Jorge Eduardo Benavides

El escritor peruano publica El enigma del convento (Alfaguara), un thriller histórico con el proceso independentista de Perú y la España de Fernando VII de fondo.

Dos historias y, entre ellas, miles de kilómetros de distancia. A un lado España, y al otro Perú. A un lado Madrid, la corte, tras el regreso de Fernando VII, y al otro Arequipa, la ciudad blanca, durante el proceso de independencia del país americano. Y por debajo unos papeles que recuperar, un militar entre dos bandos, facciones políticas enfrentadas y un nido de conspiraciones, de engaños y comanditas siniestras en pos de poder e influencia. De todo eso hay en El enigma del convento (Alfaguara), la novela histórica con la que Jorge Eduardo Benavides (Perú, 1964) ha ganado el premio Torrente Ballester de narrativa, que concede la Diputación de La Coruña.



Cuenta el escritor peruano, afincado desde hace dos décadas en España, que el proyecto arrancó hace seis años y que, de ellos, dos los ha pasado completos investigando y leyendo en la Biblioteca Nacional, y que fruto de ese trabajo, dice, "podría caminar tranquilamente por el Madrid de principios del XIX" sin que nadie le tomara el pelo. El desfile de personalidades es continuo: desde Rafael de Riego a Manuela Malasaña, pasando por Fernando VII o el propio Napoleón. Así pues, una obra hecha con horas de investigación, a base de mil lecturas, pero que tiene, dice, un claro anclaje literario: los episodios nacionales de Galdós, "en donde encontré la clave para ambientar perfectamente una ficción de este tipo".



Pregunta.- ¿Qué fue antes, el deseo de escribir una ficción histórica o la atracción por este periodo concreto?

Respuesta.- La verdad es que a mí la idea me vino a la cabeza durante una visita al Convento Santa Catalina. Es un convento muy grande, muy bonito, una pequeña ciudadela. Es maravilloso. Pero los arequipeños van allí tanto como los madrileños al Prado. Es decir, muy poco. La guía nos contó que una vez, en ese convento, se había dado una conspiración para matar a la priora. En ese momento me vino a la mente la idea de escribir una novela. Y después, a medida que investigaba, fui descubriendo personajes, como José Goyeneche, que es fascinante.



P.- José Goyeneche se ve en una especie de encrucijada: es peruano, pero está al servicio del rey de España en una época especialmente convulsa. Queda atrapado entre dos bandos.

R.- Goyeneche era un personaje desconocido para mí, como para la mayoría de los peruanos, y alguien completamente olvidado por la historia. Pero fue muy importante en una época decisiva. Él es el ministro plenipotenciario del Rey, es decir que viaja al Perú y allí tiene capacidad para decidir en su nombre. Guerrea y sofoca revueltas y es tratado por los peruanos, sus compatriotas, como un vil traidor. Luego vuelve a España y resulta igualmente incomprendido, porque su condición de americano le hace ser sospechoso. Además lo acusan de liberal.



P.- La idea de cruzar las dos historias -la del Convento de Arequipa y la de la vuelta de Goyeneche al Madrid de Fernando VII- supongo que era el camino ideal para mostrar mundos bajo unas mismas circunstancias históricas.

R.- Sí, claro; es que el Perú pertenecía a España, y por tanto era muy interesante mostrar cómo la vida en aquel convento, que era un ambiente cerrado, se veía condicionada por lo que ocurría al otro lado del océano.



P.- ¿Cómo funcionaba ese trasvase de información? Es decir, ¿hasta qué punto la invasión napoleónica, el secuestro de Fernando y su posterior vuelta influyen en la vida cotidiana de los peruanos?

R.- La información llegaba lentamente, claro, pero llegaba. Solía tardar unos cinco meses. Llegaba tarde y distorsionada. Pero había un tráfico constante de ideas. Las provincias americanas no estaban en absoluto aisladas de España, y nadie sentía que le faltara información. Es más, creían conocer bien la realidad de España y creían en su capacidad para interpretarla. No creo que hubiera entonces más distorsión informativa de la que hay ahora. Había menos información, pero es que a veces el exceso tampoco es aconsejable. El vínculo estaba muy vivo; de hecho, cuando llega Fernando a España, después del secuestro napoleónico, los peruanos se apresuran a acuñar moneda con su efigie. No sabían su aspecto, pero tampoco lo consideraban necesario.



Muchos de los personajes de la novela de Benavides existieron, pero su peripecia, aquí, se cuenta desde una perspectiva íntima, privada. La intriga, "el enigma del convento", tiene que ver con unos documentos que Goyeneche ha de recuperar de Santa Catalina. Allí los dejó cuando regresó a España desde Perú. Así que manda a su sobrina a que los recupere, haciéndose pasar por monja. Pero eso forma parte de la ficción. "De fondo están las guerras, las dificultades políticas de Goyeneche, sus enemigos, sus aliados... -explica el escritor- Yo he tratado que ese telón encaje perfectamente con los momentos en que ocurren cosas, que es la parte compleja de toda novela histórica. La trama avanza por un lado y hay que hacer que encaje con los hechos históricos en que se desarrolla; es decir, si hablo de una batalla, yo esa batalla no la puedo alterar. Esa es la parte del encaje de bolillos; aunque hay que recordar que es una novela, no un libro de historia, por mucho que haya, de fondo, una formulación académica. La investigación, así pues, está puesta al servicio de lo que ocurrió".



P.- ¿Es usted también lector de novela histórica?

R.- Yo prefiero las novelas que me cuentan algo, una historia; me gustan más que las de carácter reflexivo e intimista, aunque las haya -que las hay- muy buenas. Creo que es perfectamente compatible contar la peripecia de unos personajes con el dibujo de un trasfondo más potente, que en este caso es la fractura social que se da durante el proceso de independencia del Perú.



P.- ¿Cómo se dio esa fractura?

R.- Se daba en el mismo seno de las familias. Los independentistas, los insurgentes -a los que entonces ya se les llamaba terroristas, término heredado de la Revolución francesa- tenían en muchas ocasiones que pelear con sus propios padres, que solían ser realistas. Aquello fue dramático.



P.- En el libro queda claro, también, que una parte nada desdeñable de la población peruana se sentía profundamente española.

R.- Sí, y fernandina. Más o menos la mitad de la población quería la independencia, pero la otra mitad se sentía española. Ocurre algo parecido en Cataluña. Hay unas raíces comunes inevitables. A mí me gustaría que alguien me dijera, me desbrozara quiénes son los catalanes y quiénes son los españoles exactamente; porque eso es lo importante, ¿no? Pero esa pregunta ni ahora tiene respuesta ni entonces la tenía en Perú.



P.- Precisamente los realistas se aferran a sus raíces españolas para enfrentar las tensiones independentistas.

R.- ¿Cómo obviar lo que los peruanos u otros americanos tenemos de españoles? A mí en el colegio me enseñaron que el día en el que Perú se independizó fue el día en el que, por fin, echamos a los nefastos españoles. Pero, ¡si mi familia es española! Yo he rastreado a mis antepasados hasta 1680, y son españoles. Entonces, ¿a quiénes echamos? En España me ha pasado que algún amigo bienintencionado, con cierto complejo de culpa, me habla de 'las barbaridades que hicimos los españoles en América...' Yo siempre contestó que ustedes no hicieron nada; en todo caso fue la mía, mi familia, que llegó allá hace cuatrocientos años. Pero claro que hay una mezcla, y yo soy producto de esa mezcla y por ahí mi cultura es fundamentalmente española. Aunque tengo un vínculo profundo con la cultura andina que, eso es cierto, se estigmatizó y se dejó de lado.



P.- Eso por la parte de Perú, pero, ¿se notaban de algún modo aquellas tensiones en la sociedad española, en Madrid, o aquí teníamos bastante con la política nacional y con el enemigo francés?

R.- Pues es que hay que tener en cuenta que Madrid entonces era una olla de grillos, con políticos y conspiradores, y con una camarilla siniestra en torno a Fernando VII. Y también estaba todo el movimiento liberal, en el que unos eran exaltados y otros más moderados, y había terribles casos de corrupción que amenazaban con llevar a la quiebra del país. Pero, aun así, los intereses españoles en América eran evidentes y tanto los políticos como la sociedad los tenían muy presentes.

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