Luis Magrinyà
Son muchos, quizá cientos, los autores que desfilan por Estilo rico, estilo pobre (Debate), de Luis Magrinyà (Palma de Mallorca, 1960), todos señalados por alguna expresión dudosa, algún cliché o algún uso directamente criminal. Si lo abro al azar me encuentro, por ejemplo, página 142, con los nombres de Estela Canto, Isabel Allende, Carlos Fuentes, César Vidal y Jorge Eduardo Benavides, los cinco unidos por obra y gracia del adjetivo "pesado", aplicado aquí a una voz, a un aliento, a un suspiro, a un aroma y a un bostezo.Pregunta.- A veces lo del mal estilo es solo una cuestión de pereza, ¿no cree?
Respuesta.- Sí, ¡es que no es tan difícil! Las sustituciones que yo propongo para evitar el estilo pobre no son especialmente cultas ni técnicas: son términos y usos que están en nuestro hablar diario, pero que nos cuesta recordar porque estamos viciados por una serie de fórmulas horribles.
P.- A veces se dice que el idioma español es más propenso a la ampulosidad. Pero Cyril Connolly ya hablaba del estilo mandarín inglés, que se parece mucho a lo que usted llama estilo rico.
R.- Sí, en todos los idiomas ocurre. Nuestra relación con el inglés, por cierto, es extraña. Fíjese en el caso del verbo provocar. En español ya sustituye a verbos como causar, producir, inducir... Yo creo que viene del inglés. En inglés usar así provoke es una pedantería y es curiosísimo que lo hayamos importado. Que lo hayamos importado tan mal. Decir, por ejemplo, to provoke suspicions es estilo inflado, intolerable.
P.- ¿A qué escritor español pondría como ejemplo de buen estilo?
R.- Hay muchos. Francisco Casavella era un gran estilista, por ejemplo, y nada sencillo. Es un poquito barroco, que es algo que, por lo general, a mí me desagrada, un estilo muy consciente de sí mismo, a veces algo aparatoso, pero bien hecho. Yo el problema lo tengo con el estilo que quiere ser aparatoso y solo aparatoso, o que recurre a los tópicos, que los hay, para ser aparatoso. Leí hace no mucho Pornotopía, de Beatriz Preciado, un libro con terminología académica que logra trascender la prosa de campus y está muy bien escrito. Un estilo funcional, neutro que también me gusta es el de Gabriela Wiener. No canta nada, que es precisamente en lo que consiste el estilo. Otro ejemplo muy distinto es Menchu Gutiérrez, que tiene un libro llamado Decir la nieve también escrito maravillosamente. Su caso es singular porque ella escribe en una especie de trance. El problema es cuando tú no eres de los escritores del trance, pero te lo crees, o cuando no eres de los escritores de estilo rico, pero te lo crees. Eso es lo terrible.
P.- O sea que hay que buscar la escritura transparente, que es lo natural.
R.- Sí, hay que defender algo que nunca se ha defendido en España: que lo ideal es escribir sin que se note, sin que se vea... ¡esto es estilo!
P.- Pero cuesta tanto borrar ese triple salto mortal al final del párrafo...
R.- Claro, borrarlo es un trabajo tremendo. Y además muy desagradecido. Generalmente superior al que conlleva dejarlo ahí en todo su esplendor, bien grande y reluciente.
P.- ¿Qué le parece Umbral? ¿Le considera el gran estilista de nuestras letras?
R.- Bueno, a Umbral se le resucita cada cierto tiempo. Ahora estamos en eso.
P.- Yo le leía mucho hace años. Últimamente me cuesta más.
R.- Sí... yo le leía también hace tiempo, pero en aquel momento ya me asombraba que se le considerara el gran estilista español. Para mí Umbral es palabrería española.
P.- Pero hay cierta tradición literaria a la que es posible adscribirle...
R.- Sí, a la tradición barroca. De todos estos barrocos que tenemos se alaba su lenguaje, ese es su gran valor; ¡pero qué lenguaje! Afortunadamente los hubo que no se quedaron en eso. Tú puedes decir que estás en la tradición de Valle-Inclán, de Quevedo y de lo que tú quieras, pero no. Muchos piensan que su prosa recuerda a Quevedo, pero a lo que recuerda realmente es a una película de Cifesa; es decir, a la prosa franquista. El franquismo fue el gran entusiasta del estilo hinchado.
P.- ¿Es conservadora la cultura española?
R.- Sin duda. La cultura española está todavía pensando en el Siglo de Oro. La literatura española hasta el Siglo de Oro es innovadora, inventa cosas: la novela picaresca, el Quijote, el Renacimiento es interesantísimo, y más atrás La Celestina... pero después del XVII la tradición española no inventa nada. Es una perpetuación de las antiguas glorias cada vez con más caspa y más gusanos. Frente a esto, a partir del XVIII, parece que no nos quedó otro remedio que mirar fuera y copiar, y siempre con retraso. Pero, cuando los pobres escritores de ese siglo empezaron a importar las nuevas corrientes literarias europeas, los insultaban y los llamaban «afrancesados».
P.- También le molesta bastante el relleno en las novelas, esas acotaciones del tipo: "frunce el ceño", "abre los ojos", "arquea las cejas", "se encoge de hombros".
R.- Sí, sí, es que toda esa tramoya de los diálogos por lo general es prescindible. ¡Qué necesidad hay de que los personajes estén haciendo cosas todo el tiempo cuando hablan! Esto es horror vacui. Pura fórmula. Pruebe a fijarse en todo lo que hace un personaje antes o después de decir algo, por ejemplo "buenas noches": carraspea, sacude la cabeza, chasquea la lengua y, por último, te mira fijamente.
P.- El escritor de todas maneras lo tiene complicado. Por un lado no ha de caer en frases hechas, expresiones manidas, pero a la vez no es bueno que intente reinventar el idioma en cada párrafo...
R.- Sí, yo digo mucho que la lengua está llena de cosas que no se pueden tocar. Y hay que saber reconocerlas. El estilista -en el mal sentido- mete la pata constantemente en esto; es decir, "dar que hablar" es "dar que hablar" y tú, por muy estupendo que quieras ponerte, no puedes decir "proporcionar que hablar" como no puedes decir "poseer ganas".
P.- Dedica todo un capítulo al lenguaje sexual, un tema literariamente espinoso. Los escritores se hacen un lío tremendo para hallar un equilibrio entre lo zafio y cursi. Por no saber, no saben si el coito se practica, se ejecuta o se consuma.
R.- Bueno, es que no hay verbo. Alguno ha usado... ¡coitar! El tratamiento del sexo es complicado, es cierto. Pero está bien que sea así. Una de las claves del sexo es la dificultad de representación. Tampoco es preocupante, aunque es verdad que a veces tenemos que hablar de ello. El lenguaje sexual es muy creativo, hay innovaciones constantes, tanto por la parte malsonante como por la parte eufemística, y hay que vigilar un poco el contexto. En el coloquial no hay problema, claro. El sexo nunca va a pasar al nivel neutro, no queremos, nos gusta así. Tiene que ser así. Pero es complicado. La literatura erótica es de un cursi espantoso; con expresiones como "gotas de semen perlaban, ¡perlaban!, la cabeza de su pene". Claro que esa especie de cientificismo que leemos otras veces también da mucha risa.