Un día en la Real Academia Española, José Manuel Blecua, ex director de la docta casa, le preguntó a José Luis Gómez: ¿Sabes acaso del valor de los sermones en la evolución de la lengua española?”. Gómez no tenía ni idea, extremo que reconoce sin medias tintas. “Me quedé perplejo”, explica. Aquel renuncio ante su compañero es el origen de Vuelan palomas. El arte de sermones para tiempos inciertos, montaje que estrena este jueves en La Comedia (Compañía Nacional de Teatro Clásico) y que luego, el 26, trasladará a La Abadía.
Blecua le hizo una recomendación acto seguido: “Conviene que te leas un sermonario que existe en la biblioteca de la casa compilado por Miguel Herrero García [padre del político Herrero de Miñón]”. Gómez se puso a ello y comprobó un detalle que le movilizó: “Me percaté de que los sermones no habían servido únicamente para el desarrollo de la lengua sino también para perseguir judíos, protestantes, alumbrados, alumbradas y musulmanes”.
Le motivó entonces su pasión por la memoria histórica, que le ha llevado a poner en pie espectáculos como el basado en La velada de Benicarló, de Manuel Azaña, autor al que luego volvería a poner en escena mediante el montaje Azaña, una pasión española. Después, se concentraría en la figura de Miguel de Unamuno, que encarnó en Venceréis pero no convenceréis, la frase célebro que le espetó a Millán Astray en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca.
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En esta inmersión en los sinuosos meandros de nuestra historia también habría que incluir La Celestina. Gómez, audazmente, se metió en la piel de la alcahueta más célebre de nuestra literatura para, a la vez, mostrar la persecución por parte de la Inquisición de religiosidades al margen del canon católico y apostólico romano. A través de los sermones que endilgaban los predicadores a sus parroquianos hace una recapitulación de la propia historia de España desde el siglo XV hasta los albores de nuestra Guerra Civil.
Para confeccionar la dramaturgia, Gómez recabó la colaboración del catedrático de la Complutense Javier Huerta Calvo, que, con sinceridad similar a la de Gómez ante Blecua, reconoce que cuando le vino con el cuento el fundador de La Abadía no creía mucho en el proyecto. Su especialización, además, le hacía mirar los sermonarios como un terreno ajeno y, de entrada, anodino. “Yo me he centrado más en el teatro bullente y carnavalesco de las jácaras, mojigangas, entremeses…”, dice.
Pero Huerta cayó en la cuenta de que, alrededor de su despacho, en la Fundación Universitaria, rebosaban los sermonarios en los anaqueles. Aunque descreyera de la iniciativa lo que Gómez le ponía en suerte, sintió que aquella presencia apabullante al alcance de la mano era una señal. Así que puso manos a la obra, codo con codo con Gómez, al que propuso en su día como doctor honoris causa de la Complutense.
Lo cierto es que no era solo el material textual de partida lo que le había hecho ser algo reluctante. Tampoco le cuadraba que su partenaire le revelara que en la producción que estaba urdiendo el elenco lo compondrían tres actores (Clemente García, Marcos Toro y Roberto Mori) y una actriz Lidia Otón. ¿Una mujer?, se cuestionaba Huerta Plaza. Pero si los sermones eran pronunciados exclusivamente por sotanas. “Luego me caí del caballo: vi claro que la clave de bóveda de todo estaba precisamente en esa mujer”, señala Huerta.
Para Lidia Otón, que, como Mori, hizo la mili en la primigenia Abadía, bajo la férula exigente del maestro Gómez, se reservaron piezas más poéticas e intimistas, escritas por féminas que, para poder escribir, buena parte de ellas tuvieron que replegarse en conventos. Entre estas piezas, se incluyen por ejemplo las de Teresa de Cartagena, hija de rabinos y cristiana nueva nacida en Burgos entre 1420 y 1435, que pasa por ser la primera escritora en castellano.
Es otro de los detalles que elevan el atractivo de la última propuesta nacida del magín de Gómez, que, para la música, ha reclutado a Alberto Granados, compositor que ejerce como una suerte de pinchadiscos, emulando en esa posición a los organistas de iglesias. En un intento de comunicarse con el público contemporáneo, Granados se inspira en nuestros grandes barrocos, Cristóbal de Morales y Antonio de Cabezón, y acaba llevando este universo sonoro al tecno, y más concretamente al trance.
Un trance que ya han experimentado en los ensayos personas como Lluís Homar. “Nadie debería perderse este espectáculo. El maestro y todo el equipo están en estado de gracia. Es de esos espectáculos en que uno entra como espectador y sale como ciudadano”.