A la busca del tiempo perdido (I)
Nadie duda hoy de que A la recherche du temps perdu, la enorme obra de Proust, es una de las tres o cuatro novelas fundamentales -para muchos la primera- del siglo XX. Marcel Proust (1871-1922) la empezó a escribir hacia 1909 y su primer tomo, Du côté de chez Swann, se publicó en 1913. En 1919 -con el obligado paréntesis de la guerra, en que Proust no dejó de escribir, añadir y reescribir- le dieron el premio Goncourt al segundo tomo, A l’ombre des jeunes filles en fleur, y el conjunto (no concluso en el sentido de que el autor no cesó de modificarlo, sobre todo en las partes inéditas, mientras vivió) sólo concluyó de editarse en 1927, póstumamente, al ponerse a la venta el tomo VII y último, Le temps retrouvé.
Proust fue muy pronto leído en España (no olvidemos que la clase culta de entonces era muy francófila) y en seguida -aún en vida de Proust- se pensó en traducirlo, bajo la inspiración de Ortega y Gasset, temprano y gran admirador de la novela proustiana. El poeta Pedro Salinas fue el encargo del primer proyecto de traducción y a él se deben los dos primeros tomos (aparecidos en los años 20) Por el camino de Swann y A la sombra de las muchachas en flor. El tercer tomo (aparecido aún antes de la Guerra Civil) fue traducido entre Pedro Salinas -que abandonó el proyecto- y José María Quiroga Pla. Consuelo Berges (traductora y especialista en Stendhal) tradujo todo lo restante en la edición, hasta hoy, canónica en español -la iniciada por Salinas y rematada por Berges en los años 60- y que ha publicado multitud de veces Alianza Editorial, como En busca del tiempo perdido, manteniendo los VII volúmenes iniciales del francés.
A mí siempre me pareció extraño que Alianza no intentara en tantos años (su primera edición completa es de 1969) la revisión de un texto hecho por ilustres traductores, pero en épocas y condiciones diversas (incluso bajo la censura franquista) teniendo en cuenta, además, que, a partir de 1984, las ediciones francesas de Proust comportaban numerosas variantes y añadidos. ¿Cómo dejó Alianza pasar la ocasión?
Es cierto que, en español, ha habido otros intentos de traducción: Consuelo Berges y Fernando Gutiérrez hicieron otra para Plaza & Janés (1971), pero esa nueva edición no desplazó a la canónica. Y lo demás son intentos sueltos -un tomo o parte de un tomo- debidos a Carlos Pujol, a Javier del Prado o a Javier Albiñana que tradujo para Anagrama la nueva Albertine desaparecida (1988) texto más breve que el canónico y que supondría un proyecto dudoso del propio Proust para reducir o sintetizar su obra. Como se ve (y no hemos hablado del resto de la obra de Proust, relativamente menor al lado de la gran novela) la fortuna de En busca del tiempo perdido en España no ha sido mala, pese al paréntesis de nuestra guerra y del inicial páramo vencedor.
Pero, en efecto, nos falta la obra entera (con todas sus añadiduras y variantes) traducida por una sola mano. O nos faltaba, porque éste es el gran proyecto que acaba de iniciar la editorial Valdemar (muy modesta al lado de Alianza) y el traductor Mauro Armiño, que en este primer volumen -habrá dos más- traduce los dos tomos primeros, con múltiples notas, abriendo además su trabajo con un buen prólogo, que incluye una cronología y un magnífico doble diccionario: Los personajes de la vida de Proust (Diccionario de Marcel Proust) y los personajes de la novela, frecuentemente relacionados con los anteriores: Diccionario de personajes de En busca del tiempo perdido. Pues Mauro Armiño, con todos los matices de traducción que cualquier traductor suela y deba permitirse, ha introducido cambios estelares: A la busca del tiempo perdido y no En busca del tiempo perdido. Aquí no hay más que un mínimo matiz (ambas traducciones son correctas) y quizás Armiño hubiese debido, sólo en este caso, admitir el título ya consagrado por el uso. Sin embargo, la primera parte de la novela, pasa a llamarse Por la parte de Swann (y no Por el camino...) y quizás acierta, pues el narrador usa una fórmula popular antigua, para referirse al mundo burgués de Swann situado frente al aristocrático de los Guermantes.
De lo demás baste un botón. El comienzo del libro se lo saben todos los franceses de memoria: “Longtemps, je me suis couché de bonne hevre”. Salinas tradujo: “Mucho tiempo he estado acostándome temprano”. Y Armiño: “Me he acostado temprano, hace mucho”. Matices, sonoridad. Todo es muy importante en una traducción. Y ambos son posibles. Como sea el proyecto de Mauro Armiño (que, como se ve, podría ser eruditamente discutido aquí o allá) es un empeño importante, serio y que resultaba necesario. Lo malo es que ahora Valdemar y él deben apresurarse a rematar el conjunto -los dos tomos que faltan- no sólo por la sombra de seguros competidores, sino porque el nuevo lector de la nueva traducción (ahora que quienes leen francés son muchos menos que antes) no se queden demasiado tiempo con la sensación de “proyecto”. Lo ideal, por supuesto, hubiese sido editar la obra entera ya terminada. Un empeño que merece elogio.