Las crudas confesiones del jefe de la represión en el Madrid republicano: acabó renegando del comunismo
Espuela de Plata reedita 'Mi fe se perdió en Moscú', donde Enrique Castro Delgado, comandante del 5º Regimiento, detalló los crímenes en la retaguardia de los que fue responsable. Un testimonio único.
17 mayo, 2023 04:15En la última postal de Mi fe se perdió en Moscú, Enrique Castro Delgado, comunista español renegado que escapa de la Unión Soviética en 1945 tras salir airoso de un agónico proceso de purga, recuerda así el breve intercambio, puro desengaño ideológico, que mantuvo con su esposa abordo del barco que les llevaría hasta México: "¡El socialismo!, Esperanza..."; "Un inmenso campo de concentración, Enrique...".
Menos de una década antes, en los primeros compases de lucha tras el estallido de la Guerra Civil, Castro Delgado, fundador y comandante del 5º Regimiento de Milicias Populares, una de las unidades militares más prestigiosas del Ejército republicano, solo aspiraba a aplicar la fórmula cada día, cada hora, cada minuto para alcanzar la victoria militar y la gran revolución. Lo resumía con estas palabras instantes antes de dirigirse hacia el Cuartel de la Montaña para aplacar con sangre la sublevación: "Matar... Matar hasta que una fatiga de días impida seguir matando... Después continuar matando... Luego construiremos el socialismo".
Un mismo hombre, pero dos personajes opuestos y separados por un abismo de realidad. El joven que desde los 18 años lucía con orgullo el carné del Partido Comunista, que había sido el responsable de la represión en Madrid durante los primeros meses de contienda, escapaba entonces de sus tentáculos y del totalitarismo estalinista.
El resumen doctrinal y estremecedor de la formúla aparece en Hombres made in Moscú, libro que Castro Delgado escribió también en México a raíz del éxito de su anterior obra en la que confesaba su desencanto de la religión comunista. Se enfrentó a los fantasmas que le atormentaban y los atrapó en hojas en blanco entre 1955 y 1956, cuando vendió todos sus bienes y compró un rancho en el estado de Guanajuato. El largo texto apareció en España en 1963, y los censores lo dejaron casi intacto debido a la mediación de Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo y quien abogaría ante Franco por el regreso a España del autor.
Hubo una segunda edición en 1965, con Castro Delgado ya muerto, pero desde entonces Hombres made in Moscú ha sido una de esas obras sobre la Guerra Civil difíciles de conseguir fuera del universo de las librerías de viejo. Pero Renacimiento, editorial que lleva años recuperando toda la literatura sobre la contienda, incluso la inédita, y concretamente su sello Espuela de Plata, rescatan ahora en una nueva edición este brutal relato en el que el protagonista, en un ejercicio de honestidad extraordinario, confiesa los crímenes de los que fue responsable.
"Este es, quizá, el mejor libro que se ha escrito nunca sobre la Guerra Civil española. No hay otro que describa con tanto músculo, talento y precisión la inmediatez con la que en pleno desorden civil cualquier ciudadano se convierte de manera irreversible en víctima o en verdugo, en asesino o en cadáver", explica Sergio Campos Cacho, responsable de esta edición y de la última de Mi fe se perdió en Moscú, también a cargo de Espuela de Plata.
Poquísimos son los protagonistas de los años de guerra que reconocieron después su participación en asesinatos o fusilamientos. Castro Delgado, que también ostentaría los cargos de director de Reforma Agraria y subcomisario general de Guerra, los narra como cualquier otra escena del libro, una vibrante crónica literaria en tercera persona. Su prosa es más tosca que la de Chaves Nogales, pero su calidad, además del evidente interés histórico, es indudable.
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Palizas de juventud
El obrero metalúrgico reconvertido en revolucionario profesional cuenta cómo incautó un convento en Francos Rodríguez para establecer la base de operaciones del 5º Regimiento —su leitmotiv era: "Conmigo se lucha, se mata... pero no se roba"— y un hotel en la calle Serrano para establecer una checa clandestina, donde sus hombres llevaría a cabo labores de limpieza de retaguardia. En el asalto al Cuartel de la Montaña, donde resistía un primo suyo que se salvaría, alentó el ataque de la masa popular y los fusilamientos posteriores, entre ellos el de un soldado jorobado "que se irguió como si quisiese convertirse en gigante antes de caerse para siempre".
De los primeros combates en el puerto de Somosierra también recuerda a un sacerdote reconvertido en requeté al que mandó silenciar de un balazo. "Había que amoralizar a las masas; hacerlas perder la noción de lo que era el bien y el mal en su definición bíblica. Y para ello se hizo necesario convencerlas de que el saqueo, el asesinato y la violación y las expropiaciones no eran otra cosa que un pequeño montón de medios indispensables para debilitar al enemigo económica, moral, política y socialmente y ganar la guerra y llegar a la revolución", narra.
Los crímenes reconocidos por Castro Delgado, sin embargo, no se circunscriben tan solo a la órbita del bando sublevado. Entre sus víctimas se contabilizan un teniente coronel socialista a quien dejó en manos de una jauría de milicianos histéricos en Buitrago o a un capitán y a un comisario comunistas que ordenó fusilar en Zuera, en el frente de Aragón.
Siendo la parte relativa a la guerra lo más interesante del libro, precisamente por esa crudeza con la que se narran los hechos y las divergencias entre las distintas facciones del esfuerzo bélico republicano —salió prendado de su primer encuentro con el "católico, apostólico y romano" Vicente Rojo, pero sus hombres encañonaron al general Asensio en otra ocasión—, Hombres made in Moscú es mucho más. Por ejemplo, un mapa del mundo revolucionario comunista de los años 30 y una nómina detallada de los miembros del PCE en esa época.
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También la biografía más íntima del propio Castro Delgado y de su familia, que narra sin ambages la tunda que le dio un cura de su colegio, el hermano Pedro —asesinado el 12 de septiembre de 1936 por unos desconocidos en las cercanías de Fuencarral—, por haber comido un trozo de regaliz antes de comulgar; o su obsesión por el sexo, que le condujo a un primer encuentro con una prostituta del que no se calla ni un pormenor. O sus múltiples encuentros con la policía, como el protagonizado por el comisario Martín Báguenas, quien le dio una tremenda paliza que le dejó impotente y quien, por cierto, acabaría asesinado en la cárcel modelo en agosto del 36.
Porque esa es una de las principales virtudes de la imprescindible obra de Enrique Castro Delgado: ayuda a comprender mediante un testimonio de primera mano la brutalidad del estallido de la Guerra Civil, esos meses en los que los vecinos se convirtieron en enemigos por rencillas políticas de los años anteriores. "¿Qué sentiste en los primeros momentos?", pregunta en un pasaje Dolores Ibárruri sobre los sucesos del Cuartel de la Montaña. "Nada", responde asépticamente el comandante del 5º Regimiento. "¿No lo dudaste?". "No había razón para ello, Dolores... Teóricamente era un problema resuelto".
Otra vez la fórmula: "A cualquier camarada se le podría perdonar en estos momentos muchas cosas, muchas, camaradas, menos una: el no saber matar, el no querer matar...".