La poesía comunista de Alberti
Primer mitín de Alberti tras el exilio, el 21 de mayo de 1977. Foto: Emilio Sánchez
Las relaciones entre poesía y política no gozan hoy de muy buena fama. La politización de la poesía suele entenderse como un rebajamiento de la pureza estética por intereses ajenos al arte. Pero la conciencia crítica es inseparable de la creación artística más rigurosa, y la voluntad política, en manos de un poeta de calidad, suele convertirse en una reflexión ideológica que no sólo enriquece los horizontes de los contenidos, sino también de los tonos y los recursos del género.
Alberti se acercó a la política en el vértigo humanizador de la rebeldía vanguardista. Animado por las luchas estudiantiles contra la dictadura de Primo de Rivera, escribió ya una elegía cívica, "Con los zapatos puestos tengo que morir", fechada el 1 de enero de 1930. La rebeldía vital anarquista estalló en unos versos de voluntad agresiva que despreciaban en cuerpo y espíritu las mentiras convencionales de una sociedad agonizante: "Será en ese momento cuando los caballos sin ojos se desgarren las tibias contra los hierros en punta de una valla de sillas indignadas junto a los adoquines de cualquier calle recién absorta en la locura./Vuelvo a cagarme por última vez en todos vuestros muertos en este mismo instante en que las armaduras se desploman en la casa del rey, en que los hombres más ilustres se miran a las inglés sin encontrar en ellas la solución a las desesperadas órdenes de la sangre".
Como buena parte de los poetas surrealistas europeos que quisieron buscar una cauce político a esta rebeldía vital, Alberti asumió la militancia comunista. En este proceso tuvo importancia su primer viaje a París, en 1931, y la beca de la Junta para la Ampliación de Estudios, en 1932, que le permitió conocer los nuevos movimientos teatrales europeos en Noruega, Bélgica, Dinamarca, Alemania y en la URSS. Alberti asiste al Primer Congreso Mundial contra la Guerra, y presencia en Berlín el incendio del Reichtag, provocado por los nazis. Se convierte entonces en un poeta en la calle. Sus primeros tanteos de poesía comunista se publican en el librito Consignas (1933), amparado por la voluntad leninista de defender una literatura de partido. Se trata de un ensayo literario inocente, en el que los poemas van acompañados de notas en prosa para explicar a los obreros el sentido de los versos.
Alberti se siente incómodo en el curso de esta superficialidad literaria. Desde su primer libro se había caracterizado por una búsqueda en los estilos, en las formas y el lenguaje, que no podía contentarse con la utilidad publicitaria de los poemas. Comienza entonces una indagación sobre las relaciones de la historia y la creación literaria, que va publicando en libros de notable calidad: Un fantasma recorre Europa (1933), 13 bandas y 48 estrellas. Poema del mar caribe (1935) y Nuestra diaria palabra (1936). Cuando organiza estos poemas en De un momento a otro. Poesía e historia (1937), Alberti une su compromiso a la búsqueda de nuevos recursos líricos, insistiendo en una de las características más llamativas de su obra, la necesidad constante de innovación: "Mi vocación, mi jamás rota fe en la poesía, mi dolorosa, alegre y continua exploración de las nuevas realidades líricas y dramáticas de España y del mundo, me han conducido lenta y difícilmente a este cambio de voz, de acento".
Cernuda acusó a Alberti en sus Estudios de poesía española contemporánea de ser un autor superficial, acomodado en un formalismo hueco. Desde entonces los elogios de la maestría retórica de Rafael suelen estar envenenados, porque son el reconocimiento de un mérito menor. Sin embargo, la indagación de Alberti en los estilos responde a la marca más profunda del poeta contemporáneo, al nomadismo de una conciencia que no puede instalarse en las limitaciones de la realidad y apuesta por la insatisfacción, por el movimiento, por un vacío que necesita formalizarse en la búsqueda sucesiva. El poeta que pasa del neopopularismo al gongorismo, del surrealismo a la poesía comprometida, es el marinero en tierra o el ángel caído que sufre un exilio ideológico anterior al exilio político. Cuando se alejó de las consignas y de la propaganda fácil, la militancia comunista de Alberti supuso en este terreno un enriquecimiento de su poesía. Aunque se han hecho más famosas las coplas populares para leer en un mitin, hay en De un momento a otro un esfuerzo marxista por convertir la poesía en ejercicio de conocimiento de la realidad, un esfuerzo decisivo porque tuvo consecuencias muy provechosas en la evolución de la lírica española posterior.
No es extraño que Blas de Otero, Celaya, Hierro, Ángel González, Barral, Valente, Caballero Bonald y Gil de Biedma se sintiesen interesados por poemas como "Colegio", "Hermana" o "Índice de familia burguesa española". Los versos sirven aquí para una indagación histórica en los procesos sentimentales de la subjetividad, a través de un lenguaje reflexivo, crítico, en el que la intensidad de la meditación y la verdad moral del personaje adquieren protagonismo sobre la retórica más vistosa. Se trata también de un trabajo retórico, pero elaborado en los efectos de una sencillez coloquial que justifica la intimidad del pensamiento. Y tampoco es extraña la pervivencia de poemas albertianos de la guerra civil, "Los campesinos", "A Niebla, mi perro", "Elegía a un poeta que no tuvo su muerte", que olvidan los previsibles cantos al héroe, la grandilocuencia militar de los mártires y de los victoriosos, para interpretar escenas de la vida cotidiana, con su humilde voluntad de supervivencia y sus contradicciones históricas. No resulta fácil explicar lo mejor de la poesía social y del grupo poético del 50 sin aludir a los tonos inaugurados por el poeta comunista Alberti, muy parecidos por cierto a algunas modulaciones de voz de Cernuda, sobre todo desde Las nubes. La lección sigue hoy viva.