El escritor habla sobre el oficio de novelista, el antes, el durante y el después de escribir un libro, en la cuarta Clase Magistral patrocinada por Iberdrola del Máster de Crítica y Comunicación Cultural de El Cultural. Aprovecha para abordar asuntos como la piratería o la imagen que proyectan los escritores en las redes sociales.
Si hay un escritor (y periodista y ahora también editor) inquieto en España, ese es Lorenzo Silva (Madrid, 1966), a quien muchos conocerán por sus novelas policíacas, protagonizadas Bevilacqua y Chamorro, de las que van ya nada menos que ocho entregas. Silva viene mostrando su buen hacer literario, y su versatilidad, desde hace más de treinta años: los que han pasado desde que intentó escribir su primera novela cuando tenía quince. "No lo conseguí", puntualizó este sábado, quizás al percibir la sorpresa en quienes asistían a la cuarta Clase Magistral Iberdrola del Máster de Crítica y Comunicación Cultural de El Cultural, que impartió en la Escuela de Negocios CIFF. Antes habían hecho lo propio Darío Villanueva, director de la Real Academia Española; Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía; y el dramaturgo Juan Mayorga. Alumnos de Panamá, México u Holanda pudieron seguir en streaming la clase, que introdujo Blanca Berasátegui, directora de esta revista.
Silva dividió en tres partes su ponencia: el antes, el durante y el después de la novela. Pidió cautela al interpretar su intervención como un absoluto (es la de escritor una aventura en la que uno está, dijo, "venturosa y lamentablemente solo"), pero se prestó con entusiasmo a desgranar aquello que no se ve y que rodea al producto literario final. Y ello entreverado con su biografía literaria. Confesó que dedicaba cada vez más tiempo al antes, a pensar y armar en su cabeza la historia que le urge contar. Y dijo no haber sentido desde hace años el manido temor al folio en blanco, sobre el que la directora de El Cultural le preguntaría al término de la Master Class, y al hilo de otra confesión, ésta de Cela, que se sentaba todas las semanas frente al ordenador "a ver qué pasaba". "Cada escritor tiene su librillo", respondió Silva, y a continuación reconoció que "grandes obras literarias" han surgido de métodos parecidos al del autor de La Colmena. "Yo, sin embargo, me siento a escribir solo cuando tengo algo que decir"; así que "lo del folio en blanco es para mí fruto de un enorme malentendido".
Parece lógico que un autor tan prolífico como Lorenzo Silva no tenga problemas de bloqueo artístico. En su última entrevista en El Cultural por su novela Música para feos, confesó tener cinco novelas en marcha, "en la fase de documentación y elaboración del argumento". El sábado dijo haber escrito esa misma mañana cuatro o cinco páginas de su última entrega de Bevilacqua y Chamorro. "Cuando uno no sabe qué decir, la página en blanco es una especie de mar proceloso que no sabe cómo cruzar; pero cuando uno se sienta teniendo una historia en la cabeza, una historia que le está saliendo por los dedos, la página en blanco viene a ser como la estepa para el caballo de un cosaco: campo abierto para galopar hasta el final".
Fuentes vivas
Algunas de las novelas que el escritor madrileño pone a madurar en su cabeza le pueden perseguir durante años. Veinte ha estado alguna en su mente antes de escribir la primera línea. Puso el ejemplo de Niños feroces, aquel relato a medio camino entre la ficción, el documento y el testimonio sobre la vida de Jorge, un joven madrileño que en 1941 salió con la primera expedición de la División Azul, luchó en la batalla de Krasny Bor, en el frente de Leningrado, y en 1945 terminó por defender Berlín con el uniforme de las Waffen-SS. "Estuve muchos años tras esa historia, que reunía lo que para mí ha de reunir una buena ficción", dijo Silva, y reconoció sentir debilidad por la novela como instrumento de recreación y recuperación del pasado. Manifestó su admiración por Svetlana Aleksiévich, la última Premio Nobel, y para él "uno de los Nobel más justos que se han dado". Y dejó ver que el método de la bielorrusa (hablar, interrogar a testigos) no difiere demasiado del suyo.
Lorenzo Silva reconoció tener dificultades para escribir una novela histórica más atrás del siglo XX (precisamente porque desaparece la posibilidad de acceder a testimonios). Esta observación le sirvió para hablar de una de las claves de su obra: la utilización, siempre, de fuentes vivas. Lo cual ilumina además una profesión que ha ejercido -y ejerce- a menudo: el periodismo, en donde dijo sentirse "un intruso". Pero es que Silva entiende la narrativa, la ficción, como una investigación no tan alejada del reportaje.
"Un escritor se documenta de distintos modos, no solo en un archivo o una biblioteca", dijo. "Y en mi caso prefiero las fuentes vivas, los testimonios de los protagonistas o de las personas que hablaron con los protagonistas". Aunque el oficio de novelista exige largos momentos de soledad, añadió, "no es en absoluto un oficio solitario". Charlas, entrevistas: he aquí la materia prima de las novelas de Silva. "Lo prefiero a los documentos, que siempre se hacen con una finalidad y a menudo son un filtro a lo que realmente ocurrió".
Facebook, un retroceso
El escritor reputó indispensable, al menos según entiende él la literatura, la relación con los lectores. Dijo sacar tiempo para atender sus demandas, participar en talleres, encuentros o clubes de lectura. Y rememoró, a modo de ejemplo, el día en el que llegó a firmar trescientos ejemplares en un pueblo de Toledo.
¿Es válida esa relación con los lectores a través de las redes sociales? No lo tiene claro. Aunque él utiliza estas herramientas, dijo entender, y hasta envidiar, a quienes no las usan. "Creo que es importante, sobre todo, que el escritor tenga conciencia de cuál quiere que sea su papel en internet. Mi interés en estar en una red social por mi persona es nulo, incluso negativo. A mí Facebook me parece una pésima herramienta informática. Creo que la informática tiene avances y retrocesos y Facebook es claramente un retroceso porque sirve mucho a los fines del empresario y en cambio es invasivo y farragoso para el usuario. ¿Por qué entonces tengo un perfil abierto que siempre estoy pensando en cerrar? Porque es un espacio de interacción con 5.000 personas a las que más o menos tengo escogidas".
El escritor ironizó con las reglas no escritas de Twitter, "donde uno ha de estar sí o sí, rebotar todas las noticias que salen sobre uno y decirle a los autores que sus libros son buenísimos, para que ellos te contesten que no, que el buenísimo eres tú, y así hasta que los dos seamos Shakespeare, que es algo que en Twitter somos todos". De las redes sociales pasó a la piratería. Dijo que estaba encantado de poner a disposición de los lectores toda su obra de forma gratuita, siempre y cuando "nadie se lucre con mi trabajo". Pidió un impulso de las bibliotecas públicas y la creación de una biblioteca pública digital de donde los usuarios puedan bajarse gratuitamente los libros. Ahora bien, para ello, dijo, es fundamental perseguir con eficacia "a quienes ganan dinero con el trabajo de otros".
Ya al final recordó sus inicios, que no fueron los habituales: "Jamás pensé que sería novelista. Yo me tomé la molestia de ir a una facultad de derecho, estar allí cinco años, licenciarme y trabajar como abogado porque pensé que mi vida no se sostendría con la literatura profesionalmente". Ahora se sostiene, claro. "Sobre todo porque, cuando uno hace lo que le gusta, es capaz de trabajar veinte horas al día".