Anne Sophie Mutter es una visitante bastante asidua de nuestras salas de concierto. Su arte exquisito es conocido y apreciado por las audiencias españolas de distintas latitudes, como la madrileña y la canaria, que son las que van a tener nueva ocasión de escucharla en los próximos días. En el Auditorio Nacional actuará este lunes, 7. En las islas afortunadas, en el marco del Festival de Canarias, lo hará el 10 (Santa Cruz) y el 11 (Las Palmas).
La estilizada y señorial violinista, nacida en Rheinfelden (Baden-Wurtenberg, Alemania) el 26 de junio de 1963, y que, pese a los años, conserva no solo una envidiable apariencia física, podrá darnos otra vez oportunidad para admirar su arte impoluto y refinado. Es decir, una de sus armas desde que empezó a estudiar con dos magníficas profesoras: Erna Honigberger y Aida Stucki, ambas alumnas del violinista húngaro Carl Flesch (1873-1944), que es por tanto el hontanar del que mana la fuente inspiradora de la técnica y el arte de Mutter, más tarde conformado según otros patrones. Lleva en sus venas por tanto la savia de la denominada escuela franco-belga, de la que Flesch es uno de los máximos representantes.
Claro que nuestra violinista, como todos los instrumentistas de clase, ponía mucho de su cosecha, pues estaba en posesión de un instinto infalible, de una musicalidad innata, que no proviene de las enseñanzas de ningún maestro y que la puso enseguida en la vereda de los premios. A los 13 años tendría un encuentro que habría de marcar ya toda su trayectoria: apareció en su vida Herbert von Karajan, quien, tras escucharla, la invitó a tocar con la Orquesta Filarmónica de Berlín.
Usualmente, ahí es nada, Mutter maneja desde hace años dos stradivarius, uno de los llamados Emiliani, de 1703, y el Lord Dünn-Raven, de 1710. Dos valiosos instrumentos que ella mima y cuida y que tañe con la limpieza de los incontaminados. Por supuesto que el poseer estos vehículos sonoros de tan alta ‘gama’ facilita su labor y favorece la límpida calidad de sus recreaciones, envueltas en un aura tímbrica casi irreal.
Mutter toca como el que respira, con un control muscular extraordinario, con una elegancia rara. Su arco se desliza por las cuatro cuerdas con una suavidad sorprendente mientras el gesto, serio y concentrado, da muestras de íntima relajación. Compone una figura de mucho atractivo visual, no ya por la esplendorosa belleza del rostro, la estilización del cuerpo o la serenidad de la expresión, sino por ese halo singular, esa luz misteriosa que la rodea.
En Madrid se tendrá la posibilidad de seguirla, junto a su fiel pianista de tantos años Lambert Orkis, en un concierto organizado al alimón por Juventudes Musicales e Ibermúsica, que incluye tres sonatas magistrales: la K 379 de Mozart, la nº 5, Primavera op. 24, de Beethoven, y la tan cálida e introvertida de Franck. Las tres en tonalidades mayores. En Canarias se propone algo bien distinto, ya que, con el concurso del violonchelista Lionel Martín, en atriles se van a situar cuatro obras mozartianas: en primer lugar el Divertimento en Si bemol mayor K 254, y después tres tríos: en Mi bemol K 542, Si bemol K 502 y Do bemol K 548.