Esta edición de Los caprichos de la suerte se abre con un prólogo de José-Carlos Mainer, acreditado especialista en la vida y la obra de Baroja. En las cinco páginas de "Unas notas sobre Pío Baroja y la guerra civil" Mainer ofrece información precisa y esclarecedora sobre las dos estancias del novelista en París, huyendo de la contienda española, así como también de los textos autobiográficos o de ficción en los que Baroja se ocupa de la guerra, desde el diálogo teatral Todo acaba bien... a veces (1937) y la novela Laura o la soledad sin remedio (1939) hasta el tomo de sus memorias La guerra civil en la frontera, que no vio la luz hasta 2005, y Miserias de la guerra, novela prohibida por la censura y transcrita en 2006 por Miguel Sánchez-Ostiz, que añadió su aportación sobre "El Madrid en guerra de Pío Baroja", en donde habla de una tercera parte de Las saturnales que es esta que ahora se publica, completándose, por fin, esta trilogía iniciada con El cantor vagabundo (1950) y seguida con Miserias de la guerra (terminada en 1951). Concluye Mainer explicando la gestación de Los caprichos de la suerte a partir de la novela corta Los caprichos del destino (1948), y aprovechando personajes y ambientes parisinos aparecidos El hotel del Cisne (1946).
Los caprichos de la suerte es una novela de la última etapa de Baroja, quien había dado lo mejor de sus ficciones en las novelas publicadas hasta 1912, con admirable síntesis de acción, reflexión, descripción y diálogo. Tras la segunda etapa (hasta 1936), dominada por la serie histórica Memorias de un hombre de acción, Baroja no aportaría nada tan importante a su trayectoria novelística, pero se mantuvo fiel en su cita con los lectores, incluso en los años más difíciles de la posguerra, con obras menos ambiciosas y más acordes con el repliegue vital del autor en la ataraxia, en el equilibrio buscado por medio de la inhibición y la autolimitación. Sin embargo, aunque no alumbre ahora nuevas novelas con aquella audacia, rabia, espíritu crítico, afán de aventura y vivacidad, una obra de Baroja siempre ofrece múltiples aspectos de interés. Baroja nunca pierde por entero su maestría y dominio del oficio. Así, en Los caprichos de la suerte se reflejan cualidades literarias del mejor Baroja, también alguna añoranza por el hombre cansado que hay detrás del novelista y que habla por boca de algunos personajes, por ejemplo, en estas confesiones de nostalgia del aventurero: "Sin ilusión colectiva y sin escenario apropiado no se puede dar la aventura [...]. Lo que no hay [es] ambiente para ello [...]. En ese ambiente claro no se puede dar el aventurero. La época de la aventura pasó" (pág. 186).
Como tantas novelas barojianas, Los caprichos de la suerte está organizada en partes y en capítulos, con sus respectivos títulos que anuncian personajes, espacios, ambientes o acciones desarrollados en ellos. Comienza, también de modo muy barojiano, como novela itinerante, con el viaje del escritor y periodista Luis Goyena y Elorrio, que abandona un Madrid en guerra para dirigirse a Valencia, pasando por Tarancón, Cuenca, Utiel y otros lugares menos conocidos. La itinerancia perdura en la marcha de Valencia a París, donde Elorrio queda citado con Gloria, a quien conoce en Valencia. Y tras estas dos primeras partes, las cuatro siguientes se localizan en París, donde Gloria vive con su amiga Julia y Elorrio conoce a otros exiliados españoles y de otros países que viven con apuros. Son, como en otras novelas de Baroja, exiliados de la guerra, extranjeros y españoles, y tipos que se buscan la vida como empleados en hoteles, artistas, militares, diplomáticos o espías. Entre ellos destacan, además de Elorrio y Gloria y su amiga Julia, el comandante británico Evans, el dibujante y pintor mexicano Abel Escalante, el escultor Barral, el viejo Pagani y la propietaria de hotel Madame Latour y su hija Dorina. Todos ellos, con sus reuniones, tertulias y paseos por espacios parisinos reconocibles, van completando una historia realista de gentes solitarias y tristes en apuros para seguir adelante, atemorizados por la incertidumbre y la amenaza de la guerra encarnada por los nazis y con atrabiliarios recuerdos y amargas revelaciones de horrores y barbarie perpetrados en la guerra española, todo ello impregnado de la ironía y el escepticismo del último Baroja.
Coincido con José-Carlos Mainer en que Los caprichos de la suerte "es una novela falta de una última mano", lo cual ayudaría a mejorar momentos de "esbozo vertiginoso", "atropellado memorial de agravios" o "tertulia donde ya se ha hablado de todo" (pág. 15).
Pero también hay que reconocerle aciertos y valores dignos del gran novelista que había sido Baroja, como la descripción de ambientes populares de París, la configuración de algún personaje secundario, la explotación del diálogo para el desnudamiento de almas, la preferencia por la brevedad de capítulos cortos compuestos por párrafos nunca largos y frases siempre cortas, y un estilo sencillo, natural y espontáneo, en el que no faltan los barojianos quiebros a la gramática española. Por estos y otros méritos debemos celebrar el rescate de una nueva novela de Baroja, novelista seguido y admirado por muchos de nuestros autores, desde Azorín hasta Eduardo Mendoza y Muñoz Molina, entre otros que con razón cita Mainer, a los cuales pueden añadirse algunos más no menos importantes, como Cela, Martín Santos, Marsé, L. Mateo Díez, Longares, Sánchez-Ostiz, Rafael Chirbes y Fernando Aramburu, por citar solo algunos.