Image: Eduardo Haro Ibars. Los pasos del caído

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Letras

Eduardo Haro Ibars. Los pasos del caído

por J. Benito Fernández

12 mayo, 2005 02:00

Eduardo Haro Ibars

"Uno no se siente nunca maldito, sino que se le maldice", afirmaba el maldito por excelencia, Eduardo Haro Ibars (1948-1988). Vampiro de sí mismo, drogadicto y bisexual, eterno Peter Pan, Haro Ibars fue el antihéroe de la movida, poeta oscuro de un tiempo perdido por las drogas y el sida. Porque Haro Ibars no supo sobrevivir a su personaje. Un personaje al que desnuda J. Benito Fernández en Eduardo Haro Ibars: Los pasos del caído (finalista del premio Anagrama), que aparece la próxima semana y del que adelantamos dos fragmentos sobre el malditismo y sobre su agonía y muerte.

Los nuevos narradores Javier Barquín y Eduardo Haro Ibars aparecen el 28 de agosto en el programa Vaya tarde de Televisión Española, entrevistados por ángeles Caso. Empeñado en desmentir su aura de maldito, Eduardo insiste una y otra vez en que tanto Barquín como él son heterodoxos o raros, que llegan a la gente que quieren, que jamás pretendieron ser el millonario autor Harold Robbins y que al menos él nunca tuvo problemas para publicar. "Uno no se siente nunca maldito, sino que se le maldice. Entonces sí, es posible que alguien terrible me maldiga o me insulte o me haga el mal de ojo. Pero yo no me siento en absoluto nada maldito. Considero que soy un profesional, que hago mi trabajo lo mejor que puedo y si se rechaza... Siempre ha habido quien rechaza el trabajo de los otros y siempre hay quien lo aceptará. Espero", ilustra el poeta.

Madrid bulle en cocaína. Durante la noche los aseos de los locales de moda están atrancados, y cuando quedan libres, los usuarios se toquetean las fosas nasales casi como un tic. Existe una clara frontera entre las discotecas glamourosas con férreo control de entrada como Archy, en Marqués de Riscal, o Amnesia, entre las catedrales de las finanzas del paseo de la Castellana, y los recintos cutres de Malasaña. Solamente El Sol mantiene una clientela interclasista, entre la que se encuentran Blanca Uría [su último amor, muerta también por culpa del sida] y Eduardo Haro Ibars.
[...]
Informado de la situación de Eduardo, Francisco Umbral le pide permiso a su amigo Haro Tecglen para publicar una necrológica anticipada de su primogénito. Después de darle su consentimiento, el 25 de julio padre e hijo leen juntos la nota umbraliana que encabeza un desnudo "Haro Ibars" y que comienza así: "Eduardo, amor, no te me duermas ahora que vengo a visitarte con la prosa". Luego de múltiples elogios al escritor moribundo, Umbral vuelve a despertarlo: "No te me duermas ahora, poeta Ibars, cuando te llega mi carta tipográfica y triste, no dejes que se te vaya el santo laico al cielo de los poetas malditos. Escúchame, léeme un momento, sabes que este retablo, este escritor profesionalizado, instalado o contrainstalado, aprende de ti cada día, cada noche diurna, y hubiera querido realizar tu modelo mejor que ningún otro, el modelo erguido y desguazado, que a veces se me aparece, siempre en horas de deshora, en un café falso de espejos y violento de vino". Y concluye con una petición: "(Dile a Blanca que te lea esta columna, amor)".

Alguien proporciona bastantes ampollas de morfina para evitar el dolor en caso de necesidad. Están guardadas en Augusto Figueroa, aunque, con el trasiego de gente que tiene el piso, a veces desaparecen algunos envases. El doctor Laguna, como cirujano cardiaco, monta una unidad de vigilancia intensiva en la habitación de Eduardo, porque éste no quiere verse entubado en un hospital. Hay que ponerle suero y fijan un clavo en la pared. Cuando no lo necesita, Eduardo, que mantiene su dignidad, pide que lo cubran con un cuadro. Blanca llama a Lirio para comunicarle cómo está Eduardo, que ha preguntado en varias ocasiones por él. Lirio se traslada a Augusto Figueroa para hacerle una visita, pero se queda. Vuelve el trío y el círculo se cierra. Lirio echa una mano en las necesidades más inmediatas, como cambiar la botella de suero o atender sus peticiones.

últimos momentos
Eduardo empieza a demenciarse, sufre una atrofia cerebral difusa, producto del sida. Laguna se marcha de vacaciones y deja a un colega y amigo encargado del enfermo. La noche del 15 Eduardo está a solas con su madre. Preparado para el tránsito con la serenidad de Sócrates, muy tranquilo, con total lucidez, le dice a Pilar que va a morir. Ella lo niega: "¿Quién te ha dicho eso?", a lo que le contesta que él lo sabe. Su madre también sabe que va a morir. Cuando se dispone a salir de la habitación para marcharse, Eduardo le dice: "Madre, te quiero mucho. No se lo digas a ellos". Pilar, sobrecogida, no se atreve a preguntarle quiénes son "ellos". Mientras espera la llamada de Marina al telefonillo para recogerla en el portal, llega la enfermera que cuida de Eduardo durante la noche. Al poco tiempo ésta sale de la habitación, donde también se encuentra Blanca, y se despide porque asegura no tener ya nada que hacer allí. A Pilar le chocan, le extrañan ciertos movimientos. El amigo de Blanca que vive en casa acompaña a Pilar hasta el portal. Es medianoche. A Eduardo le suministran toda la morfina que hay en la casa. Llenan la jeringuilla con todas las ampollas y le inyectan la chuta.

El moribundo entra en coma estable porque la dosis de morfina no es suficiente, se queda corta. Alarmados, sus acompañantes hacen venir al médico sustituto. Le explican que han cumplido la voluntad del enfermo y el facultativo le inyecta una sobredosis de cloruro potásico. A las dos de la madrugada del día 16, cuando ya Blanca y Lirio han salido, Eduardo Haro Tecglen telefonea a Pilar Yvars desde Augusto Figueroa: "Ya ha ocurrido". Se hace un silencio interminable y Haro articula: "¿Estás ahí? ¿Estás ahí?". Pilar responde y él le dice que no se moleste en ir al domicilio, que están al llegar los de la funeraria y que espere a la mañana para ir al tanatorio. Escribe Haro: "cómo me entró el respeto por su figura [...] Nos quedamos solos muerto y yo [sic], en la habitación: vinieron los trabajadores a quienes llamamos y entre ellos y yo doblamos el cuerpo, lo ajustamos a la funda plateada, a la forma del ascensor". Eugenio recoge a su madre para acompañarla y en ese momento llaman de una radio para que algún familiar hable del poeta difunto. Atiende Eugenio el teléfono y luego se marchan, pero antes pasan por su casa. Allí reciben otra llamada del padre para comunicar que Paloma acaba de tener un niño, por lo que deciden ir antes al Hospital Clínico San Carlos. Su hermana acaba de parir por cesárea un bebé prematuro. Cuando, a través del cristal, Paloma ve los rostros de su madre y su hermano que denotan tragedia, les hace un gesto con la mano para que se marchen. Ella intuye lo sucedido. [...]

Millonario en anéctotas y desatinos
Al poco tiempo de conocer a Blanca, Eduardo, hablando del futuro, le dijo: "Yo sé que voy a morir a los cuarenta años". La vida de Eduardo Haro Ibars, millonaria en anécdotas y desatinos, tiene todos los ingredientes para convertirlo en un mito: su muerte temprana, su bisexualidad, su automarginación plena de romanticismo... Las experiencias, las peripecias personales a veces insólitas, son uno de los atractivos de quien buscó la pasión y el vértigo por la aventura. Pero esas experiencias pueden ser desfiguradas respecto a la realidad y convertirse en leyenda. Muchos de los hechos que he escuchado a lo largo de seis años tenían más de fábula que de verdad. Oí toda clase de leyendas feroces, tremendas, irreproducibles. Algunos de esos recuerdos eran poco fiables, a veces estaban deformados. [...]

El 4 de abril de 1996 muere Blanca Uría Meruéndano. Le sobrevivió lo que pudo, pero era algo esperado porque estaba infectada de lo mismo que Eduardo: del sida. También murieron Cucha Salazar, David Fernández Miró, Sonia Kowarich Alonso, Concha, "la Vieja", Sergio Víctor Izaguirre, Pepe Risi y J. Antonio Martín (de Burning), Popi Gabito, Tere Aldanondo, Teresa López Artiga, Jesús Ruiz Real, Rafael Aracil, Pablo Fernández Flórez...

Lo que queda de Eduardo es su obra publicada y muchos escritos inéditos, decenas de cuadernos dispersos por las casas de amigos o conocidos, porque el poeta escribió enfermizamente. Pero sobre todo Eduardo Haro Ibars escribió su vida en la calle -donde escandalizó porque nunca le gustó la realidad-, porque la literatura no sólo es un oficio, sino una forma de vida. Eduardo se comprometió con la vida y con la literatura, sufrió y escribió desde el sufrimiento. Vivió con heroísmo el dolor -qué sería de nuestra supervivencia sin el dolor, que nos avisa del peligro y ayuda a evitarlo- y escribió.

Supervivientes de una época desolada
Del tiempo de Haro Ibars quedan algunos sobrevivientes: Diego Galán, que arrastra una cinefilia incurable; Mariano Antolín Rato y María Calonje, apartados en el sur y sumergidos en el zen, la literatura y la jardinería; Miguel ángel Arenas, en tierras alicantinas, padre de familia y respetado pequeño empresario; Mario Pacheco al frente de Nuevos Medios, a vueltas con el nuevo flamenco; Leopoldo María Panero de náufrago inmortal; Haro Tecglen, que perdura y reclama las ideas de su hijo como no lo hizo en vida de éste -"Está hoy en las columnas haciendo lo que le hubiera gustado que hubiese hecho Haro Ibars. Está siendo su hijo. Un fenómeno freudiano. Está tratando de justificar, de darle un sentido, a la vida caótica de su hijo [...] No lo va a decir nunca pero es así. Es hermético y muy listo. Está haciendo una forma de periodismo que es la que él cree que le hubiera gustado a Haro Ibars. Está tratando de legalizarlo", dice Umbral demoledoramente-; de Villena, perseverante en la literatura, escribió Madrid ha muerto, donde Haro Ibars aparece convertido en personaje de novela. Novela sobre la movida de la que ya nada queda. Como de Tánger, hoy una sombra de lo que fue, una ciudad peligrosa, de vida oscura, de negocios ilegales, de vagabundeo, de ladrones de poca monta. Un tiempo del que apenas quedan las cenizas y poco más.