Hay genios literarios a quienes un traspié biográfico coloca del lado equivocado de la historia, donde sufren sepulcralmente el desdén perpetuo. Borrados de la nómina de hombres ilustres, sólo la grandeza o novedad de sus obras les saca a veces de la sombra. Caso de Knut Hamsun (Lomel Grudbrandsdal, 1859 -Grimstad, 1952), nacido Knud Pedersen, si bien este escritor resulta especial, pues redactó un pliego de descargos, el libro aquí reseñado, con el propósito de esclarecer su no culpabilidad. Sea como fuere, nadie le puede arrebatar el honor de ser el mejor prosista noruego. Su vida aparece repleta de intensas experiencias, como su temprano viaje a América, donde realizó trabajos varios, de conductor de tranvías en Chicago y de agricultor en Dakota del Norte, entre otros, y de éxitos, como la publicación de novelas excepcionales, universales, como sus primeras, de corte romántico, Hambre (1890) y Pan (1894), que le llevaron a conseguir el Nobel.
Hamsun fue, como dije, a Norteamérica, y volvió de allí decepcionado. La falta de cultura y la superficialidad de un sistema democrático sujeto al albur de las debilidades humanas le contrariaron, pues venía de un país pequeño, ordenado. Todavía no comprendía la grandeza de la nación americana, la capacidad para la innovación, su profunda energía de cultura joven, sin lastres del pasado. Regresó a Noruega, curado de la inquietud juvenil, y su reencuentro con la cultura patria, fuertemente influida por la alemana moderna, le convenció de que era un modelo mejor, y que la vida social de su terruño era más rica.
Cuando a los noventa años redacta Por senderos que la maleza oculta pretende defenderse del cargo formal hecho por la sociedad noruega, su colaboración con el enemigo nazi durante la ocupación de Noruega, alegando que su actuación se ajustaba a los principios que guiaban a su país. El hecho de que regalase a Goebbels su medalla del Nobel y ciertas acciones sospechosas pesaban en su contra. A su favor, alega Hamsun, debería contar que jamás tuvo nada contra los judíos, no denunció a nadie y siempre trató de ayudar a sus compatriotas durante la ocupación.
Se declara inocente, porque todos los intelectuales de su país habían sido también fervientes admiradores de la cultura germánica. Se burla de quienes pensaban que estaba motivado por el dinero, que había amasado una enorme fortuna. Le disgusta también que hurguen en sus matrimonios, pero sobre todo que las autoridades buscasen otra línea de persecución: la de declararlo mentalmente incapaz. Relata las vicisitudes pasadas en la clínica psiquiátrica donde lo encerraron, y el deterioro de su persona en tan deprimente ambiente. Recordemos que Hamsun estaba casi sordo, lo cual le hacía vivir sensorialmente empobrecido.
Un documento de enorme importancia que contiene el libro es la transcripción de su declaración al fiscal del Estado, donde explica que mientras tantos artistas y los propios miembros de la Familia Real huyeron durante la ocupación, él permaneció, porque creía que así Noruega llegaría, llevada de la mano de los alemanes, a constituirse en una gran nación. Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo, tuvieron sueños similares, que la historia convirtió también en pesadillas.