El cáncer de ego separa a la pareja teatral del momento: Nao Albet y Marcel Borràs escenifican su ruptura
El Teatro de La Abadía acoge 'De Nao Albet y Marcel Borràs', obra en la que el tándem catalán repasa su trayectoria e insinúa el fin de su camino juntos.
25 noviembre, 2023 02:42Casi desde que se conocieron, Nao Albet (Barcelona, 1990) y Marcel Borràs (Olot, 1989), empezaron a conjeturar con su separación. El chispazo de simpatía entre ambos surgió cuando trabajaban juntos a las órdenes de Rober Bernat. Comenzó entonces la andadura de un tándem artístico duradero y fructífero. Lo de tomar caminos diversos, no obstante, es una posibilidad que los ha acompañado de manera perenne, que prefiguraban en su mente, acaso para ir blindándose frente a su carácter inevitable. “Recuerdo que en aquel montaje en que nos conocimos el dramaturgo de Bernat, Ignasi Duarte, ya nos avisó. Nos dijo que tuviéramos cuidado con mezclar amistad y trabajo, que era un tema delicado”, revela a El Cultural Borràs.
Ellos, 15 años después, siguen siendo amigos. Pero han decidido separarse. Bueno, presuntamente, porque con ellos nunca se sabe: sus fieles ya han aprendido que no hay que fiarse del todo de esta pareja que nos ha propinado giros de guion abracadabrantes. En la memoria, aquel arranque de Mammón, con el que los descubrimos en Madrid, en 2015. Lo que parecía una pieza documental sobre excavaciones en Oriente Medio terminó siendo una comedia salvaje (sexo, cocaína y mucho dinero) ambientada en Las Vegas. Escaldado, pues, su público no se lo termina de creer. ¿Que se separan? Será otra pirueta para alimentar las expectativas ante De Nao Albet y Marcel Borràs, la obra en la que escenifican su supuesta ruptura.
“Yo a los descreídos les diría que vengan a vernos”, dice Borràs. Pero la cosa está complicada. Las dos citas que tienen en La Abadía (Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid mediante, los días 18 y 19) agotaron el papel a una velocidad extrema. No quedan entradas desde hace tiempo. En Barcelona, sí le han podido dar más cancha al personal: durante cinco semanas han representado la obra en el Teatre Nacional de Catalunya. “Sí, sabemos que se va a quedar mucha gente con las ganas y eso nos da pena. Habrá que volver”, dice Albet, aportando –¿sin querer?– un dato del que cabe colegir que la separación, cuando menos, no será radical ni definitiva.
[Existencial, evasiva, gamberra... ¡Viva la comedia!]
Esta vez cambian por completo el registro al que nos tenían habituados. La puesta en escena es deliberadamente límpida y simple. Ni música ni escenografía. Un par de sillas, el texto y sus camaleónicas dotes interpretativas. Aunque aquí no deberán sacar la paleta de identidades múltiples ya que los personajes son las personas: la materia que evocan sobre las tablas es su propia vida y su propio oficio. Así que nada que ver con el apabullante aparataje escénico de Falsestuff, su lisérgica reflexión sobre la inspiración en el arte, y Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach, su delirante ejercicio estilístico con los géneros audiovisuales y escénicos. “Queríamos salir de estos grandes montajes para hacer algo más íntimo. Al principio, estábamos con el culo un poco apretado en el escenario pero luego nos dimos cuenta de que, si íbamos a full con la historia, no echábamos de menos el artefacto”, señala Albet.
De todas formas, el tránsito por sus diversos trabajos juntos a modo de antología, desde que siendo unos adolescentes abordaron, con la osadía y el hambre propia de esa etapa vital, a Àlex Rigola para que este les abriera hueco en el Teatre Lliure, no es más que el contexto para hablar de las cuestiones que les interesaba tratar. En particular, del ego, al que imputan la culpa de su decisión de partir peras. Los dos divergen, por cierto, sobre su impacto entre artistas. “Albet considera que siempre es un motor para la creación. Yo, en cambio, creo que hay creadores que muestran sus cuadros o sus escritos por una simple necesidad de comunicación. Pienso, por ejemplo, en Rimbaud”, dice Borràs.
Inconformismo y libertad
Aunque el eje central de la dramaturgia es la amistad, que es la que ha permitido que las discrepancias aparejadas la creación compartida ha no les haya terminado quemando, como en su día, pongamos por caso, a los Beatles o a Loquillo y sus trogloditas (los ejemplos son cientos). “A mí lo que me más me gusta de Marcel es su inconformismo, el ir a contracorriente de lo que se espera de uno”, señala Albet. “Yo voy en la misma línea: de Nao me quedo con su sentido de la libertad, ajeno a la opinión de los demás”.
El resorte narrativo que les permite hacer esta recapitulación es curioso. Estamos en 2040. Uno de los dos está ingresado en el hospital, a punto de palmar. ¿La causa? Cáncer de ego. En esa tesitura, se vuelven a juntar y desencadenan el recuerdo. La memoria es mostrada como un receptáculo susceptible de ser manipulado, a propósito o sin intención. De Nao Albet y Marcel Borràs refleja la imposibilidad de objetivar una existencia. Aunque aquí hay que tener en cuenta que son dos los que rememoran. Así que Nao pone en su sitio a Marcel y viceversa. “Así pasamos de las memorias a la biografía. Lo que nos daba mucha pereza era la autoficción, la verdad, ya ha habido demasiada en los últimos años en los escenarios”.
También aseguran que aquí no va a haber efectismo rocambolesco ni giros bruscos que pongan el cerebro del espectador del revés. Estamos en otro terreno, inexplorado hasta ahora por estos talentosos gamberros de la escena española: una conversación a calzón quitado entre dos viejos amigos que, con su ingenio y su audacia, han aportado frescura y descaro a nuestras tablas.