Huéspedes del Ayatolá
Mark Bowden
22 mayo, 2008 02:00Manifestación en Washington en plena crisis de los rehenes. Foto: Biblioteca del Congreso de USA.
El 4 de noviembre de 1979, diez meses después del triunfo de la revolución jomeinista en Irán, un pequeño grupo de estudiantes universitarios irrumpió en la embajada estadounidense en Teherán, amarrada como un acorazado enemigo a un tiro de piedra de la calle y símbolo de la dominación imperial de Occidente, y detuvo a todas las personas que estaban dentro.La idea partió de Ibrahim Asgharzadeh, estudiante de ingeniería de la Universidad Sanati Sharif, cuyo objetivo inicial, cuando propuso la acción a mediados de octubre a un grupo activista conocido como "Reforcemos la Unidad", era simplemente ocupar el recinto durante tres días y utilizarlo como gran megáfono de todas sus fobias, odios y resentimientos hacia el Gran Satán.
¿Cómo y por qué lo hicieron? ¿Se confirmaron los temores que les llevaron a hacerlo? ¿Quiénes eran aquellos jóvenes? ¿Quién estaba detrás de ellos? ¿Por qué los Estados Unidos no lo previeron? ¿Cómo se explica su reacción ineficaz y descoordinada? ¿Por qué una ocupación prevista para tres días duró 444? ¿Por qué esperaron a que Reagan jurara como presidente para ponerlos en libertad? ¿Qué efectos tuvo la crisis en Irán, en los Estados Unidos y en el resto de la sociedad internacional?
¿Cómo es posible que la televisión global, que acababa de nacer con la CNN, y el resto de los grandes medios informativos internacionales se convirtieran durante más de un año en instrumentos de un programa islamista y contribuyeran, con ello, a la derrota de Jimmy Carter en las presidenciales de 1980 y a la consolidación de un régimen fundamentalista radical en Irán? ¿Tuvo alguna responsabilidad directa Jomeini? ¿Formó parte el actual presidente, Mahmoud Ahmadinejad, del grupo de secuestradores o gerogangirha, como se les conoce en Irán? ¿Qué ha sido tanto de ellos como de sus rehenes?
En Huéspedes del Ayatolá, Mark Bowden (St. Louis, Missouri, 1951), durante veinte años corresponsal del "Philadelphia Enquirer", muchos de ellos en Oriente Medio, y autor consagrado por dos libros anteriores -Matar a Pablo Escobar y Black Hawk derribado-, ambos trasladados luego al cine, responde a todas esas preguntas con un estilo trepidante. Desde la primera línea hasta la última, atrae como un imán a pesar del número de páginas (quinientas cincuenta y cuatro, contando bibliografía, apéndices e índices) y la obsesión del autor por recoger hasta los detalles más nimios.
Aunque los hechos ocurrieron hace casi veintinueve años y tanto la edición original, en inglés, como un documental de cuatro partes sobre su contenido del canal Discovery Times salieron al mercado estadounidense en 2006, el libro no puede ser más actual con Irán elevada, según el último informe sobre terrorismo internacional del departamento de Estado, publicado hace quince días, a la categoría de primera amenaza mundial en proceso imparable de nuclearización.
El hilo conductor de la historia es el drama humano de los rehenes aterrorizados, torturados, golpeados, humillados y sometidos a múltiples interrogatorios durante quince meses, mientras los EE.UU., el presidente Carter y el resto del mundo contemplaban, impotentes, el espectáculo por televisión.
Para la investigación, Bowden y sus colaboradores, entre ellos su hijo Aaron, se dedicaron cinco años largos a entrevistar a los supervivientes de la tragedia: rehenes, secuestradores, intermediarios, familiares y militares que participaron en el fallido intento de rescate que Bowden describe, acertadamente, como "una de las acciones militares más audaces y complejas de la historia de los Estados Unidos". (p. 339)
La crisis se resolvió meses después del desastre con un acuerdo humillante para Washington que negociaron Warren Chistopher y el parlamentario iraní Bezhad Nabavi en Argelia y en Alemania, por el que los EE.UU. se comprometieron a no interferir más en Irán, a devolver miles de millones de dólares congelados en bancos estadounidenses tras la ocupación de la embajada, a facilitar la reclamación iraní de la fortuna del sha en los EE.UU. y a presionar a favor de la anulación de reclamaciones multimillonarias de empresas estadounidenses en los tribunales contra el régimen revolucionario iraní.
La principal exigencia de los secuestradores, la entrega del sha para ser juzgado en Irán, no se aceptó y los propios secuestradores reconocen hoy que la conspiración de Wa-
shington con el Gobierno moderado de Bazargan para liquidar la revolución jomeinista -su primera razón para justi-
ficar el asalto- careció de todo fundamento. Fue, como afirma Bowden, "la primera batalla en la guerra de los EE.UU. contra el Islam militante, un conflicto que acabaría implicando a gran parte del mundo". La crisis de los rehenes despertó un monstruo que no ha dejado de crecer.