Angélica Liddell: "El amor, el crimen y el arte representan la impotencia de la razón"
Libérrima, ajena a cualquier corsé moral, disolvente de convenciones, se erige en defensora de los criminales y los valores cristianos en su obra 'Caridad'
9 octubre, 2022 01:43Nietzsche ponía el arte por encima de la moral. Debía desbordarla si era necesario. Incluso impugnarla. Angélica Liddell (Figueras, 1966) le toma la palabra al ‘superfilósofo’. La única ley a la que se somete es la de la poesía. Su poesía, que conjuga las referencias trascendentales (es una pertinaz exploradora en los textos sagrados) con andanadas de desprecio contra la mediocridad y el puritanismo, a su juicio, galopantes. En Caridad reivindica los valores cristianos (misericordia, perdón, piedad) frente a los que se creen muy transgresores por blasfemar contra ellos. Con esta obra, ha abierto el Festival Temporada Alta de Girona este fin de semana.
Pregunta. Dice que siente una “inclinación natural al criminal”. ¿De ese sentimiento mana el impulso para hacer Caridad?
Respuesta. Se trata, por supuesto, de una inclinación poética, heredera de Bataille, es una inclinación sadiana. La violencia estética de Sade nace en plena Revolución francesa como rebelión a la violencia del Estado, incluida su oposición a la pena de muerte. No puede abordarse este asunto desde un punto de vista literal o civil, sino estético. Como dice Steiner, el arte está fuera de cualquier legalidad razonada, y el artista se mueve en los límites de un desajuste con la sociedad. Está más próximo a un criminal que a un juez. Es un criminal santo, un loco, un niño. Los locos y los niños son inimputables. Según Bataille, la esencia de la poesía es la impotencia de la razón. El amor, el crimen y el arte representan la impotencia de la razón. El terreno de la poesía es la sinrazón.
P. ¿Esa ‘simpatía’ por el delincuente es piedad u otra cosa?
R. Es la aceptación total y absoluta de la naturaleza humana, con todas sus consecuencias. Reconocer que somos iguales. La caridad es una figura muy compleja y sombría. Por un lado, está la caridad romana, emparentada con la justicia como podemos ver en el exemplum que ilustra la historia entre Cimon y su hija Pero. Y por otro lado se encuentra la caridad cristiana, que no es otra cosa que el amor absoluto, tal y como lo expresa San Pablo en la carta a los Corintios. La caridad romana depone la ley. La caridad cristiana da asilo al homicida. Bienaventurados aquellos que son perseguidos a causa de la justicia, se dice en los Evangelios. La cuestión es cuánta cantidad de perdón estamos dispuestos a soportar.
"El cristianismo ha traspasado toda mi educación. Veo belleza donde la gente pacata solo ve religión y dogma"
P. ¿El perdón mide el grado de madurez de una civilización?
R. En un principio la justicia estuvo unida a la venganza y la humillación. Se dio un gran paso cuando se eliminó la crueldad del castigo. Una sociedad moderna es, por tanto, aquella que evoluciona hacia la piedad y el perdón. Una sociedad perfecta estaría basada en la anarquía, es decir, una sociedad en la que todo el mundo distinguiera el bien del mal. Pero eso no es nada más que una utopía.
P. Piedad, caridad… Valores cristianos por antonomasia. El cristianismo, y su texto fundacional, La biblia, son referencias habituales en su dramaturgia. ¿Cómo describiría la influencia del cristianismo en su obra?
R. El cristianismo ha traspasado toda mi educación. He sabido ver belleza allí donde la gente pacata solo ve religión y dogma. No me interesa la blasfemia. Pasolini decía que blasfemar era de pequeñoburgueses con aspiraciones, la blasfemia es lo opuesto a la transgresión, porque la trangresion tiene que ver con lo sagrado. Respecto al asunto que nos concierne, el cristianismo es la filosofía que más perdón nos obliga a soportar, hasta setenta veces siete, el grado más alto de misericordia. Ahora vivimos tiempos solo de condena, de denuncia, de acusación, como en cualquier periodo puritano. Es un desafío situar al hombre frente a la máxima capacidad de perdón.
P. La caridad es un concepto que tiene muy mala prensa en la actualidad, sobre todo en la izquierda, que desprecia la iniquidad que la hace necesaria y el paternalismo que conlleva. ¿Qué le parece este rechazo?
R. La caridad de la que yo hablo es profundamente antisocial. Intento dinamitar la politización en favor de una libertad artística absoluta. Estamos asfixiados entre el puritanismo de la izquierda y el puritanismo de la derecha. En el mundo de la expresión estética la politización solo aporta la banalidad que caracteriza a lo apropiado. Por eso propongo la caridad como un acto subversivo, un acto extremo de terrorismo espiritual.
P. Afirma que el mal no es más que una gran concentración de sufrimiento.
R. Lo abordo desde un punto de vista íntimo, hipermoral, literario, por encima de la moral, no desde una mirada social. El primer herido fue el diablo. Es la mayor concentración de sufrimiento. El sufrimiento solo encuentra salida en el arte y el crimen
P. ¿Su empatía con el criminal cómo se relaciona con la compasión por la víctima?
R. En este nivel simbólico y mítico de la caridad la víctima no cuenta. No es un titular de prensa lo que estamos abordando sino el mundo interior y sus convulsiones. La verdadera piedad solo tiene sentido ante los criminales.
"El riesgo es confundir el arte con las obligaciones democráticas. Dar puntos por hacer proyectos ecológicos”
P. A Pasolini, tras obras como Ragazzi di vita o Accattone, lo acusaban de santificar a proxenetas, ladrones, maltratadores… “Apóstoles del fango” los denominaban sus detractores. ¿Emparentaría Caridad con estos hitos pasolinianos?
R. Absolutamente sí. Y como en Genet, Baudelaire o Caravaggio, se trata de una caridad unida al eros. El eros nos aproxima al conocimiento de la muerte. En Crimen y castigo, Dostoievski pone la redención en manos de una prostituta. En otro sentido, amar al criminal da cuenta de nuestro inconformismo.
P. Usted se muestra sobre el escenario agresiva, descarada, arrolladora, deslenguada, libérrima, transgresora, despreciativa… Una actitud que origina hostilidad, una hostilidad que parece alimentarle, como al jugador de fútbol que salta a la cancha del eterno rival. ¿Es una impresión errónea?
R. Lo es. La hostilidad es el agón sin el cual la tragedia resultaría imposible. Mi naturaleza incluye el agón, dentro y fuera del escenario. Pero quiero que el público ame lo que yo amo, y odie lo que yo odio, busco esa emoción. El rival no es el público, en absoluto, ¿acaso es el público el rival de Vania? No, el rival es la estupidez general.
P. De hecho, asegura que el arte necesita más de la piedad incluso que los propios criminales. ¿Realmente Angélica Liddell precisa de la piedad de su entorno?
R. Hablo de que no se puede juzgar mediante la ley del Estado aquello que se rige por la ley de la poesía. Hablo del amor por la libertad total en el arte.
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P. ¿La piedad no implica el riesgo de ablandarlo, suavizarlo, desbravarlo?
R. El riesgo reside en confundir el arte con las responsabilidades democráticas. Dar puntos por hacer proyectos ecológicos, dar incentivos a las obras que fomentan la igualdad, apoyar la sostenibilidad en la creación, todo eso, no es que ablande el arte, sino que lo aniquila, es incompatible. Solo se valora el mensaje bienintencionado y no la supremacía estética que debe traspasar toda obra. Vivimos, como bien dice Cartarescu, una cultura sin arte, y un arte sin poesía. Se ha llegado a cuestionar a Nabokov y a Balthus. Es una época trivial. Muerto Godard, ¿qué nos queda? Pido piedad por el arte, frente a la inmensa hormigonera de mediocridad que nos invade. Pido piedad por el pensamiento. Lo que reblandece nuestra sensibilidad es la tontería generalizada.
P. Entre sus últimas piezas, está el díptico dedicado a sus padres, que fallecieron en un breve plazo de tiempo. ¿Qué efecto tuvo en usted llevar a las tablas aquel duelo?
R. Solo se puede sobrellevar el luto y el duelo a través de un ritual. Careciendo la vida de rituales, esas dos piezas me ayudaron a despedir a mis padres, a comunicarme con ellos. Fue doloroso pero muy bello.
P. Hablábamos antes del desprecio como motor creativo. ¿El dolor es todavía más potente que el desprecio? ¿Es el impulso más fuerte para el arte?
R. En mi caso, el motor creativo es la venganza contra la vida.
P. ¿Y la alegría y el placer? ¿Cree que algún día le pueden dar pie para una obra?
R. El sufrimiento no excluye el principio del placer. Más bien, van unidos.
P. ¿Qué es lo que más le desagrada del teatro que ve en la actualidad?
R. No voy. Me cansé. Los escenarios están llenos de tontos que saben hacer cosas, bailar, cantar, actuar… No hay genio, no hay magia. Todo está politizado hasta la náusea, o es inmensamente banal, o inmensamente vulgar. Prefiero ir al cine, a ver pelis viejas. He pasado todo el verano metida en salas oscuras viendo a Cassavetes, a Lars von Trier, a Pasolini, a Zulawski, y pelis de fantasmas japoneses. Creo que sigo respirando gracias a que el cine existe. Me ayuda a olvidar la mediocridad de la vida.