ha sido insensible al problema mexicano que no ha sido creación de México, sino en gran medida (y también) de Estados Unidos. Los gringos son nuestros vecinos de pesadilla. La solución es complicada, pero no podemos empezar a pensar en ella sin dejar de criminalizar las drogas. Las adictivas son un asunto de salud pública, no de militarización. El otro punto elemental es regular la venta de armas de alto poder. Los vecinos del norte las venden libremente, proveen de armas letales a criminales que ellos han ayudado a crear (sean o no mexicanos). Prohibir la venta de las armas de alto poder, y regular con ordenamientos sanitarios la de drogas, para arrebatar su comercio de manos de los grupos criminales, que sólo provocan corrupción a todos los niveles de gobiernos y violencia en las calles. Esto, para empezar. Después hay mucho trabajo por hacer, pero sin estos puntos no iremos a ningún lado.



@sergi02