Image: El viaje del elefante

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Letras

El viaje del elefante

por José Saramago

20 noviembre, 2008 01:00

José Saramago. Foto: Isabel Bastos / EFE

Alfaguara

Por más incongruente que le pueda parecer a quien no ande al tanto de la importancia de las alcobas, sean éstas sacramentadas, laicas o irregulares, en el buen funcionamiento de las administraciones públicas, el primer paso del extraordinario viaje de un elefante a austria que nos proponemos narrar fue dado en los reales aposentos de la corte portuguesa, más o menos a la hora de irse a la cama. Quede ya registrado que no es obra de la simple casualidad que hayan sido aquí utilizadas estas imprecisas palabras, más o menos. De este modo, quedamos dispensados, con manifiesta elegancia, de entrar en pormenores de orden físico y fisiológico algo sórdidos, y casi siempre ridículos, que, puestos tal que así sobre el papel, ofenderían el catolicismo estricto de don juan, el tercero, rey de Portugal y de los algarbes, y de doña catalina de austria, su esposa y futura abuela de aquel don sebastián que irá a pelear a alcácer-quivir y allí morirá en el primer envite, o en el segundo, aunque no falta quien afirme que feneció por enfermedad en la víspera de la batalla. Con ceñuda expresión, he aquí lo que el rey comenzó diciéndole a la reina, Estoy dudando, señora, Qué, mi señor, El regalo que le hicimos al primo maximiliano, cuando su boda, hace cuatro años, siempre me ha parecido indigno de su linaje y méritos, y ahora que lo tenemos aquí tan cerca, en valladolid, como regente de españa, a un tiro de piedra por así decir, me gustaría ofrecerle algo más valioso, algo que llamara la atención, a vos qué os parece, señora, Una custodia estaría bien, señor, he observado que, tal vez por la virtud conjunta de su valor material con su significado espiritual, una custodia es siempre bien recibida por el obsequiado, Nuestra iglesia no apreciaría tal liberalidad, todavía tendrá presente en su infalible memoria las confesas simpatías del primo Maximiliano por la reforma de los protestantes luteranos, luteranos o calvinistas, nunca lo supe seguro, Vade retro, satanás, que en tal no había pensado, exclamó la reina, santiguándose, mañana tendré que confesarme a primera hora, Por qué mañana en particular, señora, si es vuestro hábito confesaros todos los días, preguntó el rey, Por la nefanda idea que el enemigo me ha puesto en las cuerdas de la voz, mirad que todavía siento la garganta quemada como si por ella hubiera rozado el vaho del infierno. Habituado a las exageraciones sensoriales de la reina, el rey se encogió de hombros y regresó a la espinosa tarea de descubrir un regalo capaz de satisfacer al archiduque maximiliano de austria. La reina bisbiseaba una oración, comenzaba ya otra, cuando de repente se interrumpió y casi gritó, Tenemosa salomón, Qué, preguntó el rey, perplejo, sin entender la intempestiva invocación al rey de judea, Sí, señor, salomón, el elefante, Y para qué quiero aquí al elefante, preguntó el rey algo enojado, Para el regalo, señor, para el regalo de bodas, respondió la reina, poniéndose de pie, eufórica, excitadísima, No es regalo de bodas, Da lo mismo. El rey aseveró lentamente con la cabeza tres veces seguidas, hizo una pausa y aseveró otras tres veces, al final de las cuales admitió, Me parece una idea interesante, Es más que interesante, es una buena idea, es una idea excelente, insistió la reina con un gesto de impaciencia, casi de insubordinación, que no fue capaz de reprimir, Hace más de dos años que ese animal llegó de la india, y desde entonces no ha hecho otra cosa que no sea comer y dormir, el abrevadero siempre lleno de agua, forraje a montones, es como si estuviéramos sustentando a una bestia que no tiene ni oficio ni beneficio, ni esperanza de provecho, El pobre animal no tiene la culpa, aquí no hay trabajo que sirva para él, a no ser que lo mande a los muelles del tajo para transportar tablas, pero el pobre sufriría, porque su especialidad profesional son los troncos, que se ajustan mejor a la trompa por la curvatura, Entonces que se vaya a viena, Y cómo iría, preguntó el rey, Ah, eso no es cosa nuestra, si el primo maximiliano se convierte en su dueño, que él lo resuelva, suponiendo que todavía siga en valladolid, No tengo noticias de lo contrario, Claro que hasta valladolid salomón tendrá que ir a pata, que buenas andaderas tiene, Y a viena también, no habrá otro remedio, Un tirón, dijo la reina, Un tirón, asintió el rey gravemente, y añadió, Mañana le escribiré al primo maximiliano, si él acepta habrá que concretar fechas y realizar algunos trámites, por ejemplo, cuándo pretende marcharse a viena, cuántos días necesitará salomón para llegar de lisboa a valladolid, de ahí en adelante ya no será cosa nuestra, nos lavamos las manos, Sí, nos lavamos las manos, dijo la reina, pero, en su fuero interno, que es donde se dilucidan las contradicciones del ser, sintió un súbito dolor por dejar que se fuera salomón solo para tan distantes tierras y tan extrañas gentes.

Al día siguiente, por la mañana temprano, el rey mandó llamar al secretario pedro de alcáçova carneiro y le dictó una carta que no le salió bien a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera, y que tuvo que ser confiada por entero a la habilidad retórica y al experimentado conocimiento de la pragmática y de las fórmulas epistolares usadas entre soberanos que adornaban al competente funcionario, el cual en la mejor de las escuelas posibles había aprendido, la de su propio padre, antonio carneiro, de quien, por muerte, heredó el cargo. La carta quedó perfecta tanto de letra como de razones, no omitiéndose siquiera la posibilidad teórica, diplomáticamente expresada, de que el regalo pudiera no ser del agrado del archiduque, que tendría, aun así, todas las dificultades del mundo en responder con una negativa, pues el rey de Portugal afirmaba, en un párrafo estratégico de la carta, que en todo su reino no poseía nada más valioso que el elefante salomón, ya fuera por el sentimiento unitario de la creación divina que relaciona y emparienta a las especies unas con otras, hasta hay quien dice que el hombre fue hecho con las sobras del elefante, ya fuera por los valores simbólico, intrínseco y mundano del animal. Fechada y sellada la carta, el rey dio orden de que se presentara el caballerizo mayor, hidalgo de su plena confianza, al que le resumió la misiva, luego le ordenó que eligiese una escolta digna de su condición pero, sobre todo, a la altura de la responsabilidad de la misión que le había sido encomendada. El hidalgo le besó la mano al rey, que le dijo, con la solemnidad de un oráculo, estas sibilinas palabras, Que seáis tan rápido como el gavilán y tan seguro como el vuelo del águila, Sí, mi señor. Después, el rey cambió de tono y dio algunos consejos prácticos, No necesitáis que os recuerde que podréis mudar de caballos todas las veces que sean necesarias, las postas no están ahí para otra cosa, no es hora de ahorrar, voy a mandar que refuercen las cuadras, y, ya puestos, si es posible, para ganar tiempo, opino que deberéis dormir sobre vuestro caballo mientras él va galopando por los caminos de castilla. El mensajero no comprendió el burlón juego o prefirió dejarlo pasar, y se limitó a decir, Las órdenes de vuestra alteza serán cumplidas punto por punto, empeño en eso mi palabra y mi vida, y se retiró sin dar la espalda, repitiendo las reverencias cada tres pasos. Es el mejor de los caballerizos, dijo el rey. El secretario decidió callar la adulación que supondría responder que el caballerizo mayor no podría ser ni portarse de otra manera, puesto que había sido escogido personalmente por su alteza. Tenía la impresión de haber comentado algo semejante no hacía demasiados días. Ya en aquel momento le vino a la memoria un consejo del padre, Cuidado, hijo mío, una adulación repetida acabará inevitablemente resultando insatisfactoria, y por tanto será como una ofensa. Así pues, el secretario, aunque por razones diferentes a las del caballerizo mayor, prefirió también callarse. Fue durante este breve silencio cuando el rey dio voz, finalmente, a un cuidado que se le había ocurrido al despertar, Estaba pensando, creo que debería ir a ver a salomón, Quiere vuestra alteza que mande llamar a la guardia real, preguntó el secretario, No, dos pajes son más que suficientes, uno para los recados y otro para ir a enterarse de por qué no ha regresado todavía el primero, ah, y también el señor secretario, si me quiere acompañar, Vuestra alteza me honra mucho, por encima de mis merecimientos, Tal vez para que pueda merecer más y más, como su padre, a quien dios tenga en gloria, Beso las manos de vuestra alteza, con el amor y respeto con que besaba las suyas, Tengo la impresión de que eso sí que está por encima de mis merecimientos, dijo el rey, sonriendo, En dialéctica y en respuesta rápida nadie gana a vuestra alteza, Pues
mire que hay quien va diciendo por ahí que los hados que presidieron mi nacimiento no me dotaron para el ejercicio de las letras, No todo son letras en el mundo, mi señor, visitar al elefante salomón en este día es, como quizá se acabe diciendo en el futuro, un acto poético, Qué es un acto poético, preguntó el rey, No se sabe, mi señor, sólo nos damos cuenta de que existe cuando ha sucedido, Pero yo, por ahora, sólo he anunciado la intención de visitar a salomón, Siendo palabra de rey, supongo que habrá sido suficiente, Creo haber oído decir que, en retórica, a eso lo llaman ironía, Pido perdón a vuestra alteza, Está perdonado, señor secretario, si todos sus pecados son de esa gravedad, tiene el cielo garantizado, No sé, mi señor, si éste será el mejor tiempo para ir al cielo, Qué quiere decir con eso, Viene por ahí la inquisición, mi señor, se han acabado los salvoconductos de confesión y absolución, La inquisición mantendrá la unidad entre los cristianos, ése es su objetivo, Santo objetivo, sin duda, mi señor, resta saber con qué medios lo alcanzará, Si el objetivo es santo, santos serán también los medios de que se sirva, respondió el rey con cierta aspereza, Pido perdón a vuestra alteza, además, Además, qué, Os ruego que me dispenséis de la visita a salomón, siento que hoy no sería una compañía agradable para vuestra alteza, No os dispenso, necesito absolutamente de vuestra presencia en el cercado, Para qué, mi señor, si no estoy siendo demasiado osado al preguntar, No tengo luces para comprender si va a suceder lo que llamó acto poético, respondió el rey con una media sonrisa en que la barba y el bigote dibujaban una expresión maliciosa, casi mefistofélica, Espero vuestras órdenes, mi señor, Siendo las cinco, quiero cuatro caballos a la puerta de palacio, recomendad que el que he de montar sea grande, gordo y manso, nunca he sido de cabalgadas, y ahora todavía menos, con esta edad y los achaques que trae, Sí, mi señor, Y elija bien los pajes, que no sean de esos que se ríen por todo y por nada, me dan ganas de retorcerles el cuello, Sí, mi señor.