José Hierro
La libertad absoluta puede ser angustiosa
21 marzo, 2001 01:00Hoy, 21 de marzo, se celebra el Día Mundial de la Poesía. Qué mejor ocasión que esta para conversar con el poeta español que goza del más común aplauso de la crítica y -de forma abrumadora- del público: José Hierro (Madrid, 1922). El éxito de su último libro, Cuaderno de Nueva York (Hiperión) carece de precedentes. Además de haberse convertido en un sorprendente best-seller, le ha proporcionado a su autor un sinnúmero de premios y homenajes a los que ha acompañado una silla en la Real Academia Española. Conversamos con él, ahora que se reeditan sus primeros poemas, acerca de sus impresiones sobre todo lo acontecido en estos últimos tiempos, su discurso de entrada en la Academia y sus nuevos versos.
-¿Qué le ha parecido todo el revuelo organizado tras la aparición de Cuaderno de Nueva York, tanto premio, tanto homenaje...?
-El otro día lo decía en una entrevista. Para mí la Humanidad presenta dos grandes misterios: uno es el éxito de Tamara y otro el de Cuaderno de Nueva York. No tanto por los premios, que basta que ande uno un poco mal de salud para que le den alguno, imagínate yo, con mis infartos... Lo que no entiendo son las ediciones que lleva el libro, que se haya vendido tanto. Es algo que me resulta absolutamente incomprensible.
-¿Qué le aporta a un poeta estar en la Real Academia?
-Entrar en la Academia ha sido un honor. Ahora me preocupa el discurso de ingreso...
-¿Cómo va?
-No va. Me canso enseguida, tengo que estar todo el día conectado al oxígeno...
¿Contra quién ir?
-¿De qué tratará su discurso?
-De la poesía contemporánea.
-¿Lee con atención lo que se escribe ahora?
-Algo, lo que me llega... Soy jurado de muchos premios de poe-sía, leo muchísimos libros, la mayoría libros que nunca dejarán de ser inéditos. Veo que ahora no hay ninguna tendencia dominante, que todo vale, que coexisten todos los estilos: el culturalismo, la poesía social, el experimentalismo... Antes también, estaba la poesía social por un lado y la gente de Cántico por otro, y luego estaba Carlos Edmundo de Ory con el Postismo, pero había claramente una tendencia que dominaba. Ahora creo que no. Es como en el vestir. Vale todo. Pero hay una diferencia: vale todo lo mismo para uno de ciudad que para uno de pueblo. Ya no hay paletos. En la poesía, tampoco. Ocurre lo mismo en el arte, hay pintores hiperrealistas y artistas que se dedican a clavar jeringuillas en las paredes. Hay una libertad absoluta, que puede llegar a ser motivo de angustia. Antes se actuaba por jorobar al anterior; ahora, como vale todo, no está muy claro quién es el anterior... La última vez que pasa eso es con los novísimos, que por ir contra la poesía crítica van a un esteticismo total. A partir de ahí, todo es posible.
-Hay quienes se pelean por entrar en la Academia, y con usted casi tienen que pelearse para que aceptase...
-Me resistí mucho tiempo, porque sinceramente creo que no me lo merezco. Pero estoy encantado, es todo un honor, aunque no sea digno. Si acepté es porque ya comenzaba a parecer una postura orgullosa, de falsa modestia, como para que todo el mundo me dijera: "Sí que vales, hombre"...
Pintando un cuadro histórico
-¿En qué trabaja ahora?
-En nada... Tengo unos borradores, poca cosa. Son poemas que deberían haber estado en Cuaderno de Nueva York y que no concluí a tiempo. Pero nada terminado. Es como si estuviera pintando un cuadro histórico: tengo una lanza allá arriba, un caballo aquí abajo... Nada. Y me gustaría, pero... entre el oxígeno y...
-Su Nueva York es bien diferente de la de García Lorca. La pregunta es tópica...
-Y la respuesta también. La primera diferencia es que Lorca era un gran poeta y yo no lo soy. El libro de Lorca refleja la sorpresa ante algo desconocido, la gran urbe. Ahora, uno va a Nueva York y antes de ir ya ha estado (en libros, documentales...).
-Y Cuaderno de Nueva York no es un libro sobre Nueva York...
-Nueva York es un balcón al que asomarse para hablar de los temas de siempre: el amor, la muerte, las moscas, y para escuchar cómo canta Miguel de Molina. En mi libro salen Quevedo y Schubert, que nunca estuvieron en Nueva York. Creo que no sale nadie, de hecho, que pasara por allí... Bueno, sí, Wharhol y algún otro, pero es igual.
-Se ha hablado mucho de usted como "poeta social", pero me parece que su poesía es más variada que esa etiqueta.
-Yo prefiero la palabra testimonial. Celaya era un poeta social, porque pretendía modificar la realidad con sus textos. Yo no pretendo modificar nada; si hablo de la muerte de un minero doy testimonio de esa muerte, del mismo modo que si a uno le deja su novia o se muere su padre. En Celaya importa más la intención del poema que el ejercicio retórico. Yo creo que el tema del poema es lo de menos. Importa, más que lo que se dice, cómo se dice. A priori, Dios no es mejor tema literario que un vaso roto; aunque en la vida pueda ser más interesante, en el poema no lo es. Importa el resultado. Fíjate en Bécquer. "Suspirillos germánicos", llamaban a sus versos; y el tema no era nada del otro mundo, desde luego, pero el resultado es altísima poesía.
-¿Pierde la poesía social su sentido cuando las cosas pueden decirse en papel de periódico, sin tener que andarse con rodeos?
-Si uno es un buen poeta, da igual el tema, da igual la libertad que haya para decir las cosas, da igual todo. Durante el franquismo hubo gente que hizo poesía social sin necesidad poética; era una necesidad como ciudadano. El resultado de eso casi nunca es poesía. Lo dijo Mallarmé: la poesía no se hace con ideas, sino con palabras. La prosa informa; la poesía informa y persuade. Si me dices que se ha muerto tu padre, eso me informa; si me lo dices con buenos versos, además de informarme puedo llegar a sentir lo mismo que tú ante ese hecho.
-¿Qué autores le interesaban más en el momento de escribir su primer libro? ¿Qué ha cambiado?
-Entonces me interesaban sobre todo Gerardo Diego, Juan Ramón Jiménez y Rubén Darío, cada uno por una cosa. Eran los autores que, además de leerlos con gusto, me hacían preguntarme: ¿y cómo consigue esto? Gerardo Diego me enseñó la música del verso, del endecasílabo. Desde luego no fue él quien lo inventó, pero es su música la que aún escucho cuando escribo los míos. Aunque antes de leerles ya escribía versos...
-¿Se refiere a los romances que se acaban de recuperar?
-Sí. En aquella época cualquiera podía publicar poemas en los periódicos, los soldados que se iban al servicio militar se despedían de sus novias en verso... Yo también publiqué algunos poemas, esos tres o cuatro romances, que era la estrofa "de moda".
Construcción, bulto, color...
-Es el tiempo del estallido de la Guerra Civil, que le pilla en Santander. ¿Qué recuerda de aquello?
-Cuando comenzó todo yo tenía catorce años, de los de entonces, habría que decir, lo mismo que decimos "seis pesetas de las de antes". Ya era consciente de que las cosas iban muy mal. Hasta que un día de diciembre -con un tiempo estupendo, porque hay meses de invierno que en el norte son casi de verano, aunque todos los años los viejos digan: "No me acuerdo yo de un invierno tan bueno como este"... ¡Coño, si es todos los años igual!-. Bueno, el caso es que estaba yo en la playa cuando aparecieron unos aviones y bombardearon la ciudad. Luego vino lo demás: entran las tropas de Franco, detienen a mi padre, después de la guerra me detienen a mí... Nada que no le haya pasado a cualquiera...
-No todos los santanderinos pasarían cuatro años en la cárcel...
-Cierto. Muchos pasaron bastante más tiempo. Incluso hubo alguno que no salió nunca...
"Pero dejémonos de guerras. No me pasó nada que no le haya pasado a mucha gente. Mi vida ha sido muy aburrida. Claro, todo influye, la guerra, los viajes... Hace poco estuvo aquí Schommer, que se iba a China. Le dije que fotografiase los rascacielos que tienen allí, en los que toda la estructura está hecha de bambú. Pero no me hizo caso... Todo va a parar a la nevera. Luego se trata de escoger los ingredientes a la hora de cocinar los versos.
-Usted ejerció una temporada como crítico de arte. Además, la música es una referencia constante en su obra. ¿Cómo influyen esas otras artes en su poesía?
-La poesía es el arte temporal por excelencia. Pero además puede -y debe- tener cierta construcción, como la arquitectura; bulto, como la escultura; color, como la pintura; ritmo, como la música; contar algo, como la narrativa... en la poesía se funden las artes del tiempo y del espacio. Y también hay una influencia al contrario, claro; hay esculturas que son pura música, cuadros que son poemas hechos sin palabras...
-También el mar es un símbolo frecuente en su poesía.
-El mar es importante en mi poesía -y en mi vida- por dos razones. Es el paisaje de mi infancia: yo nací en Madrid, pero con dos años me llevan a Santander, así que aprendo las primeras palabras mientras oigo al fondo el rumor del mar. Soy un animal marino. Además, el mar es un símbolo, tal vez inconsciente, en mi poesía, de lo que no envejece; el mar no pierde el pelo, no se arruga... Como en el verso de Valéry: "La mer, la mer, toujours recommencé..." A mí me gusta traducirlo como "El mar, el mar, siempre reciennaciendo"... No es la traducción más exacta, claro, pero es la más cercana a mí.
Se canta lo que se pierde
-Decía Heidegger que la poesía es en sí misma alegría, porque es el verdadero retorno a casa, a lugares y momentos queridos.
-Se canta lo que se pierde, ya lo decían Machado y su papagayo verde... Pero no es la alegría lo que importa. La alegría es lo que se busca, pero donde uno se siente verdaderamente vivo es en el dolor. La felicidad es la inconsciencia.
-Ha dicho que quería escribir "una poesía que no lo pareciese". ¿Es una negación de la retórica?
-Sí, en cierto modo. Pero ojo: llamo retórica -a sabiendas de ser inexacto- a lo que sobra; no al conjunto de habilidades conocido por el mismo nombre... Me refiero al uso abusivo y gratuito de esas habilidades. A las piruetas en el aire. Esas habilidades son muy importantes, porque las necesitas para conseguir que el poema diga exactamente lo que quieres que diga. A mí me gustaría que mis poemas fueran como una conversación, que al lector le quedasen ganas de contestar. Hay que usar la retórica, es inevitable; pero hay que saber usarla.
-A la hora de enfrentarse a un poema, ¿siente la necesidad de "innovar" de algún modo?
-Ninguna. No necesito innovar, romper moldes...No. Me gusta escribir poemas en los que parezca que hablo, simplemente. No es impostando la voz como se adquiere una personalidad propia, porque la personalidad propia es algo más profundo que eso; algo más que un tono de voz y unos gestos, algo más hondo que cuatro piruetas verbales o sintácticas. La única necesidad que siento a la hora de enfrentarme a un poema es la de decir exactamente aquello que quiero decir. Sólo me importa la exactitud.
"Aunque es cierto que importa más el cómo se dice que el qué se dice... Se puede hacer un poema sobre la clonación, o hablando del Dixán, y el tema ser nuevo y el poema ser más viejo que la Tana. Los temas no se agotan. Mira los poemas estupendos que se han escrito siempre sobre la rosa, por poner el ejemplo más manido... Claro que también se puede hacer un poema horroroso sobre la rosa. ¿Es más difícil hacer un poema sobre la rosa que sobre la clonación porque el primero es un tema más manido? Es más evidente que la has pifiado, pero la pifia es la misma.
-¿Qué libro prefiere de entre los suyos?
-No hay una que prefiera. Creo que, en general, los creadores contemporáneos somos autores de Obras Completas. Si de repente se quemasen todos los cuadros de Velázquez, salvo "Las Meninas", pues se perdería una buena cantidad de obras maestras, desde luego, pero a partir de ese cuadro podríamos hacernos una idea bastante cabal de cómo fue ese pintor, de cómo era su obra, incluso de cómo era el arte de su siglo. Pero con Picasso, por ejemplo, no ocurre lo mismo. Si sólo quedase un cuadro, en ese cuadro no estaría todo Picasso. ¿Está todo Picasso en el Guernica? No, como no está en un arlequín, o una de las pinturas azules... Es como si me dices que con qué fotografía mía me quedaría. ¿Con esa de seis años en la que salgo babándome, con un osito de peluche? ¿Con una de ahora, viejo, todo arrugado? En ninguna estoy por entero.
-¿Nunca le tentó escribir con regularidad en otros géneros literarios que no fuese la poesía?
-Sí. De hecho, he escrito tres novelas. Una de ellas incluso iba a ser publicada, y la retiré cuando me enviaron las galeradas para corregir. La única forma de corregirla me pareció tirarla a la papelera. También recuerdo que en el 45, al año siguiente de que Carmen Laforet ganase el Nadal con Nada, yo me presenté a ese premio. Sin éxito, como es cosa sabida... También he publicado algún cuento, pero están por ahí, dispersos en revistas. Los cuentos sí me gustan más, pero para la novela siento que no estoy dotado.
-Decía Dámaso Alonso que el siglo XX es el nuevo siglo de oro de la literatura española. ¿Está de acuerdo?
-Eso lo dijo alguien del 27... pero tenía toda la razón. De los siglos de oro sale media docena de autores imprescindibles. Del XX... pues comienza con Rubén, luego Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Lorca, Salinas, Alberti, Blas de Otero, Claudio Rodríguez... Es para estar de acuerdo, ¿no?
-También es autor de centenas de dibujos... ¿Se publicarán alguna vez sus Manteles completos o sus Servilletas reunidas?
-[Risas]...Una vez me pasó una cosa muy divertida a cuenta de mis dibujos. No pongas dónde, mejor. Pero bueno, fue como siempre. Estábamos sentados a la mesa y alguien me dijo: Mira, aquel es el presidente de la Caja, ¿podrías hacerle un dibujo? Así que yo preparé la servilleta y la fui manchando con lo que tenía a mano, metiendo el dedo en cualquier cosa que tuviera un color que me sirviese... Entonces vi a la dueña del restaurante, mirándome como una suegra de las antiguas, inquisitiva. Como nadie me siguió la broma, pues me fui al baño a lavar la servilleta. La dejé como nueva. La dueña del restaurante quedó tranquila, y el presidente de la Caja se quedó sin sus flores.
-¿Para cuando tendremos un nuevo libro suyo?
-¡Largo me lo fiáis! Ya ni siquiera bajo a "La Moderna", que es el bar donde escribo, donde escribía, porque no puedo con la subida que hay a la vuelta... Y bien de ganas que tengo, sobre todo con este tiempo. A los jóvenes, la primavera nos hace arder la sangre...