Henry Miller
La literatura norteamericana cuenta con una buena nómina de "autores malditos" y uno de ellos, ocupando puestos de cabeza, es Henry Miller. Sus transgresores Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio parecen resistir con envidiable fortaleza el embate de los tiempos. Narra en ellos sus años parisinos cuando el circulo de Anaïs Nin, a quien le unió algo más que una amistad, dictaba y marcaba el singular zeitgeist artístico literario en el París de la década de los 30 anterior a la Guerra. Fue precisamente la contienda europea el motivo por el que Miller regresó a los Estados Unidos y el origen de este volumen, Una pesadilla con aire acondicionado (1945). Se trata de una obra -difícilmente podemos calificarla de novela- según el referente "road work", tan popular en aquellos años, y que alcanzaría su máximo exponente con On the Road (aunque publicada en 1957 se escribe entre 1948 y 1949) del "beatnick" Kerouac. El modelo sería posteriormente copiado por John Steinbeck en Travels with Charley: In Search of America (1962).No figura la referida de Steinbeck entre sus títulos más sobresalientes, y tampoco el de Miller... probablemente con justicia en ambos casos. Una pesadilla con aire acondicionado es una colección de 20 sketches o impresiones en forma de relato donde se va desgranando su percepción de una América donde la libertad y la democracia parecen haber desaparecido y ser más entelequia que realidad. Tal vez en uno de los primeros sketches "¡Buenas noticias! ¡Dios es amor" se desvele la esencia de lo que viene a continuación: "Tenemos un gusto arquitectónico que se acerca al punto de la inexistencia tanto como es posible. En las diez mil millas que he recorrido hasta ahora, he conocido dos ciudades que poseen barrios merecedores de echarles un segundo vistazo: me refiero a Charleston y a Nueva Orleans. El resto de ciudades, pueblos y villas por los que he pasado espero no volver a verlos en toda mi vida" (pp. 42-43). Esta suerte de apostasía norteamericana se entiende al leer el siguiente "Vive la France!".
No se le puede negar a Miller su maestría y magisterio en la utilización del lenguaje y su capacidad analítica con afirmaciones -y el volumen está plagado de ellas- que nunca dejan indiferente y que en cualquier caso nos hacen reflexionar: "Un artista es fundamentalmente alguien que tiene fe en sí mismo. No responde a estímulos normales; no es un esclavo ni un parásito. Vive para expresarse y al hacerlo enriquece el mundo." (p. 133)