Cernuda en el Alcázar de Segovia

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Letras

Cernuda: primera memoria, imagen final

19 septiembre, 2002 02:00

En 1947, por motivos que no son del caso, tuve que realizar un viaje a México, donde conocí y trabé gran amistad con Emilio Prados y con Manuel Altolaguirre, amigos íntimos, los dos, a su vez, de Luis Cernuda. Yo les pregunté por éste y les manifesté mi gran interés en conocerlo. Me enteré entonces de que Luis Cernuda, desgraciadamente para mí, no estaba por esas fechas en México, sino en Estados Unidos, adonde había ido a dar un curso de Literatura. Pasaron varias semanas y en una nueva reunión con Prados y Altolaguirre supe, por boca de éstos, que Cernuda estaba ya en la Ciudad de México. Altolaguirre, con la generosidad que tanto le caracterizaba, se me ofreció para que yo pudiera, a su través, conocer a Cernuda. Quedamos en una nueva reunión, esta vez, en la casa de Altolaguirre, reunión que, en efecto, se produjo a los pocos días.

Cernuda era exactamente como me lo imaginaba. Exhibía una pulcritud suma, e incluso auténtica elegancia. Pasé, como es natural, una tarde feliz en compañía de esas tres personas que yo había leído siempre con pasión, aunque Cernuda se llevase la palma de mi entusiasmo lector. Me producía dolor que personas tan valiosas y admiradas por mí hubieran tenido que ausentarse de España a causa de la Guerra Civil (o incivil), tan próxima todavía por aquellas fechas.

Yo había leído ya toda la poesía de Cernuda en 1945. Mi sensibilidad se sintió de inmediato sobrecogida por aquella delicadeza y hondura de versos tan exquisitos y nuevos. Porque sonaba en ellos, en efecto, una voz diferente y otra, respecto a todas las que yo conocía en nuestra gran lírica del siglo XX, no menos áurea que la de ese otro período que va desde Garcilaso a Quevedo. En ese poderoso conjunto, la obra de Cernuda es una de las más insignes y originales. Lo que le da diferencia y fuerte acento propio es la eliminación de cualquier intento de elocuencia. El verso ahora aprende de la prosa del mismo modo que, en sentido contrario, los autores del 98 hicieron que la prosa aprendiera del verso. Por ejemplo: la prosa de Valle-Inclán o de Azorín.

Tales son las dos grandes revoluciones que han signado y dado cuerpo y sentido, a la evolución poemática total de la poesía, no solo española. Pues bien, y aquí está el quid principal de estas reflexiones, lo que ha otorgado el gran interés que tiene hoy la poesía de Cernuda es precisamente que dentro de esta tendencia eliminatoria de todo énfasis que posee la poesía que se escribe tras la del 27, Cernuda, siendo paradójicamente un destacado miembro de esa misma generación del 27 hace ya, y por primera vez, y antes que ningún otro autor, esa poda de que acabo de hablar como propia de las generaciones siguientes. Y ello ya desde sus versos primeros y luego todos los que después le siguen. Tanto los poetas de la Generación del 50, como los de la generación del “pensamiento insólito” (conocida también como “de la experiencia”) se sentirán muy cerca, en todo caso, por las razones dichas de la poesía de Cernuda que les es, en efecto, tan afín.