La lucha por la vida es una trilogía de Pío Baroja (San Sebastián, 1872-Madrid, 1956), del que se acaba de conmemorar los 150 años de su nacimiento, integrada por La busca, Mala hierba y Aurora Roja. Comenzó en 1903 como novela por entregas en el diario El globo, donde se publicaron hasta 59 capítulos, y entre 1904 y 1905 Baroja reescribió lo publicado para dividirlo en estos tres títulos. “Si el drama en sí es bueno, yo creo que no necesita de nada, ni aun siquiera de decoraciones. Una compañía de actores excelentes representando a Hamlet en camiseta, creo que haría estremecer al público”, señalaba don Pío en 1902 a propósito de su concepción del teatro.
José Ramón Fernández, Premio Nacional de Literatura Dramática de 2011, ha realizado la adaptación teatral de La lucha por la vida, una coproducción entre el Teatro Arriaga de Bilbao y el Teatro Español de Madrid que se estrena este viernes en el escenario bilbaíno y que parte de dos premisas: la primera, que, pese a la reducción inevitable, se sienta que está todo. Y la segunda, que sea la obra, no su visión, sino la obra. Por lo tanto, el fin del autor de El café de Negrín es llevar esta trilogía al escenario, "no usarla para contar otra cosa".
60 escenas
La dirección e interpretación (junto a Aitor Fernandino, Olatz Ganboa, Ione Irazabal, Itziar Lazcano y Sandra Martín, entre otros) corre a cargo de Ramón Barea. Al igual que hiciera recientemente en otra producción del Arriaga como El viaje a ninguna parte, Barea combina las labores de dirección con las de actor. Entre todo el elenco da vida a casi cerca de un centenar de personajes.
“Son tres novelas río para un espectáculo río, habitado por multitud de seres en un trepidante juego de actores. Diez intérpretes para casi 100 personajes". Ramón Barea
Esa capacidad de transformarse rápidamente, de transitar de un personaje a otro y de cambiar de escena, le otorgan a la obra un dinamismo muy interesante. El ritmo es trepidante. De hecho, la acción teatral en este montaje se produce a un ritmo casi cinematográfico, puesto que hay muchísimas escenas en la obra, cerca de 60, y muchas de ellas duran muy poco tiempo.
“Son tres novelas río para un espectáculo río, habitado por multitud de seres en un trepidante juego de actores. Diez intérpretes para casi 100 personajes. En la trilogía se quedan no menos que otros tantos para quien quiera conocerlos. No nos cabían en el escenario. En la novela barojiana caben muchas capas”, explica Barea.
Híbrido, práctico, esencial
Así, el director ha apostado por una puesta en escena que va a lo esencial, a lo teatral y al espíritu de la historia barojiana. En concordancia, el escenario diseñado por José Ibarrola apuesta por el “menos es más” y por una escenografía práctica al servicio de los intérpretes; y el vestuario nos muestra a un elenco “en camiseta”, ataviado con un vestuario diseñado por Betitxe Saitua que es bastante híbrido pero que evoca los atuendos de principios del siglo XX.
Además, el espectáculo contiene audiovisuales de Ibon Aguirre y destaca la música compuesta por Adrián García de los Ojos, con un leit motiv central que se repite a lo largo de la obra en distintos compases y estilos, y más música original de estilos como pasodobles, chotis, vals, habaneras o charangas. Por último, el trabajo realizado por David Alcorta con la iluminación contribuye a fijar los rasgos del paisaje de la obra, que se integra en la acción narrativa.
[La comedia humana de Pío Baroja]
Y es que en la literatura de Baroja, el paisaje siempre ha adquirido un peso importante. Pero los paisajes y descripciones del autor de El árbol de la ciencia son imposibles de reproducir en imagen realista, y ahí entra con fuerza la palabra, que es sin duda una de las claves de esta producción. La palabra escrita, y en teatro hablada e impulsada físicamente, corporeizada por los intérpretes, tiene un poder evocador que va más allá de un “decorado”.
Duro y difícil
Este montaje pone el foco en el poder de la palabra como estimulante de la imaginación. El grupo de actores y actrices es también coro, paisaje, pálpito narrativo y escénico. Y su palabra activa la imaginación en esta obra que relata una historia que se desarrolla en un contexto “duro y difícil” pero con un tono que curiosamente es de comedia.
El hilo conductor es un personaje, Manuel Alcázar, un muchacho de un pueblo de Soria que va a Madrid, donde su madre sirve. Y allí, en aquel Madrid convulso, deslumbrante y antagónico de finales del siglo XIX empieza toda una aventura de vida. En un entorno marcado por la pobreza, principalmente en la periferia, con evidentes diferencias entre clases sociales, este joven trata de buscar referencias morales para vivir, pero en un medio hosco y adverso se debate desde el principio entre influencias contrarias, con personajes que lo incitan a construirse una vida honrada, laboriosa y digna, y otros que, por el contrario, constituyen una fuerza negativa y procuran su hundimiento moral. Es La lucha por la vida.