Image: Recordando a Kate

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Letras

Recordando a Kate

A. Scott Berg

11 diciembre, 2003 01:00

Katharine Hepburn, por Gusi Bejer

Traducción de Carme Camps. Lumen. Barcelona, 2003. 400 páginas, 21’50 euros

Nadie le puede negar a Katharine Hepburn su categoría como actriz fundamental del siglo XX, aunque nunca fuera una estrella al uso, porque su personalidad indómita e inquieta nunca acabó de amoldarse a los mecanismos del sistema. Consiguió formar parte de la mitología de Hollywood sin perder un distanciamiento irónico -para algunos una irritante altivez- que la apartaba de los arquetipos de la fábrica de sueños gracias a una personalidad singular.

Con un carácter indómito e independiente, su temperamento dinámico se apoderaba de la pantalla. Su belleza angulosa y agresiva, con una figura atlética, no le impedía gozar de una aureola de elegante romanticismo. Representó como nadie a la nueva mujer de los tiempos modernos, autosuficiente y libre, de inteligencia despierta, capaz de pisar el territorio de los hombres, convirtiéndose en símbolo vibrante de un feminismo activo sin perder la seducción de la femineidad. Lo suyo era una naturaleza diferente, una mezcla magnética de fuerza y fragilidad, combinada con un talento único para transmitir emociones. Otras pudieron reinar en la Meca del cine, pero ninguna como ella alcanzó una autoridad indiscutible.

Su propia forma de ser, que la alejó de las vanidades del estrellato, considerándose siempre una trabajadora más de la industria que pisaba los terrenos movedizos de Hollywood sólo por contrato, le permitió rodear de misterio su vida privada. Con una vida sentimental discreta, aunque no por ello poco turbulenta, supo librarse del uinverso chismoso del gremio, así que más allá de su carrera rutilante, sus cuatro Oscars de la Academia, poco se supo durante años de su trayectoria privada, sin que hayamos tenido hasta ahora más biografía autorizada que las memorias que escribió en los años 90, Yo misma, hasta ahora el documento más completo y veraz para conocer la trayectoria profesional e íntima de la gran dama.

Scott Berg se ha valido de la amistad que hizo con la actriz al entrevistarla en los años ochenta para escribir un libro curioso de recuerdos que no llega a ser una biografía propiamente estricta. Es más bien el anecdotario de un joven mitómano que sabe administrar sus periódicos encuentros con el personaje presentándose como una especie de estrecho confidente. De este modo, conocemos a una Hepburn anciana pero siempre brillante, repartiendo sus agudos comentarios entre sorbo y sorbo de whisky famous grouse en un vaso con hielo sobrepasando el borde. Asistimos a sus andanzas en la cocina junto a su sempiterna secretaria y amiga Phillys, su particular Alice B.Toklas, británica y despistada, mostrándonos sus aficiones gastronómicas salpicadas con opiniones sobre la vida y el oficio de intérprete, a la vez que rememorando historias de la gente del cine y del teatro, mientras ayuda al autor a hacer contactos para un libro sobre Samuel Goldwyn.

Los pasajes biográficos que se ofrecen a lo largo de los capítulos no dejan de ser páginas de transición con datos de enciclopedia, siendo más interesante y jugosa la lectura cuando se narran los diferentes encuentros y sus correspondientes conversaciones. Podemos así revivir los primeros tiempos de Hepburn en la RKO, cuando su deslumbrante presencia arrolladora y franca la convirtió en una estrella diferente, con una energía que electrizaba la pantalla, dulce y agresiva, capaz de fascinar tanto a hombres como a mujeres. Más tarde su caída en des- gracia, cuando se la llegó a considerar demasiado altiva e incómoda para la industria, un verdadero "veneno para la taquilla", obligándola a refugiarse en el mundo del teatro en Nueva York, hasta decidir tomar personalmente las riendas de su carrera, controlando ella misma las producciones, y regresar triunfalmente con Historias de Filadelfia. A punto de retirarse con la llegada de la madurez, resurgió de nuevo en plena forma con las películas junto a Spencer Tracy y la magistral La reina de áfrica, alcanzando incluso en la edad anciana una nueva etapa de esplendor con títulos como En el estanque dorado. En resumen, una trayectoria infatigable llena de triunfos, más allá de periódicos sinsabores, que nos hacen ver la dimensión extraordinaria de la mujer y la actriz, entre recuerdos que mezclan la humildad y el orgullo.

La vida sentimental de Katharine Hepburn fue una constante lucha entre la razón y la pasión, dominada siempre por su irreductible deseo de independencia. Su primer matrimonio de juventud con un amigo de la familia, Ludlow Ogden Smith, fue más bien una unión de camaradería que se rompió cuando la actriz empezó a triunfar en el cine y se casó con su carrera, aunque la presencia de "Luddy" permaneciera constante a lo largo de los años como fiel servidor enamorado y entrañable colega. En este libro descubrimos romances fugaces poco conocidos con Joel McCrea, George Stevens y John Ford, cuya masculinidad tosca y sin sensiblerías atraía a la irreverente indomable, que a veces necesitaba encontrar la horma de su arrogancia en tipos duros y brillantes que le diesen sombra. Aunque sus dos grandes amores oficiales, a pesar de mantenerlos con un cierto aire clandestino, fueron Howard Hughes y Spencer Tracy. Con Hughes, millonario audaz, ególatra y neurótico, se acabó produciendo el choque de personalidades demasiado aristadas como para acoplarse, pero supieron mantener una amistad sólida a distancia a lo largo de los años. Con Tracy encontró el placer y el infierno de entregarse al amor sin esperar nada a cambio. él, irlandés y católico, nunca llegó a divorciarse de su primera mujer. Atormentado y víctima del alcoholismo, sus infidelidades eran continuas. Kate se dedicó a él con apasionado cariño que no llegaba a la sufrida abnegación, ya que cada uno seguía su carrera y vivían separados. Los recuerdos de su difícil y profunda relación son una de las partes más emocionantes del libro, hasta la muerte del actor, cuya ausencia guardó ella con eterna devoción, a pesar de que Berg se permite dejar caer la posibilidad de inciertas inclinaciones sáficas en su madurez escudándose en unos comentarios de su amiga Irene O’Selznick.

Recordando a Kate es un libro de lectura ligera, prolijo en testimonios cotidianos que dibujan un retrato chispeante y humano de la estrella, plena de energía y lucidez hasta su deterioro y muerte. Niega su fama de misántropa y la revela como una excelente e ingeniosa conversadora. Con anécdotas divertidas dignas de alta comedia, como la extraña cena en honor de Michael Jackson. Puede que esté más dirigido a fans que a estudiosos, pero es un perfecto entremés para luego cenarse con alguna película de la gran señora, con el autor haciendo de invitado en una especie de Adivina quien viene esta noche. Se echa en falta mejor material gráfico, reduciéndose a unas cuantas fotos típicas de estudio sin pies. Se diría de todos modos que la Hepburn, sin ser poco esta obra, siempre se merece más.


"Carácter, joven, carácter"
Katherine Hepburn era una mujer de carácter, incluso en las cosas más nimias. Se negó a entrar en los juegos más superficiales de Hollywood: aparecía en público con pantalones y sin maquillar, no posaba para las fotografías de promoción, no concedía entrevistas... Llevó su desafío hasta el final: en un Hollywood empeñado en apoyar siempre a los actores más jóvenes, protagonizó muchas de sus mejores películas cuando ya había cumplido los cuarenta años y ganó tres Oscar después de cumplidos los sesenta.

En una ocasión su representante telefoneó al cantante Elton John para pedirle permiso para usar su piscina. El cantante accedió pero se olvidó del asunto hasta que un día se encontró con la actriz en su salón recomendándole cómo colocar los muebles. De allí fueron a la piscina: en ella flotaba un sapo muerto. A pesar de que Elton John estaba horrorizado, Katherine Hepburn se lanzó a la piscina, cogió el sapo, lo lanzó al césped y comenzó a nadar. Al salir del agua Elton no salía de su asombro ante el "arrojo" de la actriz. Katherine le dijo: "Carácter, joven, se llama carácter".


Las fieras de mi niña
El director John Ford descubrió a K. Hepburn en María Estuardo. Ford inauguró también la lista de amantes famosos de Katharine.

Howard Hawks dirigió a Hepburn en La fiera de mi niña. Dijo de ella que era "una de las dos actrices más sexys a las que había dirigido. La otra es mi asistente personal". Lo dijo con conocimiento de causa.

Cary Grant fue pareja de Hepburn en cuatro películas. En La fiera de mi niña fue él, según relata William Catlet, quien le enseñó que hacer comedia no consistía sólo en "hacer muecas graciosas".

Spencer Tracy fue la gran pareja de Hepburn, tanto en la pantalla como fuera de ella. Aunque Tracy, muy católico, nunca llegó a separarse de su mujer, lo cierto es que tampoco se separó nunca de Katharine.

Se dice que John Huston rodó La reina de áfrica (1951) para tener una excusa para ir a cazar a áfrica. La película reunió a dos caracteres indomables: Hepburn y Humprey Bogart.

Henry Fonda compartió con Katharine Hepburn el último de sus éxitos cinematográficos, En el estanque dorado (1981) en la que interpretaban a una pareja de ancianos que se retira a un lugar paradisíaco a pasar las vacaciones. Ambos consiguieron el oscar al mejor actor y mejor actriz, respectivamente.