Inicié mi guadianesca carrera literaria gracias a un ruido nocturno en la cabeza que imprimió ritmo y melodía a mis escritos, entonces sólo poéticos. Y fueron tres los autores que apuntalaron ese inicio: Camilo José Cela, Ana María Matute y Saint-John Perse; los dos primeros descubiertos en la biblioteca paterna y, el tercero, fruto de mis prospecciones en librerías barcelonesas. Matute aportó ternurismo, identificación con la infancia y una visión nostálgica de la naturaleza, que resultaron materiales válidos en mis balbuceos poéticos. Perse fue el resplandor, el descubrimiento del versículo, del inventario como manera distinta de fabricar un poema. Pero Cela fue otra cosa, fue el polígrafo al que no llegué a conocer personalmente pero con quien mantuve una comunión constante, una intrincada red de confluencias.
La familia de Pascual Duarte, en su primera edición, la de Aldecoa de 1942, y Del Miño al Bidasoa, en su tercera, la de Noguer de 1961, me confirmaron que la pasión léxica, toponímica y onomástica era una disciplina que podía ser plasmada sobre el papel, incorporada a una narración, circunstancia que contrastaba con lo que habían sido hasta ese momento mis incursiones en ese campo: los domingos por la tarde encerrado con mi abuelo materno en su despacho leyendo en voz alta, a menudo entre grandes carcajadas, las esquelas del diario La Vanguardia; documentos que permitían comprobar que los segundos apellidos de los muertos no existían en la realidad, que nadie es capaz de llevar en vida rótulos tan sorprendentes. En 1971, animado por mi editor, el poeta Joaquín Marco Revilla, escribí el prologuillo de La familia de Pascual Duarte, uno de los volúmenes de la popular Biblioteca General Salvat.
Encontré, en el infierno de la biblioteca familiar, La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona, opúsculo de evidente mal gusto del que sólo me interesó el gráfico en el que se muestra la trayectoria aérea del licor eyaculado por un joven tras los certeros manoseos de su novia en el cine de dicha localidad malagueña. En cambio, el primer tomo del Diccionario secreto, publicado en 1969 en Alfaguara, la editorial que fundara el propio Cela, supuso un nuevo hito en el apartado de nuestras coincidencias e intersecciones. “Serie Coleo, -onis”, el título del primer capítulo, recoge voces derivadas del término latino, que se amplifican con suculentos ejemplos. Uno de ellos dice: “Fuera del ámbito del castellano, en la geografía gallega, se encuentra Lavacolla, designando dos entidades de población y, también, un río en el que los peregrinos medievales se lavaban los cojones antes de postrarse ante el apóstol. Pues bien, en 2010, tras volar desde Madrid y aterrizar en el aeropuerto de Santiago, llamado Aeropuerto de Lavacolla, recorrí, con unos amigos pontevedreses, los últimos quilómetros del Camino de Santiago, en sentido inverso. Al llegar al punto en el que el Camino vadea el río Lavacolla, sorprendimos a una señora francesa en plena acción sustitutoria del glorioso bidé”.
En 1956 Camilo José Cela, con el apoyo de José Manuel Caballero Bonald, crea Papeles de Son Armadans, una revista literaria hoy fundamental para la comprensión de lo que se estaba gestando en España. La revista acoge, durante los 23 años en que se publica, tanto a autores consagrados como a autores noveles. Y cuando el escritor y pintor postista Antonio Fernández Molina, en 1965, como secretario de redacción, me invita a mí y a otros jóvenes turcos a publicar en ella, Cela refrenda sin fisuras la arriesgada invitación y, de hecho, agradece por carta cada una de nuestras colaboraciones. También, en esos años, vive en Mallorca, donde se edita Papeles de Son Armadans, el artista plástico y escritor Antonio Beneyto, que establece una sólida amistad con Cela y decora con sus dibujos en color las guardas y portadas de los libros que Cela le dedica. Ahora, en 2015, la editorial barcelonesa S.D. Edicions, capitaneada por María Luisa Samaranch, publica el libro Sa Ximbomba, en el que se reproducen de forma impecable dichas ilustraciones, acompañándolas por sagaces comentarios del arquitecto y poeta Francesc Cornadó y un prólogo de Jorge Cela Trulock.
Ya, para cerrar (por ahora) el círculo, decir que Samaranch publicará en la misma colección, bajo el título de Edad del insecto, una selección de mis primeros textos, los que se nutrieron de la contundencia verbal del que sería marqués de Iria Flavia.