Un volumen para ser celebrado el que nos brinda Punto de Vista. Una compilación con algunas de las mejores obras de José Ramón Fernández (Madrid, 1962), autor ilustrado de altísima exigencia literaria, hondura emocional y marcado sentido del compromiso con su tiempo y con los conflictos del pasado. Ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática, fue fundador de Teatro del Astillero junto a ‘socios’ de la entidad de Juan Mayorga.
En su trayectoria descollan algunas adaptaciones, como la magistral de El laberinto mágico, de Max Aub. En breve, además, estrenará en el Arriaga La lucha por la vida, de Baroja, con Ramón Barea desdoblándose como director e intérprete. Pero en Tarjeta de visita, aparte de un jugoso prólogo propio, se recogen solo los títulos salidos de su magín.
Una lectura que nos asoma a sus fijaciones: sobre la resistencia femenina (Mariana, Nina, El que fue mi hermano, Babilonia), sobre los embates de la guerra (J’attendrai, Monólogo de la perra roja que habla con el muerto sonriente) y sobre personajes empeñados en preservar la memoria familiar (Para quemar la memoria, Mi piedra Rosetta, El minuto del payaso). Con esta edición, dice, los textos quedan cerrados “para que los lea alguien dentro de cien años”.
Para lo mismo se puede decir que queda La voluntad de creer. Y bien que lo merece. Sin duda, el montaje de Pablo Messiez (Buenos Aires, 1974), a partir de su propia dramaturgia (inspirada a su vez en Kaj Munk), fue uno de los más estimulantes, audaces e inspiradores del año pasado, cuando pudimos verlo en las Naves del Español.
Continta Me Tienes, que ya ha editado otras piezas del autor hispanoargentino (Las canciones, otra bomba) y algunos ensayos suyos, ‘empaqueta’ ahora La voluntad de creer con mimo. Por delante, coloca un sugerente prólogo de Messiez, donde predica con el ejemplo de lo que busca en las tablas. Breve pero esencial, se pregunta en él por el sentido del teatro. Y, tras una criba, concluye que sus núcleos son dos: mirada y espacio. Las palabras, prescindibles. Por detrás, se cierra con las fotos que sacaba durante la función el actor Juan José Rodríguez.
Otro Pablo, Remón (Madrid, 1977), nos regaló asimismo una pieza maestra que también ha sido fijada en un libro, algo que, por otra parte, estiman mucho los dramaturgos. La imprenta, dice José Ramón Fernández, le da a su obra “una apariencia de firmeza” (la expresión la toma del prefacio de Emilió Lledó para los Diálogos de Platón).
Firmeza es lo que le falta en esta comedia (con derivaciones trágicas) al mundo que retrata: el de los actores, guionistas y directores de cine y teatro. Remón, con toda su gracia de raíz azconiana, con surrealismo, esperpento y ternura humanista, muestra una panoplia de seres que habitan entre el exceso y la precariedad, profesional y emocional. Hilarante, disparatada y sorprendente. Remón, a la enésima potencia.