Krzysztof Penderecki: Las siete puertas de Jerusalén.
Las puertas de Jerusalén son siete, son sólo siete, porque la octava, que es de oro, se reserva para la esperada venida del Mesías. El título de esta composición es, por tanto, de espera, de esperanza, de futuro. Resulta sorprendente, entonces, que esta mirada adelante la envuelva Penderecki en sonoridades nostálgicas y ambiente de época. No importa aquí la naturaleza de las creencias íntimas del compositor sino su expresión estética. En este sentido, el arte religioso de Penderecki comparte con el de Olivier Messiaen un extraño aura preconciliar, pero se distinguen en que el polaco no alcanza la originalidad del francés ni su vocación de crear estilo. A Messiaen le salía un messiaen con sólo escribir un par de notas o un gesto rítmico. Penderecki, aun siendo un gran compositor, no logra alejarse lo bastante de las bandas sonoras de los buenos peplum ni de la pompa coral de Carmina Burana. Sinceramente, en cuanto reflexión sonora a propósito de Tierra Santa, me interesa mucho más La Cueva de Steve Reich, viva y estimulante, que esta Jerusalén de Penderecki que está saturada de incienso y que es más dada a la evocación que a la creación.
Lo que no quita para que admiremos la perfección con que está interpretado este disco y el acierto de algunos números de esta obra. El tercero, De profundis, es una estupenda pieza para coro "a cappella" que por momentos se acerca al gregoriano, o a una polifonía de lejanos ecos o a un eficaz silabismo que lanza a lo alto las vocales con la honda de las consonantes.