Juan Bonilla
La decena de cuentos que comprende el nuevo volumen de Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, 1966) no añade nada a la acreditada maestría del autor en esta modalidad narrativa, pero sí proporciona en muchos pasajes el placer de la lectura que nos es dado experimentar en algunas ocasiones ante historias plausibles escritas con pulcritud y narradas con excelente ritmo. La mezcla de invención y recuerdos personales, más o menos modificados, que se produce en varios relatos suele mantener una proporción justa, lo que no significa, claro está, que el resultado artístico tenga el mismo nivel en todas las piezas. Un tema que recorre todos los cuentos, por debajo de su trama argumental, es la reflexión sobre los proyectos de la adolescencia y la comprobación de su fracaso. Ilusiones naufragadas, vidas resignadas, voluntades rotas, frustraciones de distinta naturaleza planean sobre los personajes que son, en realidad, variantes de un mismo narrador en circunstancias y ámbitos diferentes: el colegio, la habitación de un hotel, el rincón de un cajero automático, el hogar familiar, el lugar de trabajo actual, el cubículo del adolescente...Hay relatos que apenas son el desarrollo mínimo, llevado al extremo, de una anécdota, como "Sólo tienes que resistir hasta mañana" o "El sol de Andalucía embotellado", ambos ejemplares por su medida construcción. Otros, en cambio, resumen varios años de vida. Cabe destacar entre ellos las reconstrucciones de ciertas facetas de la vida adolescente en "Había una manera" -centrada en el recuerdo de una partida simultánea de Bobby Fischer con cincuenta ajedrecistas- y "Brooke Shields", donde el narrador adulto mezcla los recuerdos de las primeras lecturas con ráfagas del despertar erótico (asunto presente también en piezas como "Tú sigue por donde vas, que no vas a ninguna parte"). La experiencia personal parece determinante en "El sol de Andalucía embotellado" y más aún en "Cuidados paliativos", donde se apunta otro motivo como el intercambio o fusión de personalidades, que llega a su desarrollo mayor en "Tú sigue por donde vas, que no vas a ninguna parte", pero también, en cierto modo, en "Había una manera", en el que el narrador trata de suplantar sin riesgo al niño ajedrecista, y, con mayor sutileza, en "El llanto".
No sólo existe la repetición de ciertos motivos temáticos que inyectan unidad en un conjunto forzosamente variado. Existen también imágenes y símiles que reaparecen en diversos relatos y robustecen la impresión de que la voz narrativa es unitaria, por diferentes que sean las historias que esboza. En primer lugar, el símil de la manada de ñus atravesando la charca de cocodrilos en el parque de Serengueti que da título al volumen y que, extraída de un documental (p. 131), sirve para evocar la desbandada de los alumnos de un instituto en la hora del recreo ("Había una manera"), la salida de los espectadores de una sesión de cine ("Brooke Shields"), la contemplación de la gente que transita por una avenida o, una vez más, la fila de alumnos que se encamina al instituto ("Tú sigue por donde vas..."). La fórmula para resumir el distanciamiento de dos condiscípulos que vuelven a encontrarse mucho después, como Renata y el narrador, es así en "Justicia poética": "Luego pasaron unos cuantos años, cada uno con su Miss Universo y su final de Wimbledon y su terremoto en un lugar lejano y su guerra civil en algún país de África y sus niños llorando porque su equipo de fútbol había descendido" (p. 202). Estas palabras se repiten literalmente para resumir el dilatado espacio de tiempo de separación entre Frankie y Edi en "Tú sigue por donde vas, que no vas a ninguna parte" (p. 225). Y existen algunas otras fórmulas aprovechadas más de una vez, como las que se refieren a Brooke Shields en Pretty Baby (pp. 98 y 219) o a las razones para escoger la clave de una tarjeta bancaria (pp. 108, 245). Buen manojo de relatos, con poquísimos descuidos ("la manera en la que ampliar esa ventaja", p. 22; "aquel ansia", p. 202) y muy recomendable.