Bami sin sombra
Fernando Aramburu
12 mayo, 2005 02:00Fernando Aramburu. Foto: F.A.
Si, aun a costa de simplificar las cosas, se empieza por decir que la nueva novela de Fernando Aramburu relata la historia de una niña que pierde su sombra, es posible que algunos lectores recuerden la Historia maravillosa de Pedro Schlemihl (1814), de Adalbert von Chamisso, traducida a veces, haciendo caso omiso del título original (Peter Schlemihl’s wundersame Geschichte), como El hombre que perdió su sombra.En realidad habría que pensar en una concreta traducción española de la obra, aparecida en 1942 como Peter sin sombra, título que sirve de modelo indudable a Bami sin sombra. La historia de Chamisso se inscribe en el orbe de la literatura fantástica, lo mismo que alguna de sus variantes, como el cuento de Hoffmann "La aventura de la noche de san Silvestre", en la que Erasmo Spikher pierde su imagen en el espejo. Pero hay numerosos precedentes, incluso en el folclore, y bastaría recordar la leyenda navarra que recogió Pedro de Aguirre acerca del sujeto al que persigue el diablo, que le reclama el alma empeñada y sólo consigue atrapar la sombra del deudor fugitivo.
Situar Bami sin sombra en esta línea imaginativa es, sin embargo, señalar sólo un aspecto secundario de la obra. Porque, pese al título y al hecho de que la adolescente protagonista pierde, en efecto, su sombra, la obra de Aramburu nada tiene que ver con la de Chamisso -salvo quizá en el carácter itinerante de algunos episodios- y sí con otras raíces. Bami sin sombra se desarrolla en Antíbula, el imaginario país creado por el autor en la novela Los ojos vacíos, que pasó de un régimen monárquico a una dictadura para desembocar en una sangrienta rebelión y sufrir una guerra civil. Ahora vive en un régimen democrático en el que subsisten vestigios totalitarios, tanto en el comportamiento de la policía como en el espíritu de quienes sólo ven en la democracia una degradación de las buenas costumbres, una pérdida de los "valores morales, que son la savia vivificadora de la sociedad", como proclama un personaje (pág. 141) en un caricaturesco discurso en que muchos podrán reconocer hechos cercanos. Bami, que vive precariamente con su madre en un lugar apartado del país, es enviada a la capital para tratar de localizar al hermano ausente desde hace años. También la maestra le ha encargado que entregue una misteriosa gargantilla a un personaje desconocido. En la travesía en barco sufre un terrible percance del que surge una Bami sin sombra, evadida de la Bami que ha sufrido un asalto mortal, que emprenderá las tareas encomendadas. En un itinerario alucinante, cercano a los sueños y visiones de estirpe barroca, en el que el tiempo narrativo se dilata prodigiosamente -como se descubrirá en las últimas líneas de la novela, con su desenlace abierto-, Bami verá continuamente obstaculizada su misión por personajes sin nombre que intentan retenerla con diferentes excusas: el viejo (o "el judío"), las niñas, la marquesa, el gordo (o "la larva"), la baronesa, la mujer solitaria, el estudiante, los policías, el estibador... La lóbrega casa de la calle Natenés, que Bami recorre desde el sótano hasta el sotabanco en un proceso ascendente de resultado incierto, recuerda la hospedería del abuelo Cuiña en Los ojos vacíos, y encierra una espléndida galería de tipos estrafalarios o pintorescos que representan -de ahí la sustitución de los nombres por designaciones genéricas-, como en los "sueños" barrocos, vicios, pasiones, debilidades y actitudes diversas del ser humano. Pero todo ello está localizado en un país concreto -Antíbula- cuya historia conocemos desde Los ojos vacíos y cuya situación actual lo asemeja a ciertos países reales. Así, en algunos lugares existen hermandades que "se reúnen de vez en cuando para jugar a las cartas y empinar el codo. Por Viernes Santo se disfrazan de nazarenos; cargan por las calles, entre quince o veinte, un paso que les deja un hombro magullado y con eso han cumplido hasta el año siguiente" (pág. 210).
Queda la puerta abierta para que el lector vea en Antíbula, e incluso en la casa de la calle Natenés, un microcosmos representativo de comunidades más amplias a las que Aramburu aplica una lente con muchas facetas, que comprenden desde la caricatura inmisericorde hasta la piedad. Entre rencillas, oscuros asuntos familiares, desolación y miseria, Bami atraviesa incontaminada las situaciones más atroces, como uno de esos niños desvalidos casi dickensianos que Aramburu ha delineado a veces, cuya mayor fuerza es su maravilloso candor. No hay que perderse Bami sin sombra.