Daniele Finzi Pasca es un hombre de teatro total. Actor, dramaturgo, coreógrafo y director, lo conocemos sobre todo por espectáculos de gran formato como los que ha manufacturado para el Circo del Sol (Corteo, Luzia). En el Centro Dramático Nacional dejó asimismo otra prueba de su exuberante inventiva en el registro circense (La verità).
También ha ‘orquestado’ eventos multitudinarios como la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi (Rusia). Pero, además, cultiva un registro más íntimo, en el que se inscribe Azul, obra que podremos ver en los Teatros del Canal el miércoles 12 y el jueves 13 de abril.
El núcleo dramático es el fútbol, deporte que cataliza los miedos, frustraciones, sueños y pasiones de los cuatro protagonistas. Finzi Pasca les da nombres arquetípicos: Pinocho, Golem, Adamo y Frankenstein. Y los sitúa no en un bar, que sería un hábitat propicio, sino en una suerte de no-lugar alegórico.
Lo que sí se concreta es que están en Montevideo, y que todos son seguidores acérrimos del Nacional, uno de los grandes equipos (el otro es el Peñarol) de la capital de Uruguay, país radicalmente futbolero, como documentó Eduardo Galeano en sus impagables relatos sobre el deporte rey.
Cuenta Finzi Pasca con un actor de gran popularidad en Italia, Stefano Accorsi (La habitación del hijo, Romanzo criminale…), encabezando el reparto, completado por Luciano Scarpa, Sasà Piedepalumbo y Luigi Sigillo. En escena, comparten alegrías y amarguras al vaivén de las evoluciones en el juego del club de sus amores. La vida se entrelaza así con el devenir del balón, esclarecedora asociación del carácter azaroso (o providencial) de la primera.
[La verità majestuosa de Salvador Dalí]
Azul prende en el teatro de la Comunidad de Madrid una andanada de teatro foráneo. Los mismos días, en la Sala Negra, la ecléctica creadora escénica española Rocío Berenguer, afincada en Francia desde 2012, se presenta aquí con TheBadweeds (LasMalasHierbas), una producción gala en la que colabora el espacio regido por Blanca Li. Hablamos de un concierto que hibrida teatro y danza con una potente huella digital. Del techo, como lianas, cuelgan micrófonos. Una gran pantalla y los altavoces propician la ‘fotosíntesis’ escénica.
El vídeo está muy presente en el montaje de la directora Katie Mitchell y la dramaturga Alice Birch sobre el Orlando de Virginia Woolf, en la que el aristócrata al que remite el título cambia de sexo. Un tabú que la autora de Una habitación propia se atrevió a afrontar en su época con esta novela inspirada en su novia Vita Sackville-West.
La exhibición de esta pieza no cierra de todos modos un abril de miras internacionales en el Canal. A finales de mes, desembarcarán también la compañía francesa Les Chiens de Navarre con su incursión en la locura La vida es una fiesta, y la irlandesa Dead Centre, que presentará su versión de El silencio, la película de Ingmar Bergman.