Al igual que otros de los grandes renovadores de la novela, James Joyce comenzó su obra narrativa con un conjunto de relatos, Dublineses. Se trata de quince cuentos en los que se recrean las edades del hombre en el Dublín de principios del siglo XX, donde conviven el prejuicio, la hospitalidad y la urgencia del placer. La capacidad de transformar la mediocridad de la existencia cotidiana en materia artística no surge de una posición moral, sino de un estilo preciso, objetivo, que ya insinúa esa gigantesca aventura del espíritu que engendró el Ulises y Finnegans Wake, donde el lenguaje explora sus límites y los trasciende.