José Ramón Fernández
El director y dramaturgo estrena en el Teatro Valle-Inclán El laberinto mágico de Max Aub y Las Cervantas en Clásicos en Alcalá.
Pregunta.- ¿Qué destacaría del proceso de adaptación de las seis novelas de Max Aub? ¿Qué ha sido lo más difícil?
Respuesta.- La gran cantidad de páginas maravillosas sobre las que había que decidir. Al principio, nos planteamos una trilogía. En la primavera pasada llegamos a la conclusión de que lo que podía ofrecer el teatro era algo destilado, que en cualquier caso era una parte mínima de lo que había en las seis novelas, de modo que optamos por una sola pieza de unos cien minutos. ¿El proceso? Elegir las líneas y personajes que pudieran dar continuidad a la historia, adaptar cientos de páginas y finalmente elegir y trabajar muy cerca del director y todo el equipo artístico. Hemos decidido qué escenas se representan porque teníamos material para diez horas más. ¿Lo difícil? Decir no a páginas magníficas.
P.- ¿Qué grado ha tenido de experimento?
R.- Por una parte, al respetar la libertad creadora de Aub, no presento una escritura convencional de teatro, es una obra que tiene mucho de brechtiana, que fuerza los límites de la dramaturgia convencional para permitir elipsis violentas, monólogos de una gran fuerza poética, la implicación de un público concernido en todo momento, los cambios de personaje por parte de los actores...
P.-¿Qué nos dice Max Aub a los espectadores del siglo XXI?
R.- Cosas muy parecidas a las que nos dice Galdós. Hay algo que escribe en el prólogo de una de estas novelas: "He sido ojo". Nosotros, aquí, leemos nuestra guerra. Personas de otros países que lean El laberinto mágico leerán las suyas: Belgrado, Alepo... Mientras trabajaba en estos textos, dolorosamente vivos, pasaban por mi cabeza imágenes sabidas, de mi país, porque Aub está contando nuestra historia, la de muchas familias españolas.
P.-¿Cree que es un autor poco reivindicado?
R.- Lo ha sido con insistencia por algunos estudiosos, sus novelas se publicaron en Alfaguara, hubo algunos intentos de poner en valor su teatro, dos importantes en el CDN, en los ochenta y los noventa; a pesar de todo esto, creo que no ha encontrado su sitio entre los nombres que hacen más grande la literatura española del siglo XX. No volvió, murió antes que Franco. Y su obra no es cómoda en términos políticos, en estos tiempos de política 'hooligan', donde los míos son los buenos y punto. Estas novelas suceden en el bando republicano; en ellas encontramos ángeles y demonios, personas decentes e hijos de puta. Aub es capaz al mismo tiempo de criticar el fanatismo de un personaje y admirar su honradez. Por eso crea algunos como el médico Julián Templado, aparentemente un nihilista, pero incapaz de desentenderse de la tragedia, dispuesto a vivirla hasta el final entre sus compatriotas.
P.-¿Ve más a Max Aub como novelista o como dramaturgo?
R.- Fue dramaturgo: escribió diez obras - su "teatro mayor" - y un buen número de piezas breves. De esas obras, solo recuerdo una producción importante de una de ellas, San Juan, hace veinte años, en el CDN; así que quien quiera explorar por ahí lo tiene fácil. Pero, además, Aub tiene una cualidad que lo iguala con sus dos referentes en la escritura, Cervantes y Galdós: como ellos, tiene una capacidad maravillosa para crear personajes vivos, de carne y hueso, inolvidables. En estos cien minutos de teatro que hemos pergeñado, hay un maravilloso ramillete de personajes que cualquier intérprete desearía encarnar. Eso solo lo consiguen los autores grandes de verdad.
P.- Este Laberinto ha sido premiado en Pekín por la Central Academy of Drama. ¿Le sorprende este reconocimiento internacional de algunas de sus obras?
R.- No, porque no son solo mis obras, sino las de otros. Hace poco estuve con José Sanchis en Texas, en el congreso de la revista Estreno, escuchando a profesores de veinte universidades americanas hablando sobre autores españoles contemporáneos. Desde fuera, se observa la dramaturgia española como algo de calidad extraordinaria. María Haztemmanouil, que tradujo La tierra al griego -y un buen puñado de obras españolas- habla de un nuevo Siglo de Oro. Irene Sadowska también promovió la traducción de muchas españolas obras al francés. Gracias a esos libros, se han estrenado en París La tierra y Nina y entré en contacto con Theatre Toujours a l'Horizon, que ha estrenado mi última obra, J'attendrai, antes en Francia que en mi país. Creo que, por lo general, llegan a mi obra porque han leído a otros autores españoles y han querido buscar más.
P.-¿Cómo ve el panorama teatral en estos momentos?
R.- Tan amenazado que no nos deja pensar tranquilos qué queremos hacer. De tanto pelear para -defenderse, a veces siento que no hallamos el reposo necesario para escuchar y esperar a que lleguen las palabras. Por eso me escondo de vez en cuando - alguno dirá que casi siempre -, para tratar de escuchar, para no escribir por escribir. Tal vez el problema es que hay mucho ruido y que la situación que vivimos ahoga muchos proyectos magníficos en una veintena de funciones, o menos.
P.-¿Qué espera del nuevo gobierno que salga de la nuevas elecciones?
R.- Que tengan la decencia de dejarse de historias y de solucionar un paro de más de cuatro millones de personas. Que tengan la decencia de mirar el problema de la emigración como un problema de seres humanos. Que no roben. Que acaben de construir - soy así de ingenuo, debería decir "que no destruyan" - el Estado del bienestar que hemos dejado a medias, aquel al que aspirábamos mirando, por ejemplo, a la Francia de los treinta gloriosos o a la Alemania de Willy Brandt. Y por supuesto, escuela, escuela y escuela. De Cultura, ya hablamos otro día.
@ecolote