Clara Obligado. Foto: Antonio Heredia
La idea de espiral recorre estos once relatos de Clara Obligado, bonaerense exiliada que vive en Madrid desde 1976. Esa espiral marca a fuego una obra poblada de signos (temas, personajes recurrentes) que se reparten y orbitan entre los textos, conformando un libro en el que un torbellino de azares y coincidencias comunica y cruza las diversas historias, tanto que no es inusual que algunas peripecias se desarrollen o amplíen en el seno de relatos posteriores. Los saltos espacio-temporales en el tablero de la Historia dotan al conjunto de una gran fertilidad y permiten a la autora desplegar una gran capacidad para la peripecia y lo poético. Si la primera de las once piezas ("El azar") se resiente de una excesiva preparación-distribución de los elementos, se justifica en adelante por el fecundo reparto de los mismos en el conjunto del libro.Hay joyas que conmocionan al lector, como "El silencio", drama de un ferroviario francés en tiempos de ocupación nazi, que nos habla de la inmoralidad de aceptar el mal como algo cotidiano y llevadero entre la "gente de bien". El personaje de Kristina en el relato "Albania", su errático viaje mediterráneo de recién casada, su paso del todo a la nada, muestra de cuánta poesía y peripecia es capaz Clara Obligado cuando entra en tono y desarrolla con gusto una ocurrencia. De paso se pone en la piel del otro, para, repentinamente, "ser emigrante, una albanesa sin nombre". La emigración es una de las constantes en la autora: hermoso y terrible es el texto del joven panadero polaco que busca fortuna en América ("Las dos hermanas") o esa otra fábula de emigrados "gallegos" con final fantasmal que es "Monedas de oro". La dificultad del regreso (en este caso a Argentina), la imposibilidad de recomponer lo que se abandonó, es el tema del doloroso y elaborado "Agujeros negros", donde la existencia es ya "frágil vida craquelada". Hay en "Frío" una curiosa y exótica variante del dilema ¿Si Dios no existe, todo está permitido?
Terrible es la dialéctica entre el anciano terminal y su cuidadora rusa en "Así que esto era el amor". Cabe también en el libro un ejercicio hipotético acerca de Los puentes de Madison y qué hubiera ocurrido en el futuro, de haber escapado aquella mujer en la furgoneta del fotógrafo. La autora convive con su personaje de ficción, la rusa Lyuba, en "La escritura", donde nos muestra cómo los personajes se quedan a vivir en la cabeza de los escritores a modo de vampiros.