Enrique Loewe, presidente de la Fundación Loewe.
En una mesa próxima trabaja su hija Sheila, que hereda su puesto en una Fundación que ha sido su vida. "La dejo en manos amigas y filiales, no sin nostalgia", reconoce, y continúa: "Tengo que intentar vivir mi vida con una cierta dosis de dignidad. Son demasiadas cosas las que he dejado de hacer por Loewe y ahora voy a dejar que cuide de sí mismo y a ocuparme de mí". Los fastos de su marcha coinciden con los de la celebración del XXV aniversario del Premio Loewe de Poesía, su empresa más querida, de la que más orgulloso se siente, pero si en su mano estuviera, y aunque con todo el agradecimiento del mundo, los cambiaría por un paseo por la sierra de Gredos. Enrique Loewe es en realidad un hombre de talante tímido, que habría preferido la enseñanza y la literatura antes que estudiar Económicas y ponerse al frente de la empresa de su padre.
- No soy un gran empresario. Llevo el nombre de una empresa que suena mucho. En Loewe ha habido la figura de un gran empresario que fue mi padre y yo he sido un continuador, un aprendiz de brujo cuya principal inclinación ha estado siempre hacia la cultura. No pude hacer lo que quería y me he pasado 50 años de mi vida, ¿verdad?, Sentadito en una silla y llevando adelante esta empresa con ilusión, acercándome a la cultura española y procurando contemplar la artesanía, la estética, la calidad... soy un empresario atípico, no es extraño que me haya dedicado apasionadamente a la Fundación Loewe.
Para esa fundación y bajo la máxima de acercar el mundo de la moda a la cultura, un paso imprescindible para el empresario pero también "para ser persona, para ser ciudadano y para ser feliz", creó hace 25 años el Premio Loewe. En aquellos estertores de los ochenta, no podía estar seguro del prestigio que acabaría acompañando a un premio que entonces fue recibido con escepticismo y espíritu crítico, rodeado de esa aureola de desconfianza que circunda a los galardones literarios y que, reconoce, en no pocos casos tiene aspectos de verosimilitud. Pero el Loewe nació distinto a sus hermanos, con la vocación de ser útil para la sociedad del momento y aupado por el entusiasmo de un grupo de poetas desinteresados que sabía de las horas bajas por las que atravesaba la lírica.
- La poesía vivía una mala época y los premios tradicionales estaban un poco de vacaciones. Decidimos con la ayuda de varias personas, el jurado primero, entre el que destaco a Villena, Brines y Octavio Paz, que sería un premio distinto. De aquella época recuerdo mucho a Paz, que durante 12 años estuvo muy amistosamente pendiente del Loewe y con el que llegué a tener una amistad desproporcionada, pues yo miraba hacia arriba y veía un bosque. Pero fue muy bonito, porque Octavio no se dejaba fácilmente llevar la contraria. ¿Qué le digo de estos 25 años? Buenos amigos, buenas personas y de vez en cuando algún problemilla. Pero, vamos, los propios de algo dura un cuarto de siglo. No puedo decir de esta agua no beberé o en este pozo no he caído, pero creo que la cosa se ha llevado con auténtica honestidad, con un riguroso espíritu aséptico producido por Paco Brines, con una voluntad de hacer cosas diferentes, de no caer en tópicos. No ha habido ni trampa ni cartón, nos tomaron el pelo aquel año que quedó desierto pero yo tengo la conciencia muy tranquila. El premio tiene un prestigio y creo que se ha visto en mi actitud y en la de las personas que nos han acompañado y que han luchado por esto que la única que tenía que ganar era la poesía.
Enrique Loewe supo desde el principio que se dejaría la piel en el intento, pero desconocía si su propia empresa le apoyaría durante tanto tiempo. Si se vendían más bolsos, entendería que le dijeran que sí; pero si las ventas hubieran bajado, también habría comprendido lo contrario. "Se ve que se vendieron los que se tenían que vender y que ha sido de verdad un trabajo bien hecho de todas las personas que nos ayudaron", agradece. Además, es consciente de que el galardón ha logrado darle una cara más amable a la poesía y de que se ha visto con buenos ojos y simpatía que una casa perteneciente a la moda se ocupara de un campo que, a su juicio, hoy goza de mejor salud: "No podría atribuírselo sólo al premio sino también a la evolución de la sociedad y también a las crísises, que nos vuelven más poéticos".
Entre la nómina de ganadores del Loewe, no puede nombrar un favorito, aunque con el tiempo, y según fue creciendo su interés por la poesía, hubo autores que le dejaron marcado. De manera que no tiene problema en hablar de Benítez Reyes, Carlos Marzal, García Montero... "He ido progresando a través de este ejercicio, aprendiendo con cada fallo, porque no se imagina lo bonito que era escuchar las deliberaciones del jurado y ver cómo se analizaban los distintos porqués de las elecciones. Ha sido un curso acelerado de estética poética y de sensibilidad", rememora. Hace dos años, en Granada, durante una charla con García Montero, le reconoció al escritor que él había sido "un burro poético" y que este premio le había culturizado, limado y refinado la sensibilidad del espíritu. "Yo, que no creé el premio por eso, me siento un muy principal beneficiado de lo que ha pasado".
Gracias al ensanchamiento del espiríritu que le propició el premio, hoy prepara su jubilación elaborando listas de lecturas pendientes, intentando aprender mejor inglés y releyendo a Borges para ver a qué autores anglosajones puede dirigirse de forma vehemente. "Intento buscar lo que no conozco, incluso en lo clásico. Ahora me gustaría pasar la poesía por la historia, volver a los griegos, ahondar en el origen de la tragedia. No paro de leer". Se va con el Loewe asegurado, hace unos días le hizo saltar las lágrimas su "gran jefe" de Vuitton, que le transmitió su interés por el Premio y le confesó que los arquitectos que se han puesto a diseñar nuevas tiendas de la firma en el extranjero habían quedado encantados con los poemas sueltos que tienen por los techos las españolas. "Me dijo que la traducción al japonés no debía ser obstáculo y yo le confesé: querido amigo, después de 25 años luchando para convencerles de que esto es fantástico, es un premio que me diga esto".
La empresa española, un poco despistada en materia de mecenazgo -reconoce antes de concluir la entrevista-, debería tal vez arrimarse más a las artes. En este sentido, señala el ejemplo de la feliz relación que estos campos tienen en Estados Unidos. Aunque a veces se desarrolle de forma muy superficial, expone, hay una participación de la empresa y de la sociedad en la cultura que sería interesante imitar aquí:
- Tengo la esperanza de que siendo tan potentes el legado y la historia, la fuerza de nuestra cultura se abrirá paso y dejaremos de ser un país de individualidades en todos los terrenos para ser de verdad un país de realidades, de pesos específicos. Lo digo con cierta esperanza, no porque me vaya, pero creo que una vez que se restañen las heridas de la crisis y que todo esto vuelva a su ser, todo tendrá otra lógica. En el fondo, lo que falla es la base, la demanda de cultura, la educación para que luego exista esa demanda, falla el exceso de folclor, de juerga, de botellón. Falta un respeto y una actitud más inteligente, más educada hacia la cultura y eso probablemente es cuestión de muchas cosas que habría que ver. Desde el siglo XIX, desde cómo se desarrolló la cultura española, cómo se ha movido España en el mundo... Soy un esperanzado pesimista o lentamente esperanzado.